jueves, 24 de diciembre de 2015

NAVIDAD '2015


Natividad del Señor

Antes de la era cristiana, muchos pueblos de Europa celebraban en esta fecha una fiesta de la luz. En el hemisferio norte, a partir de esta noche comienza a extenderse la cantidad de horas de luz natural. Los antiguos romanos festejaban en esta noche el nacimiento del Sol invictus. Los cristianos comenzaron a utilizar esta fecha para celebrar el nacimiento de Jesús alrededor del año 350.



"Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado"

La liturgia de hoy nos presenta cuatro modelos de eucaristía para celebrar la Navidad. Una es una misa vespertina, que propiamente no celebra el acontecimiento sino la preparación inmediata. Otra es la de medianoche, la llamada del Gallo, que en no pocos lugares se anticipa por diversas razones en algunas horas. La tercera es la llamada de Aurora, de las primeras horas de la mañana, como indica su nombre. Finalmente la misa llamada “del día”. Los textos ofrecidos aquí se refieren a la “misa del Gallo”.

La palabra del Señor en esta misa es el relato del nacimiento según el evangelista Lucas. Un relato en el que el nacimiento está rodeado de diversos personajes, diversos episodios, en un ámbito singular que se expresa en los “nacimientos”. El misterio, todo misterio, lo vivimos y celebramos más auténticamente si nos introducimos en las circunstancias concretas en que se produce. La Iglesia quiere que lleguemos al misterio a través de la sencillez de lo cotidiano. Ese es el sentido de esta eucaristía de medianoche con la que se inicia la Navidad.

Esta eucaristía se celebra después de la cena familiar. Esa cena pertenece también a la liturgia de lo que celebramos. La Navidad se celebra en el hogar y en la iglesia, en la familia de carne y sangre y en la familia de la fe cristiana. Por eso, en esta eucaristía emerge un claro sentido familiar: aquí en la iglesia, como en nuestro hogar, nos sentimos hoy especialmente familia, especialmente unidos los cristianos.



DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

Esta noche expresa la noche de la humanidad y nuestras propias noches. En esta noche, la luz quiere brillar poniendo fin a la guerra, la opresión y la vergüenza. Y desde esta noche, ya nada podrá apagar esa luz.

Lectura del libro de Isaías 9, 1-6

El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz. Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo; ellos se regocijan en tu presencia, como se goza en la cosecha, como cuando reina la alegría por el reparto del botín. Porque el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día de Madián. Porque las botas usadas en la refriega y las túnicas manchadas de sangre, serán presa de las llamas, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz". Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará todo esto.
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 95, 1-3. 11-13

R. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.

Canten al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra; canten al Señor, bendigan su Nombre. R.

Día tras día, proclamen su victoria, anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos. R.

Alégrese el cielo y exulte la tierra, resuene el mar y todo lo que hay en él; regocíjese el campo con todos sus frutos, griten de gozo los árboles del bosque. R.

Griten de gozo delante del Señor, porque él viene a gobernar la tierra: Él gobernará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad. R.

II LECTURA

La venida de Jesús nos enseña "a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa"; porque la salvación que nos ha traído exige también una conducta acorde a lo recibido.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito 2,11-14

La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

La alegría del nacimiento se produce en un determinado momento y lugar. Y Lucas se encarga de detallar bien los tiempos en que el nacimiento de Jesús cambia la historia de los hombres. En este tiempo y lugar en que nosotros vivimos, nos toca celebrar este nacimiento. El Señor no llegará cuando nosotros queramos; él llega allí donde estamos, y nos sorprende.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 1-14

Apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!".
Palabra del Señor.



MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Un niño nos ha nacido un hijo se nos ha dado

La Navidad es ante todo el nacimiento de un niño. Es la celebración de una nueva vida humana. Ciertamente es un Niño muy especial, es Dios hecho Niño. Pero en esta noche para llegar a Dios hemos de pasar por el Niño, por la condición humana que asumió, por su humano nacer en un ámbito tan sencillo, que en su sencillez pasa desapercibido en la tierra en la que nace: ha de ser proclamado por los ángeles. Los ángeles anuncian a los sencillos pastores el nacimiento de un “Salvador, del Mesías, del Señor”, pero en un contexto nada indicado para quien así era titulado. Todos esos títulos pertenecen a esa pobre criatura que nace entre pajas en un pesebre. Los ángeles proclaman la gloria de Dios, mientras que quizás los pastores deslumbrados y a la vez sorprendidos van a cerciorarse de lo anunciado. Serán los primeros que rindan tributo al Niño y los primeros predicadores de quién era ese Niño. Necesitaron la fe para ver en el Niño al Salvador, al Mesías al Señor. Creyeron y dieron gloria a Dios, como lo habían hecho los ángeles.

