domingo, 20 de diciembre de 2015

DOMINGO 4º DE ADVIENTO


“Lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”

Los cumplimientos proféticos –como el de Miqueas sobre el nacimiento del Mesías en Belén– se ven cada vez más como forzados por los redactores evangélicos. Para nuestra mentalidad, resulta lógico que sintamos desconfianza acerca de los vaticinios. Pero hay que recordar que los textos bíblicos no están concebidos para el arte de la adivinación y de su cumplimiento, sino para orientarnos por el camino de Dios.

En el primer capítulo del evangelio de Lucas, del que el texto de hoy es un recorte, aparecen concentrados los dos himnos más celebrados de la historia del cristianismo: el Benedictus –cantado por Zacarías– y, sobre todo, el Magníficat, cantado por María. En el capítulo siguiente –que también forma parte del relato de Lucas sobre la primera navidad– se nos ofrece un tercer himno, el Nunc dimittis, que es cantado por Simeón. Aunque Lucas no los llama "himnos", los cristianos los han cantado durante siglos y puede ser perfectamente que nacieran como himnos.

Dentro de los múltiples aspectos que podemos encontrar en estos tres himnos, escogemos para estas pautas homiléticas uno que aparece en los tres en el lugar principal y con una importancia destacada: que Jesús es –como su nombre indica– el Salvador. “Nos ha suscitado un poderoso Salvador…”, dice Zacarías. “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador” canta María. Finalmente, el anciano Simeón entona agradecido: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, pues mis ojos han visto tu salvación”. ¿Realmente Jesús es el Salvador, como se dice en estos himnos? Ningún cristiano lo ha puesto en duda en los veinte siglos de historia cristiana. Entonces, ¿de qué nos salva Jesús? ¿Cómo nos salva? ¿Cuándo? ¿Tenemos los cristianos el compromiso de ser salvadores como Jesús? ¿Dónde debemos ejercerlo? Éstas serán las preguntas que intentaremos contestar.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

Miqueas profetizó sobre Belén, la pequeña aldea de Judá donde nació David. Miqueas vivió trescientos años después de David, es decir que sus oyentes ya sabían la historia de este gran monarca. El profeta, haciendo memoria de la obra de Dios en el pasado, anunció que así seguiría obrando Dios. Y justamente de esta aldea pequeña vendría el Salvador para el pueblo.

Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a

Así habla el Señor: Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti, me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial. Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas. Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y él mismo será la paz!
Palabra de Dios.

Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19

R. Restáuranos, Señor del universo.

Escucha, Pastor de Israel, tú que tienes el trono sobre los querubines, resplandece, reafirma tu poder y ven a salvarnos. R.

Vuélvete, Señor de los ejércitos, observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que tú hiciste vigoroso. R.

Que tu mano sostenga al que está a tu derecha, al hombre que tú fortaleciste, y nunca nos apartaremos de ti: devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. R.

II LECTURA

Este pasaje resalta la corporalidad de Jesús. Él tuvo un cuerpo como el nuestro, con limitaciones y dolores. La entrega de Jesús fue también una entrega corporal, superior a cualquier sacrificio. Su cuerpo fue ofrenda según la voluntad del Padre desde su cuna.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10

Hermanos: Cristo, al entrar en el mundo, dijo: “Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley– para hacer tu voluntad”. Él comienza diciendo: “Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescritos por la Ley”. Y luego añade: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”. Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Lc 1, 38

Aleluya. Yo soy la servidora del Señor; que se haga en mí según tu Palabra. Aleluya.

EVANGELIO

María va a la casa de Isabel llevando en su seno al Salvador. Dios mismo visita esa casa cuando María entra. Entonces, todo es alegría: Juan salta de gozo, y su madre prorrumpe en alabanzas. En esta escena, es evidente que el Espíritu Santo llena los corazones. Con la visita de María, se anticipa un gozoso misterio: Dios mismo visita a la humanidad.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-45

Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Hay tantas formas de entender la salvación como maneras de concebir qué es la vida humana.

