domingo, 13 de diciembre de 2015

DOMINGO 3º DE ADVIENTO


“¡Alégrense!”

Suena particularmente con fuerza y extrañeza, por los tiempos que corremos y los sentimientos que vivimos, al menos en esta parte del mundo, esta invitación que hoy nos hace la palabra del Señor. Y es que la celebración de la Natividad del Señor Jesucristo está cerca. Y esta presencia del Misterio de Dios entre nostros, humanado, compartiendo proyectos y fracasos, sueños y desilusiones, destino, en definitiva, de la gran familia humana, es la fuente de la que brota, o debe brotar, nuestro gozo.

Hoy, día del Señor, somos convocados a celebrar nuestra fe en la Eucaristía. Es sacramento de fiesta y alegría, de esperanza y comunión. Es llamada siempre viva a configurarnos con Aquel que viene y se nos da, encarnado, entregado, roto, compartido, en lección suprema de amor. Seamos muy conscientes de que acercarnos a Él, acoger su presencia y hacer de ella nuestro alimento, es compromiso de vida para que hoy, en medio de la complejidad que nos toca vivir, hagamos también nosotros otro tanto.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La alegría es casi una orden de Dios. Es que, ante el abatimiento de este pueblo, Dios necesita despertarlo de modo imperativo y fuerte para movilizar su espíritu aún adormecido.

Lectura de la profecía de Sofonías 3, 14-18a

¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta.
Palabra de Dios.

[Sal] Is 12, 2-6

R. ¡Aclamemos al Señor con alegría!

Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. R.

Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡Que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.

II LECTURA

Si el Señor está cerca, no podemos hacer otra cosa que alegrarnos, porque ya nada será causa de tristeza. El Señor está cerca, y al verlo nuestro corazón ya está en paz, como si hubiera encontrado el sentido de tanto andar por este mundo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 4-7

Hermanos: Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No se angustien por nada y, en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Is 61, 1

Aleluya. El Espíritu del Señor está sobre mí; él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres. Aleluya.

EVANGELIO

“Para cada estado hay preceptos particulares; pero el de la misericordia es común para todos, por tanto a todos se les manda que den al que no tiene. La misericordia es la perfección de las virtudes; sin embargo, la misericordia se mide según la posibilidad de cada uno, para que nadie se prive de todo lo que tiene sino que dé parte de ello al pobre” (santo Tomás de Aquino, “San Ambrosio”, en Catena Aurea).

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 2b-3. 10-18

Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba: “¿Qué debemos hacer entonces?”. Él les respondía: “El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto”. Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?”. Él les respondió: “No exijan más de lo estipulado”. A su vez, unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Juan les respondió: “No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo”. Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo a todos: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible”. Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Podríamos concretar en dos llamadas el contenido de la Palabra del Señor que hoy se nos ofrece en este tercer domingo de adviento que nos encamina hacia las fiestas de la Natividad del Señor Jesucristo: una llamada a la alegría, que nos reclama la primera y segunda lectura; y la llamada a dar frutos de conversión, que encierra el texto evangélico.

“El Señor se goza y se complace en ti”

Por difícil que a veces nos resulte de entender y de aceptar. Nosotros, la familia humana, con todas las realidades, incluso contradictorias, que nos configuran, somos también razón de ser de la alegría del Misterio de Dios. El profeta Sofonías nos lo expresa con claridad: “El Señor se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”. Esta alegría del Señor reclama la nuestra, que no podrá por menos de ser, en no pocas ocasiones, una “alegria seria”. Seria, santa y sabia. Seria por la dureza de las circunstancias en que habremos de vivirla y expresarla. Santa porque tiene una raíz teologal, y participa de la propia alegría de Dios. Sabia, porque está henchida de esperanza, al conocer su origen y su meta que son la misma realidad: el Misterio insondable de Dios y de su Amor por nosotros.