Nuestra acogida al Niño. La ternura.

Ese ámbito de lo sencillo es el ámbito también de la ternura. Ternura es lo que desprende siempre el Niño. La perciben María y José, la perciben los pastores, debemos percibirla nosotros. La ternura nos dignifica, es amar sin más, desde lo hondo del ser. En Navidad todos nos hacemos un poco niños, nuestros posos infantiles afloran a la superficie: somos capaces de jugar con los juguetes de los niños, de ver las películas que ellos ven, sentimos la necesidad del calor afectivo de otros/as. Nos volvemos tiernos. Ojalá sea así. La ternura no es un retroceso a épocas pasadas de la vida, supone aflorar lo mejor que hay en nosotros: cambiar nuestra mirada inquisitiva, sabidilla, censuradora, con flecos de superioridad, por la del amor, por la mirada de quien se ve uno más entre los otros, débiles como ellos, necesitado de calor afectivo y capaz de darlo. La ternura es fruto de la inteligencia que descubre nuestra verdad, y del amor en su estado más puro y más sencillo y… más generoso, el amor de quien, ante el cuidado o la caricia al niño, sólo espera de él su sonrisa.

La ternura es hacerse niño como lo entendía Jesús. De ellos es el reino de los cielos. Niño se hizo Dios para entrar en nuestro “reino”… para que fuera el de los cielos. Como niño hay que hacerse para entrar en el Reino de Jesús. A los niños Dios les ha revelado el misterio, no a los sabios y entendidos. También el misterio de la Navidad. Niños hemos de hacernos para entender y vivir y celebrar la Navidad. En nosotros ha de nacer el niño que somos.

Luz en la noche.

Misa en medio de la noche, como el anuncio a los pastores. La noche que puede aludir a momentos de oscuridad en nuestra vida, que quizás estos días se viven más profundamente; por el recuerdo de las ausencias de quienes en otras Nochebuenas estuvieron presentes; pero noche iluminada por la luz que viene del cielo y nos hace descubrir la gloria de Dios en un Niño recién nacido. Es la misa del triunfo de la esperanza, sobre la frustración, de la alegría sobre el dolor. Es la noche de Dios con nosotros.



ESTUDIO BÍBLICO

I Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz

I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.

I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios. Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios. No olvidemos que a muchos esclavos del pueblo les habían sacados los ojos… para no ver; así habían caminado a un destierro.

I.3. ¿Quién trae todo esto? “un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto. Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es Navidad.

IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios

II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito, evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de expresiones llenas de sentido: la gracia (charis) de la salvación (sôtería) de Dios “para todos” (pasin) los hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante. Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres, estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.

II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2). Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? (Desde luego que no!, Nadie puede ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es es simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.

Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?

III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exegético y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.

III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.

III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.

III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos, humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.


MISA DEL DIA

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”

Las lecturas de la misa del día de Navidad tienen un matiz distinto de las que leíamos en la Nochebuena, sin embargo ambas son portadoras de un mismo mensaje. Dios se hace hombre, ya no podemos pensar en un Dios solitario a quien nadie ha visto, sino en un Dios que, al asumir nuestra condición humana, está con nosotros. La Palabra se hizo carne, Dios acampa entre nosotros, asume nuestra condición humana y, al hacerlo, se hace débil, necesitado, como un niño que espera nuestra acogida.

Así nos lo muestra el prólogo del Evangelio de San Juan, que hoy es el centro en la liturgia de la misa de Navidad. Es un texto bello, profundo e intenso, que invita a la reflexión. Como cualquier prólogo nos introduce en el contenido de su evangelio donde, posteriormente, va a desgranar los rasgos de la personalidad de Jesús y la buena noticia de su mensaje que es poner de manifiesto el proyecto de Dios para con los hombres que a la vez, es señalar la capacidad de los hombres para llegar, a través de Jesús, a ser hijos de Dios. Es esta la idea que de una forma u otra está presente en misterio de la Navidad: ”Dios se humaniza y el hombre se diviniza”.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS  SU PALABRA.