El quid de lo que vamos a decir está en que la vida humana –y su anverso, la muerte– no es monolítica, indiferenciada y uniforme como una sopa, sino que se ramifica en grandes y diferenciados ámbitos de vida. Aquí escogemos una muestra de ocho de esos diferentes ámbitos de vida, a los que denominaremos respectivamente vida biopsíquica (nuestro organismo y todos sus estados vitales orgánicos, temperamentales y placenteros), vida cognitiva (los saberes ordinarios, científicos, filosóficos y teológicos), vida económica (creación, asignación, comercialización y consumo de mercancías), vida estética (las variadas presencias de lo bello y de lo feo), vida ética (ser buena o mala persona; sobre todo, ser justa o injusta), vida lúdica (todo lo referente a los juegos), vida religiosa (relación con las divinidades de todo tipo) y, por último, vida sociopolítica (aquella parte de nuestra vida que se desarrolla en relación con los demás, desde la familia y los amigos hasta los grandes bloques políticos del mundo). Sólo el conjunto de toda esta variedad, diferencia y complejidad de ámbitos de vida constituye nuestra vida humana, por lo que ningún ámbito de vida representa él por sí solo toda la vida humana, sino sólo una parte.

Los valores y contravalores como alimento de los ámbitos de vida.

Todo aquello que es beneficioso y fomenta el desarrollo de cualquiera de los variados ámbitos de vida se constituye para el ser humano en valioso o valor. Si perjudica o deteriora esos mismos ámbitos de vida, entonces resulta un contravalor. El agua que calma la sed es un valor; la que arrasa campos y casas es un contravalor. Valor y su respectivo contravalor (sabio–ignorante) siempre van unidos, están mutuamente relacionados y ambos componen nuestra vida. Por eso, no se pueden tener en cuenta sólo los valores.

Principio protector de la diversidad de los ámbitos de vida y de sus valores y contravalores.

Cada uno de los ámbitos de vida y cada uno de los valores y contravalores que los alimentan son específicos y diferentes unos de otros. De tal manera que son irreductibles entre sí, y no pueden ser sustituidos unos por otros. Hay que rechazar el hablar de “vida” (valores) y de “muerte” (contravalores) en general. Lo correcto es referirse siempre a vidas y a muertes específicas, pues en cada ámbito de vida, las presencias de vida son peculiares e intransferibles; como también son peculiares sus correspondientes presencias de muerte provocadas por los contravalores. La muerte moral, por ejemplo, es diferente de la muerte económica.

El sufrimiento siempre es causado por los contravalores.

El sufrimiento es expresión de algún deterioro vital, que es precisamente lo que causan los contravalores. Así, pues, la extensión del deterioro vital y del sufrimiento es tan profunda y variada como profundos y variados son los contravalores. Hay que decir con rotundidad que no existe un sufrimiento humano general y homogéneo. Cada ámbito vital deteriorado por sus específicos contravalores padece un sufrimiento específico suyo, que es insustituible e irreductible a los demás sufrimientos. El dolor de la soledad y el dolor que produce el hambre son muy diferentes; por lo que la compañía no quita por sí misma el hambre, ni la comida copiosa libra de la soledad.

La gente cristiana cree, confía y espera que Jesús sea el salvador de los contravalores de todos los ámbitos de sus vidas.

Muchas personas creen y esperan con mucho deseo que Jesús les cure o les alivie absolutamente de todo tipo de contravalores. Por ejemplo, de sus dolencias físicas y psíquicas (salvación biopsíquica). No es pequeño el número de personas que reza para conseguir un trabajo, dinero y hasta para tener suerte y que les toque la lotería (salvación económica). Ha sido muy frecuente el hecho de que muchos estudiantes se encomienden a Dios o a Jesucristo antes de un examen, una oposición o al comenzar una clase (salvación epistémica o cognitiva). No choca ver a jugadores o deportistas profesionales santiguarse en público al empezar una competición o al meter un gol (salvación lúdica). No hay oración cristiana que no incluya peticiones de que se instaure la justicia en este mundo (salvación ética o moral). Jesús, con su encarnación, ha restaurado definitivamente la ruptura que el ser humano había producido entre él y Dios: nos ha redimido del pecado (salvación religiosa). Finalmente, se pide a Jesús que conceda el amor y la paz entre las familias, los pueblos, las razas o los grupos (salvación sociopolítica). Por tanto, Jesús, en la creencia de muchísimos cristianos, es el salvador de la totalidad del ser humano, puesto que libera a todos sus ámbitos de vida de los específicos contravalores y de los sufrimientos que originan.