Esta alegría seria, santa y sabia, es la conocedora del dolor y del sufrimiento, del derramamiento de sangre, y, sin frivolizar con ellos ni sobre ellos, es capaz de mantenerse en pie y seguir apostando y esforzándose cada día por la dignificación de la vida.

Esta alegría seria, santa y sabia, es la conocedora del fracaso y del desamor, del sabor amargo de la soledad y del zarpazo cruel de la enfermedad, y, sin embargo, sabe y confiesa que en el corazón de cualquier oscuridad esta también presente la luz inextinguible del Amor de Dios.

Esta alegría seria, sabia y santa, es, en definitiva, la alegría de la fe, que nos hace renacer a la esperanza. El Papa Francisco lo expresó con profunda convicción en su Exhortación Apostólica “Evangelii gaudium”, citando un párrafo del Libro de las Lamentaciones: “Poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha... Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad!... Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor»”.

“Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”

La predicación de Juan el Bautista a orillas del Jordán mira a una transformación del estilo de vida, de los criterios y comportamientos de sus oyentes. Y ellos lo saben, y preguntan qué deben hacer.

La misma pregunta se vuelve con fuerza a nosotros, y reclama ponernos a la escucha. Por eso la respuesta es muy personal. En este momento únicamente comparto con Usted, amigo lector, los atisbos de respuesta que encontré en mi escucha.

Creo que debo dar frutos de alegría, de la que he hablado anteriormente. Y también de generosidad, en ella y con ella el amor se hace palpable. ¡Y siempre estamos tan necesitados de amor! Y encontré también en la escucha una llamada a construir la añorada paz y la siempre lejana justicia; y al perdón, ¡al difícil perdón!, que en este Año Jubilar de la Misericordia recibimos abundantemente del Padre Dios, y deberemos ofrecernos con la misma profusión los unos a los otros por grande que sea la ofensa. No serán frutos menores de verdadera conversión.

ESTUDIO BÍBLICO.

El Señor está cerca

El Domingo de la Alegría

La liturgia del Tercer Domingo de Adviento está sembrada de llamadas a la alegría. Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido éste como el Domingo de "Gaudete!", según el mensaje de la carta a los Filipenses (4,4-5) que introduce la celebración y, asimismo, es el texto de la segunda lectura del día, diciéndonos que el Señor esta cerca. Ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca. La liturgia es expresiva.

Este domingo Tercero de Adviento nos envuelve en el proceso de las condiciones de la verdadera alegría. El Adviento tiene mucha razón al proclamar este mensaje que es más necesario que nunca. Bajemos de todos los pedestales y de todas las petulancias para reconocer el valor de nuestros límites. En el fondo, es una cosa bien concreta: dejemos de vivir por encima de nuestras posibilidades, porque así no es posible la verdadera alegría.

Iª Lectura: Sofonías (3,14-18): No tengas miedo a la paz ¡Jerusalén!

I.1. En la primera lectura del profeta Sofonías, la llamada es tan ardiente y tan profética como en Pablo a su comunidad. Es una llamada a Jerusalén, la ciudad de la paz, la hija de Sión, porque si quiere ser verdaderamente ciudad de Dios y de paz, tiene que caracterizarse frente a las otras ciudades del mundo como ciudad de alegría. ¿Quién rompe hoy el corazón de Jerusalén? ¿La religión, el fanatismo, el fundamentalismo? Ya en su tiempo, el del rey reformador Josías (640-609 a. C.), el profeta debe hablar contra los que en tiempo de Manasés y Amón habían pervertido al “pueblo humilde”. El profeta no solamente es el defensor, la voz de Dios, sino del pueblo sin rostro y que no puede cambiar el rumbo que los poderosos imponen, como ahora. Fue un tiempo prolongado de luchas, de sometimientos religiosos a ídolos extraños y a los señores sin corazón. El profeta reivindica una Sión nueva donde se pueda estar con Dios y no avergonzarse. Y lo que suceda en Jerusalén puede ser en beneficio de todos: ¡como ahora!