I LECTURA

La expresión "el Señor desnuda su santo brazo" es semejante a cuando nosotros decimos de alguien que "se arremanga", pone sus manos al trabajo, no tiene reparos en poner el hombro y colaborar. Esto hace Dios, "se arremanga" por nosotros y hace por nosotros esta preciosa tarea de la redención.

Lectura del libro de Isaías 52, 7-10

¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación y dice a Sión: “Tu Dios reina”! ¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz, gritan todos juntos de alegría, porque ellos ven con sus propios ojos el regreso del Señor a Sión. ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su pueblo, él redime a Jerusalén! El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios.
Palabra de Dios.

Sal 97, 1-6

R. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios.

Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. R.

El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos. R.

Canten al Señor con el arpa y al son de instrumentos musicales; con clarines y sonidos de trompeta aclamen al Señor, que es rey. R.

II LECTURA

El Primogénito de Dios entra en este mundo. No hay forma más grande de acercar lo celestial a lo terrenal. El mismo Dios, que a lo largo de la historia se comunicó de diversas maneras, quiso comunicarse en el mejor lenguaje: se hizo uno de nosotros.

Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6

Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo. Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor que el de ellos es el Nombre que recibió en herencia. ¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”? ¿Y de qué ángel dijo: “Yo seré un padre para él y él será para mí un hijo”? Y al introducir a su primogénito en el mundo, Dios dice: “Que todos los ángeles de Dios lo adoren”.
Palabra de Dios.

ALELUYA
      
Aleluya. Nos ha amanecido un día sagrado; vengan, naciones, adoren al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra. Aleluya.



EVANGELIO

En este himno todo es movimiento y dinamismo. Aparecer, llegar, venir y habitar son los verbos que usa el Evangelista para describir la obra de nuestro Dios, que no se queda allá, "en las nubes", sino que realiza su gran deseo de habitar en medio de la humanidad. Sólo hace falta que lo recibamos con la casa y el corazón abiertos.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 1-18

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: “Este es aquél del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo”. De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.
Palabra del Señor.
O bien: más breve

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 1-5. 9-14

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La primera lectura habla de los “mensajeros” que a lo largo de la historia de Israel han anunciado la paz, que pregonan la victoria y sostienen la esperanza del pueblo. En la segunda lectura de la carta a los Hebreos, el autor nos dice que Dios a lo largo de la historia de la humanidad habló de diversos modos pero, ahora finalmente, nos habla por medio de su Hijo Jesucristo, reflejo de la gloria del Padre e impronta de su ser. Ambas lecturas, podemos decir, que son el marco para introducirnos en una meditación más profunda, sobre la teología del Hijo, presentándonos a Jesús como revelación del Padre, que se hace presente en la historia de la salvación. El evangelio es por eso un himno cristológico, en el que la Palabra aparece entre nosotros como el fundamento de nuestra fe, para pasar a mostrarnos las actitudes posibles del hombre ante el Misterio de la Encarnación, que al acogerlo nos capacita para participar de esa misma vida Divina. Vamos a detenernos en los puntos más importantes de este prólogo del Evangelio de Juan para señalar aquellos aspectos más prácticos para nuestra vida cristiana:

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios … en ella estaba la vida y la vida era la Luz de los hombres.

Juan nos sitúa en “el principio” evocando el comienzo de la Historia de la Salvación, cuando la palabra de Dios hizo salir del caos la creación, apareciendo la luz y la vida. Aquí, al principio de los tiempos, ya existía la Palabra, que estaba junto a Dios, indicando que ambos son una misma cosa.

La Palara es el Hijo, la imagen del Padre, que asume nuestra condición humana con todas sus limitaciones y pobreza. Así, Dios se hace visible y cercano a nosotros haciéndose hombre. San Juan sigue diciéndonos que “en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres”, son los dos rasgos característicos de Jesús de Nazaret, que se calificará a si mismo como Luz del mundo y manantial de Vida abundante que nos trae proveniente del Padre. En Jesús todo esto encuentra consistencia, porque posee la misma vida del Padre, más aún, es la revelación del Padre, que trae la salvación a todos los hombres. Por eso, a partir de entonces, acoger a Jesús es el camino para dar significado a nuestra vida. Así entendemos las palabras siguientes, “de su la plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia” (v.16). Es decir a través de Jesús por su unión con el Padre podemos participar de una vida plena.