¿Realmente Jesús es el salvador de los contravalores del ser humano?

¿Verdaderamente Jesús cura las dolencias físicas y psíquicas, da dinero o trabajo a quien lo pide o lo necesita, ayuda a superar la ignorancia, interviene en el resultado de una competición deportiva, salva de la injusticia a quien la sufre, quita el pecado del mundo y es capaz de restaurar el amor entre las familias que se odian? Quien diga que sí, que Jesús es el salvador de todos los ámbitos de vida humana deteriorados por sus respectivos contravalores, tendrá que hacer un esfuerzo titánico por encontrar alguna prueba de su afirmación.

Lo que sí podemos afirmar es que Jesús de Nazaret salvó sólo a algunas personas desfavorecidas, sólo de algunos contravalores y sólo de algunos ámbitos de vida. Curó algunas enfermedades (salvación biopsíquica), dio de comer a algunos pobres hambrientos (salvación económica), devolvió la dignidad a los más humildes de la región donde predicaba (salvación social), reconcilió al ser humano con Dios (salvación religiosa), enseñó un camino inédito de quién es Dios el Padre (salvación cognitiva), inició un movimiento de personas para que continuaran su obra (salvación social). Pero ni todas las personas de aquel tiempo ni todos sus ámbitos de vida deteriorados fueron salvados por Jesús, a pesar de que padecían contravalores por todos sus poros.

Reducir todas las variedades del deterioro o destrucción de la vida humana sólo al ámbito de vida religiosa o teologal (como se viene haciendo), y hacer consistir la salvación de los seres humanos en el hecho de que Jesús nos libró del pecado (ámbito de vida religioso), es cuando menos una simpleza de graves consecuencias. Los humanos tenemos diversificada nuestra vida y en todos los ámbitos de ella necesitamos ser salvados cuando están erosionados o destruidos por los contravalores. La liberación del pecado es una parte de la liberación que necesitamos los humanos. Sólo una. Quien se conforme con esa sola liberación, allá él; padecerá miles de deterioros en su vida a los que no prestará atención, porque no cree que deban ser salvados.

En resumen: Jesús estuvo muy limitado en la salvación que practicó con los demás en su vida en Galilea, como no podía ser de otra manera, porque era verdaderamente hombre, no un mago.

¿Qué hay entonces de la salvación traída por Jesús?

a).     El movimiento que Jesús inició.

En principio, la salvación parcial, limitada y temporal que Jesús ejercía en Galilea acabó son su muerte. Pero Jesús creó un movimiento, en el que aquel que quiera identificarse con Jesús ha de seguir su mismo camino de salvación de los contravalores que sufre la gente de su alrededor. Los discípulos de Jesús a largo de la historia han salvado algunas o muchas dolencias en algunos o muchos seres humanos. Hay abundantes ejemplos de ello. Aunque no hay que pasar por alto que no todo ha sido positivo en el movimiento inaugurado por Jesús, pues también ha generado deterioros –lo contrario de la salvación– en la vida de los seres humanos. Pero, en todo caso, la salvación de Dios en Jesús no es ejercida –desde que él fue matado– de modo directo, sino que ha de ser llevada a cabo por sus seguidores. Las grandes acciones salvíficas de Dios en favor de Israel, que la liturgia no cesa de narrar, celebrar y alabar, fueron llevadas a cabo en Israel por seres humanos concretos, no directamente por Dios. La acción salvífica de Dios de los contravalores humanos, repetimos, sólo puede ser llevada a cabo en nuestra historia por los seres humanos en salvaciones limitadas y parciales. Estas salvaciones son interpretadas por los cristianos como signo del Reino de Dios, presente y venidero.

b).     Jesús no es un muerto, sino un Viviente.