I.2. ¡Qué lejos está ahora la ciudad de esa realidad teológica! Hoy sería necesario que judíos, musulmanes y cristianos dejaran clamar al profeta para escuchar su mensaje de paz. Es verdad que el profeta ofrecía la única alternativa posible, ya entonces, y que es decisiva ahora: sólo el Dios de unos y otros, que es el mismo, es quien puede hacer posible que las tres religiones monoteístas alaben a un mismo Señor: el que nos ofrece el don de la alegría en la fraternidad y en la esperanza. Porque solamente podrá subsistir una ciudad, todos sus habitantes, si se dejan renovar por el amor de su Dios, como pide el profeta a los israelitas de su tiempo. ¿Es esto realizable? Pues hay que proponer que una religión que no proporciona alegría, no es una verdadera religión. Más aún: una religión que no proponga la paz, con todas sus renuncias, no es verdadera religión. ¡Jerusalén, no tengas miedo a la paz!

IIª Lectura: Filipenses (4,4-5): La terapia teológica de la alegría

II.1. El texto de la carta viene a ser como una conclusión, casi proverbial en la tradición y religiosidad cristiana: Así traduce la Vulgata: gaudete in Domino semper el “chairete en Kyríô pántote” (alegraos siempre en el Señor). Incluso no sabemos si estos versos están en su sitio, porque parece ser que Pablo escribe en distintos momentos algunas notas a la comunidad de Filipos. Sea como fuere desde el punto de vista literario, lo que el apóstol pide a su querida comunidad, sigue siendo decisivo para nosotros los cristianos de hoy. Dos veces repite el “gaudete” ¿qué más se puede pedir? Pero es verdad que hay alegrías y alegría. Pablo dice “en el Señor” y esto no debe ser simplemente estético o psicológico. Bien es verdad que la terapia humana de la alegría es muy beneficiosa. Pues con más razón la terapia religiosa de que el Señor nos quiere alegres. Es una terapia teológica muy necesaria.

II.2. No podemos olvidar que ésta debe ser la actitud cristiana, la alegría que se experimenta desde la esperanza, de tal manera que de esa forma nunca se teme al Señor, sino que nos llenamos de alegría, como recomienda San Pablo a su querida comunidad de Filipos. Nuestro encuentro definitivo con el Señor, cuando sea, debe tener como identidad esa alegría. Ya sabemos que la alegría es un signo de la paz verdadera, de un estado de serenidad, de sosiego, de confianza. De ahí que nuestro encuentro con el Señor no puede estar enmarcado en elementos apocalípticos, sino en la serenidad y la confianza de la alegría de encontrarnos con Aquél que nos llama a ser lo que no éramos y a vivir una felicidad que procede de su proyecto liberador. Es decir, encontrarse con el Señor del Adviento debe ser una liberación en todos los órdenes. Por tanto, el hombre, y más el hombre de hoy, debe tomarse en serio la alegría, como se toma en serio a sí mismo. El hombre sin alegría no es humano; y la persona que no es humana, no es persona.

Evangelio. Lucas (3,10-18): La alegría del compartir

III.1. El evangelio es la continuación del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Nuestro evangelio de hoy prescinde de la parte más determinante del mensaje del Bautista histórico (3,7-9), en coincidencia con Mateo, y se centra en el mensaje más humano de lo que hay que hacer. Con toda razón, el texto de los vv. 10-18 no aparece en la fuente Q de la que se han podido servir Mateo y Lucas. Se considera tradición particular de Lucas con la que enriquece constantemente su evangelio. No quiere decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran parte responde, como en este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret y de su cristología.

III.2. Por tanto, podemos adelantar que Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista para vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia del seguimiento que Lucas propone a los suyos. Acuden al Bautista la multitud y nos pone el ejemplo, paradigmático, de los publicanos y los soldados. Unos y otros, absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas no ha podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera salvación de Dios. Este cristianismo práctico, de desprendimiento, es una constate en su obra.

III.3. Nos encontramos con la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña, pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la figura despertadora del Adviento, es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).



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