Vino a su casa y los suyos no lo recibieron.

Juan después de remontarse al misterio trinitario donde está la plenitud de la vida que desciende hacia el hombre, Nos dice que, la Palabra era la “luz verdadera” que disipa las tinieblas, pero no siempre esta luz es reconocida por los hombres, por eso sigue diciendo: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Es el drama de la libertad humana, la aceptación o el rechazo de su Palabra. En todo momento Dios nos ofrece la posibilidad de recibirle y dejarnos herir por su luz que brilla en medio de la noche que nos rodea, por eso sigue diciendo:

“ Pero a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la posibilidad de llegar a ser hijos de Dios”.

Esta explicación teológica que hace el evangelista Juan tiene un significado profundo, es el Misterio de la Encarnación, que se personaliza en este día de Navidad cuando la salvación se hace carne y acampa entre nosotros en el portal de Belén. Termina esta presentación del Verbo, de la Palabra hecha carne, diciéndonos que este nuevo nacimiento no procede de la voluntad humana sino de la generosidad de Dios. Es el misterio de la gracia que se nos da sin ningún merito de nuestra parte.

A Dios nadie lo ha visto jamás: su Hijo que está al lado del Padre es quien lo ha dado a conocer.

Así termina Juan el prólogo de su evangelio. Es una especie de presentación del Hijo que en medio de la oscuridad de la noche, se aparece a los pastores e inunda con su luz una nueva atapa, no solo para los creyentes, sino para toda la humanidad. Jesús es la palabra que sigue hablándonos a través de los tiempos porque trae un mensaje de vida eterna, es la Navidad que ofrece a todos los hombres una vida nueva.

Esta buena noticia trae consigo una responsabilidad y un compromiso. ¿Cómo acoger a ese Dios que viene a nosotros?. Siempre la humanidad ha sentido el deseo de llegar a establecer un vínculo con Dios a través del fenómeno religioso, pero siempre también, el misterio de Dios ha sido una realidad incomprensible e inalcanzable. Por eso, ahora en esta etapa final, (Heb,1- 2) a través de Jesús podemos llegar a ver hecha realidad el “encuentro con Dios” y escuchar a la vez su palabra que sigue hablando a todos y cada uno de los hombres y mujeres de hoy. En este encuentro se hace posible, de algún modo, la experiencia de Dios con nosotros.

La invitación a este encuentro silencioso con Dios es una constante a lo largo del evangelio de Juan. Es una invitación que tiene un deje afectivo de añoranza en la unión con Dios, que más explícitamente aparece en su evangelio cuando dice: “Si alguno me ama cumplirá mis mandamientos, y vendremos a él y haremos morada en él”. (Jn.14, 23-24). Es la invitación a la experiencia mística evangélica que no es otra sino la escucha de la palabra en el silencio interior. El mensaje navideño, es una ocasión para el silencio de la noche que invita al dialogo, es la presencia íntima de Aquel que está a la espera de una respuesta y alienta nuestros buenos deseos. Pero la espiritualidad cristiana no puede quedar encerrada en una autocomplacencia, de la intimidad con Dios debe alimentarse en la compasión ante los graves problemas que cada día nos plantea el mundo en que vivimos. Si alguno me ama cumplirá mis mandamientos, dice el Señor, es el mandamiento del amor, en el servicio a los demás siguiendo las huellas de Cristo, que pasó haciendo el bien y no dejó de implicarse ante el sufrimiento de sus contemporáneos.



ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Isaías (52,7-10): Los pies del mensajero de paz

Este es un himno que el profeta, quien sea, porque estamos leyendo el Deuteroisaías, compone porque en su mente aparece un mensajero que trae los pies cansados. Pero son esos pies, benditos, los que traen la gran noticia, al pueblo, a la ciudad a Sión: paz, salvación. Más aún: Dios reina. Cuando Dios reina todo es distinto. Los reyes de este mundo no saben reinar, porque no son capaces de sellar la paz. Cuando lo han hecho ha sido una paz a medias, no dilatada en el tiempo y en la eternidad. Es eso lo que el profeta proclama ahora a Sión que ha pasado por lo peor. Jerusalén será liberada, el profeta es el vigía del mensajero que llega, un mensajero idílico de la victoria de Dios.