¿Termina la salvación de Jesús en la salvación que él aportó en su tiempo y la que han seguido y seguirán proporcionando sus discípulos desde el principio hasta el final de los siglos? Si fuera así, Jesús no sería más que un líder salvador como otros muchos que han existido en el mundo a lo largo de los siglos y que han creado un movimiento que ha continuado su obra. Pero, para los creyentes cristianos, hay un hecho peculiar y decisivo: Jesús es un Viviente, no un muerto. Dios lo resucitó y él adquirió entonces –sólo entonces– la plenitud de salvación a la que puede llegar un ser humano. La resurrección es la continuación, ahora en plenitud, de la vida histórica de Jesús más allá de la muerte.

A esto hay que añadir otra creencia no menos importante: Dios hará que los seres humanos una vez muertos adquieran la condición de vivientes resucitados y definitivamente salvados como sucedió con Jesús. Pues bien, sólo en esos momentos se podrá hablar de salvación total del ser humano por intervención directa de Dios. La plenitud de salvación no puede alcanzarse dentro de la historia. Tampoco Jesús de Nazaret la alcanzó. Sólo con la resurrección, los seres humanos serán salvados en plenitud en todas sus dimensiones vitales.

El compromiso de los cristianos por la salvación ha de extenderse a todos los ámbitos de vida y a sus respectivos contravalores.

La salvación llevada a cabo por los cristianos ha de ejercerse en los contravalores de TODOS y cada uno de los ocho ámbitos de vida. Reducirla a unos pocos ámbitos es un error de consecuencias dolorosas. Y a este respecto, una pregunta: los seguidores de Jesús ¿han aplicado la salvación en todos los ámbitos deteriorados de vida de las personas o la han reducido a unos pocos, como por ejemplo, la salvación del alma, la salvación espiritual? Las “obras de misericordia” –un tema hoy injustamente denostado, pero que encierra un conocimiento muy sabio, aunque reducido, sobre la salvación– han de ser ampliadas a todos los tipos de contravalores que atenazan y deterioran al ser humano. Las salvaciones parciales llevadas a cabo por los seres humanos forman parte de la salvación integral del ser humano, que –¡perdón por la reiteración!– las incluye necesariamente a todas.

Muchos cristianos de nuestra sociedad de consumo vivimos en una constante incoherencia: la salvación que perseguimos y desarrollamos en la historia no tiene conexión con la que esperamos en la resurrección.

Son muchos los cristianos que vivimos empapados de la reducida salvación que ofrece la sociedad de consumo, pero esperamos para la resurrección otra salvación que apenas tiene relación con la que hemos vivido en nuestra cultura del consumo. Habrá que luchar para que ya de ahora se preste atención a salvar TODOS los ámbitos de vida dañados, no sólo los económicos. De ese modo habrá coherencia con la salvación definitiva más allá de la muerte, que con toda seguridad afectará a todos los ámbitos de vida.

En el ámbito político –que es sólo uno de los ámbitos de vida–, los que estén dispuestos a seguir el evangelio deben tomar partido por los pobres, como canta María en el Magníficat.

Ése es un ámbito privilegiado para ejercer la salvación.


ESTUDIO BÍBLICO.

El silencio de María en la fe y la esperanza

Iª Lectura: Miqueas (5,1-4): El misterio de lo pequeño

I.1. Las lecturas de este domingo quieren magnificar todo esto que está llegando como lo más concreto de la Navidad. El profeta Miqueas, contemporáneo del gran profeta Isaías, con palabras menos brillantes que ese maestro, pero con intuición no menos radical, presenta los tiempos salvíficos desde la humildad de Belén, donde había nacido David. Por lo mismo, el Mesías  debe venir de otra manera a como se le esperaba. Su experiencia de la invasión asiria y su escándalo de cómo siente y vive Jerusalén, la capital, le inspira un mensaje que ha sido “adaptado” como oráculo mesiánico sobre Belén, el pueblo donde nació el rey David.

I.2. Como sucede en muchos oráculos proféticos no hay nitidez entre el presente inmediato y el futuro. Si miramos el texto en profundidad podría inferir algunos aspectos interesantes y teológicos: Del nuevo rey se destaca: 1) sus orígenes humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén; 2) su continuidad con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo "desde tiempo inmemorial"; 3) será el final del tiempo actual de abandono y dispersión: el pueblo entero, incluso el Reino del Norte destruido, será nuevamente reunido; 4) en él se manifestará la obra de Dios que, a través de este rey, velará por su pueblo; 5) el objetivo es que el pueblo pueda vivir en paz, liberado de las angustias que ahora sufre: por eso este rey tiene como nombre la misma paz.

I.3. Este oráculo del profeta Miqueas sobre Belén de Efratá es asumido en la tradición cristiana por el uso que hacen de él claramente Mateo (2,5-6) y Juan (7,42), con una pregunta con la que se quiere parafrasear una tradición judía. Se consigna la villa de Belén de Judá como el lugar de nacimiento del Mesías esperado. Pero la verdad es que Jesús nunca dio a entender que hubiera nacido en Belén de Judá y más bien parece nacido en Nazaret (cf. Jn 1,45-46; 19,19). Por eso habría que pensar que, fuera de este texto que la tradición cristiana valora en profundidad, el judaísmo oficial pensaba más en Jerusalén, como “ciudad de David” que le pertenecía por conquista. Luego, los cristianos, al aceptar a Jesús como Mesías, después de la resurrección, vieron lógico que naciera en Belén. Pero, asimismo, quisieron ver en el cumplimiento de este oráculo el sentido de lo pequeño y de lo insignificante frente al poder de la capital, donde se decidió la muerte de Jesús. Porque ése es, sin duda, el sentido que también tiene el texto del profeta Miqueas.

II Lectura: Hebreos (10,5-10): Una vida personal para unirnos a Dios

II.1. En la carta a los Hebreos (10,5-10) aparece otro lenguaje distinto para hablar también de la encarnación y de la disponibilidad del Hijo eterno de Dios para ser uno de nosotros, para acompañarnos en ser hombres. Su vida es una ofrenda, no de sacrificios y holocaustos, que no tienen sentido, sino de entrega a nosotros. El texto está construido con el apoyo en el Salmo 40. El autor de la carta rechaza los sacrificios (cuatro géneros de sacrificios) para mostrar su inoperancia: en realidad todos los sacrificios de animales y ofrendas de cualquier tipo, y presenta la vida de Cristo, el Sumo Sacerdote, como verdadero sacrificio: porque es personal.

II.2. El autor considera que es un oráculo de la venida y de la presencia de Cristo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. La “encarnación”, pues, viene a sustituir los sacrificios antiguos, porque “Alguien” ha venido de parte de Dios para personalizar humanamente la voluntad de Dios. El culto ritual, pues, frente a la encarnación es lo que el autor infiere de todo este contexto del Sal 40. De esa manera ya desde su “venida”, desde su encarnación, desde su nacimiento, se muestra el misterio de la ofrenda que va a la par con la conciencia más radical. Por eso, en virtud de esta voluntad de Dios, la historia humana y religiosa no se resuelve con la inoperancia de ofrendas sin alma y sin corazón. Dios tenía un proyecto de estar con nosotros para siempre (de una vez por todas). El “cuerpo” en este caso es la persona, su historia desde el primer momento hasta el final.