IIª Lectura: Hebreos (1,1-6): Dios nos habla en su Hijo

II.1 El famoso “exordio” de la carta a los Hebreos, magníficamente construido, en una sola frase en griego (vv.1-4), en un buen griego, es la lectura de este día de Navidad. Es explicable, porque se trata de un texto cristológico de altos vuelos con que se comienza esta especie de “exhortación” que es la carta a los Hebreos, sea quien sea su autor. La densidad de esta frase no quita sentimiento a lo que aquí se expresa. Antes Dios había hablado por profetas. Si tenemos en cuenta el texto de la primera lectura todo cobrará más sentido. Los profetas son extraordinarios, poetas, creativos, renovadores, no conformistas con la situación. Pero ahora es distinto, es algo que va mucho más a lo esperado. Los profetas y sus visiones, sus ilusiones y sus deseos, se quedan en mantillas, porque ahora Dios tiene una forma de comunicarse con nosotros muchos más audaz: es su Hijo quien nos habla de El y quien nos hace hablar con Él.

II.2. ¿Por qué todo es distinto? Porque el Hijo es heredero de todas las cosas. Y lo que él nos diga, eso es lo que nos dice el mismo Dios. Los profetas, incluso, podrían equivocarse y de hecho algunos no acertaron en sus juicios. Dios ha pensado que esto necesita una decisión más determinante. La humanidad debe sentir la misma voz de Dios, y la voz de Dios es la voz de su Hijo. Esta alta cristología del exordio de hebreos llena de sentido la liturgia de Navidad. es verdad que este texto de Hebreos está escrito desde la experiencia pascual de Cristo. Pero en la liturgia cristiana el misterio de la resurrección y de la pascua ilumina toda la vida de Jesús, su encarnación y el nacimiento. No puede ser de otra manera. Este no es un texto histórico, sino teológico. Como teológico ha de ser el evangelio del día.

Evangelio: Juan (1,1-18): La Palabra humana de Dios

III.1. El evangelio es el prólogo del evangelio de Juan (1,1-18), una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión inaudita de el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro confidente de Dios.

III.2. Un prólogo se escribe normalmente cuando la obra ya está completa; de esta manera, en el prólogo se expresan las ideas fundamentales de la obra que viene a continuación. Supongamos esto para el prólogo del cuarto evangelio. Puede parecer que tiene una cierta unidad, pero suprimid los vv. 6. 7. 8 y 15 que tratan de Juan Bautista y que fueron añadidos posteriormente. La razón es que hubo algunos discípulos que se mantuvieron fieles a Juan el Bautista y le otorgaban cierta preponderancia sobre Jesús. Era una secta baptista que tuvo cierta fuerza, sobre todo en el s. II (d.C.). De esta manera tendremos un prólogo lleno de fuerza y de lógica.

A) DIOS Y EL VERBO (vv. 1-5): Es la primera enseñanza de este himno. Quizás el prólogo nació en la celebración del culto. Sería como una especie de credo de la comunidad en la que vive Juan. Dios y su Palabra. Verbo = PALABRA. Esta expresión de Logos no tiene sus raíces en la filosofía griega, sino que es eminentemente bíblica. En la Biblia, en el AT, se dice que las divinidades paganas no hablan: *tienen boca, pero no hablan” (Salmo 115, 5). El Dios de la Biblia es el único que habla, que se expresa en el mundos. No está todavía personificada esta Palabra, pero se nota que Dios da vida al mundo por su PALABRA. Posteriormente, en una imagen semejante, casi se personifica esta fuerza de Dios bajo el nombre de SABIDURÍA. La Sabiduría es la que ha creado *con” Dios todas las cosas (Cf. Prov 3,19ss; 8, 22-31; 14,31;17,5). De todas formas, ni la Palabra, ni la SABIDURÍA se identifican plenamente con Dios en el AT. ¿Cuál es la novedad de Juan? Pues que la identifica con Dios, “estaba en Dios”. La personaliza. No es solamente una comparación, sino que la PALABRA (El Verbo o el Logos) es Dios mismo. Hay una relación entre Dios y la Palabra. Dios no está cerrado en Él mismo, sino que se pluraliza. Es una riqueza de Dios. Y, además, esta Palabra es creadora, como en el AT. Vemos que la fuente de inspiración de Juan es el AT y no la filosofía griega (v.3). La Palabra es la riqueza de Dios y del mundo (vv. 4 y 5). Es la vida y la vida es la luz de los hombres. Luego la Palabra de Dios es la fuente del mundo, toda la vida procede de Él y esa vida es la luz que los hombres han perdido. En este primer asomo al misterio de Dios en el himno de Juan, se revela una cosa fundamental. Es una idea revolucionaria para los judíos, que solamente eran monoteístas. Dios es más rico todavía. Dios es una pluralidad en la unidad. La Palabra es ALGUIEN esencial es Dios y para el mundo.