Evangelio: Lucas (1,39-45): María: confianza absoluta en Dios

III.1. El evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace por su pueblo. Vemos a María que no se queda en el fanal de la “anunciación” de Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita divina, (como si Dios saliera de su templo humano) ya que podría llevar ya en su entrañas al que es “grande, Hijo del Altísimo” y también Mesías porque recibirá el trono de David. ¡Muchos títulos, sin duda! Es verdad que discuten los especialistas si el relato permite hacer estas afirmaciones. Podría ser que todavía María no estuviera embarazada y va a la ciudad desconocida de Judea para experimentar el “signo” que se le ha dado de la anunciación de su pariente en su ancianidad. Por eso es más extraño que María vaya a visitar a Isabel y que no sea al revés. La escena no puede quedar solamente en una visita histórica a una ciudad de Judá. Sin embargo, esa visita a su parienta Isabel se convierte en un elogio a María, “la que ha creído” (he pisteúsasa). Gabriel no había hecho elogio alguno a las palabras de María en la anunciación: “he aquí la esclava del Señor…”, sino que se retira sin más en silencio. Entonces esta escena de la visitación arranca el elogio para la creyente por parte de Isabel e incluso por parte del niño que ella lleva, Juan el Bautista.

III.2. Vemos a María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus pecados. Este acontecimiento histórico y teológico es tan extraordinario para María como para nosotros. Y tan necesario para unos y para otros como la misma esperanza que ponemos en nuestras fuerzas. Eso es lo que se nos pide: que esa esperanza humana la depositemos en Jesús. Pero es verdad que leído en profundidad este relato tiene como centro a María, aunque sea por lo que Dios ha hecho en ella. Dios puede hacer muchas cosas, pero los hombres pueden “pasar” de esas acciones y presencias de Dios. El relato, sin embargo, quiere mostrarnos el ejemplo de esta muchacha que con todo lo que se le ha pedido pone su confianza en Dios. Por el término que usa Lucas en boca de Isabel “he pisteúsasa”, la que ha creído, significa precisamente eso: una confianza absoluta en Dios. Si no es así, la salvación de Dios puede pasar a nuestro lado sin darnos cuenta de ello. María y Dios o Dios es María son la esencia de este relato. No es que carezca de su dimensión cristológica, pero todavía no es el momento, para Lucas, de conceder el protagonismo necesario a su hijo Jesús. Asimismo, el salto en el vientre de Juan también es primeramente por la “confianza” de María en Dios. Eso es lo que la hace, pues, la “hija de Sión” del profeta Sofonías.

III.3. Porque hoy también hay una "hija de Sión" y una presencia de Dios en nuestro mundo: Es la comunión de los servidores, de las personas audaces, de los profetas sin nombre, de los que hacen la paz y de los que sufren por la justicia. Una hija o comunidad que supera los límites de cualquier Iglesia determinada y configurada como perfecta. Son como la prolongación de María de Nazaret ante la necesidad que Dios tiene de los hombres para estar cercano a cada uno de nosotros. De ahí que en el Cuarto Domingo de Adviento la liturgia expone el misterio de Dios a nuestra devoción. Y debemos aprender, no a soportar el misterio, sino a amarlo, porque ese misterio divino es la encarnación. Ello significa que la vida se realiza en conexiones mayores de las que el hombre puede disponer y comprender. La vida tiene cosas más profundas para que el hombre pueda gobernarlas, comprenderlas o producirlas a su antojo. Y es que todo lo que nosotros creemos que es lo último, en realidad es lo penúltimo; así nos sucede casi siempre. Y por eso es tan necesaria la fe. De ahí que, con toda razón, este domingo propone como clave de vivencias la fe; fe en la encarnación, en que Dios siempre está a nuestro lado, en que debe existir un mundo mejor que este. Y esa fe se nos propone en María de Nazaret, para que advirtamos que el hombre que quiere ser como un dios, se perderá; pero quien acepte al Dios verdadero, vivirá con El para siempre.

III.4. El Cuarto Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento: María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Y por eso María es el símbolo de una alegría recóndita. En la anunciación, acontecimiento que el evangelio de hoy presupone, encontramos la hora estelar de la historia de la humanidad. Pero es una hora estelar que acontece en el misterio silencioso de Nazaret, la ciudad que nunca había aparecido en toda la historia de Israel. Es en ese momento cuando se conoce por primera vez que existe esa ciudad, y allí hay una mujer llamada María, donde se llega Dios, de puntillas, para encarnarse, para hacerse hombre como nosotros, para ser no solamente el Hijo eterno del Padre, sino hijo de María y hermano de todos nosotros. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).




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