B) SOBRE LA ENCARNACIÓN (vv. 9.10.11.14 y 18): En estos versos se encierra todo el evangelio de Juan: la teología de la Encarnación. ¿Qué es esto? Es la reflexión que Juan ha hecho sobre Cristo. Se parte de un principio: Cristo-Jesús es la Palabra de Dios. Dios no se ha quedado en el cielo, sino que se ha hecho hombre y ha venido al mundo. Nosotros creemos en el Dios más humano que se ha podido imaginar en toda la historia de la religiones. La Palabra ha venido a “lo suyo”, a lo que había creado. Pero lo suyo no la ha recibido. Este es el drama de la Encarnación: la lucha entre la luz y las tinieblas que recorre todo el cuarto evangelio. El v. 14 tiene una enseñanza que puede rezar así: La palabra no solamente se ha hecho carne, “sarx”, debilidad, sino que se ha introducido en el misterio del pecado del mundo. Este es el sentido exacto y radicalmente fuerte. Se ha encarnado y ha tomado nuestros pecados. Es la idea más bella y original de nuestro misterio cristiano. Para un griego era impensable, ya que despreciaban el cuerpo. Lo mismo que para un judío, que no concebía que Dios se pudiera llegar a la impureza de los hombres. (Qué misterio y qué fuerza!. Y lo curioso es que, en la carne, los hombres que lo han acogido han podido ver la gloria de Dios. La gloria (kabod) era para los judíos como el poder de Dios. En el AT los judíos tenían que taparse la cara para no ver el resplandor de la gloria de Dios (v.g. en el Sinaí; o el profeta Isaías en el momento de su vocación). El v. 18 nos explica más: Dios se ha revelado por el Hijo y el Hijo es la Palabra, porque a Dios nadie lo ha visto jamás. Aunque esto es judío, se da un paso, porque nosotros lo podemos conocer por Jesús, que es el Hijo. Nosotros sólo podemos conocer a Dios por Jesús que nos lo ha revelado, ya que Jesús es el Hijo y el Hijo es la Palabra y la Palabra estaba desde el principio en Dios y Él mismo es Dios. Desde ahora, los cristianos hemos de saber que, para conocer a Dios, primero hemos de conocer a Jesús: cómo vive y cómo actúa. Ser cristiano es reconocer, en el acontecimiento histórico de Jesús, en este hombre de nuestra carne, tan próximo, tan fraternal, el rostro, la Palabra y la gloria de Dios: *quien me ha visto a mi ha visto al Padre”


C) SOBRE LA FE: (vv. 12.13.16.17): Todo esto que hemos expuesto no puede ser entendido sino por la fe. Deberíamos dejar el prólogo para el final del año litúrgico, porque después de conocer a Jesús y haber escuchado su palabra, nosotros nos decidimos por Él y creemos en Dios. Pero se ha de asumir el riesgo de la fe y aceptar así a Jesús y a Dios, de primeras. También porque, a pesar de todo, la fe es un don de Dios y debemos pedirle a Él que nos la dé y nos la fortalezca. Pero la fe en estos versos no se nos presenta en forma de creencia en verdades, sino en forma de vida: porque nos hace hijos de Dios. Es un tema que recorre todo el Evangelio de Juan. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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