domingo, 14 de diciembre de 2014

DOMINGO 3° DE ADVIENTO


“Estad siempre alegres… 
No apaguéis el Espíritu…” 

Avanzando el Adviento, las lecturas del tercer Domingo presentan dos figuras proféticas que orientaron al pueblo hacia un futuro de esperanza: la venida del Mesías, el esperado de las naciones, el que está ungido con el Espíritu del Señor, el que bautizará en el Espíritu, el que anunciará el Año de Gracia del Señor… La orientación es en nuestro Adviento tan necesaria o más necesaria que en tiempo de Isaías y Juan Bautista.

Lo que se anuncia para los nuevos tiempos es un Año de Gracia. No será respuesta a méritos morales o derechos adquiridos. Pero Juan alerta para que el pueblo, especialmente los líderes religiosos, se mantengan vigilantes y no pongan obstáculos al que “ha de venir”. “Allanad los caminos del Señor”.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La atención y el cuidado por los más pobres y sufrientes tiene, para nosotros, un inicio y un impulso: el Espíritu del Señor. Cualquier emprendimiento que tenga como objetivo a estos necesitados, tiene que estar inspirado por nuestra unión con Dios.

Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11

El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.
Palabra de Dios.

CANTO RESPONSORIAL, Lc 1, 46-50. 53-54

R. Mi alma se regocija en mi Dios.

Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz. R.

Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. R.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia. R.

II LECTURA

En la vida hay muchos motivos para rezar: la alegría, el dolor, la desesperanza, la angustia, la buenaventura, entre otros. Cada parte y momento de nuestra existencia tiene que ser llevada a la oración.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 5, 16-24

Hermanos: Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas. Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu, alma y cuerpo– hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Is 61, 1

Aleluya. El Espíritu del Señor está sobre mí; él me envió a llevar la buena noticia a los pobres. Aleluya.

EVANGELIO

Juan se presenta como anunciador “del que ha de venir”. Sabe que a él simplemente le toca señalar a los demás dónde está la Luz y quién es ella. Sabe cuál es su misión, por eso no busca ninguna otra cosa.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 6-8. 19-28

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: “¿Quién eres tú?”. Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”. “¿Quién eres, entonces?”, le preguntaron: “¿Eres Elías?”. Juan dijo: “No”. “¿Eres el Profeta?”. “Tampoco”, respondió. Ellos insistieron: “¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”. Y él les dijo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: “¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

¿Hace sentido hoy algún “adviento” para el hombre y la mujer contemporáneos? ¿Qué esperamos, si es que esperamos algo? ¿Esperamos algo del futuro o estamos totalmente atrapados por el presente? En todo caso, el futuro, ¿es motivo de esperanza o de miedo en este mundo de desarrollo acelerado de la ciencia y de la técnica? ¿Hay razón para alguna esperanza que no se limite a las propias conquistas humanas, a la propia auto-realización? ¿Cabe en esta sociedad secular esperar que llegue alguien “mayor que yo”?

Lo más característico de los profetas judeo-cristianos era precisamente su capacidad para mantener viva en el pueblo la esperanza. Lo que les convertía en profetas de esperanza eran varios rasgos muy característicos.

1) Se colocan en segundo plano, fuera de todo protagonismo, para no oscurecer. “Yo no soy el Mesías”.

2) Sondean las semillas de esperanza que hay en una historia de aparente fracaso. “Como el suelo echa brotes, así el Señor hará brotar la justicia…”.

3) El que anuncia y trae el Año de gracia está ungido con el Espíritu de Dios. La salvación trasciende las propias fuerzas, las propias conquistas, la propia auto-realización. Hay, pues, motivos para la esperanza.

La gracia tiene un precio. Es mucho más fácil al ser humano acomodarse a la justicia que a la gracia, porque las personas en general están muy pagadas de sus méritos y sus derechos. “A cada uno lo suyo”. “Y el que la haga que la pague”. ¡Qué difícil es aceptar la gracia y todo lo gratuito! El amor desinteresado, el perdón, renunciar a la venganza y no tomar la justicia por propia cuenta, etc… Qué difícil es dar a quien no puede corresponder. Se requiere mucha humildad para vivir en gratuidad. Es el precio de la gracia. Pues, el que ha de venir ha sido ungido con el Espíritu del Señor para anunciar la salvación a los descartados y excluidos de la sociedad: “los que sufren, los corazones desgarrados, los cautivos, los prisioneros…”.

Y la esperanza auténtica no puede ser pasiva. Porque la gracia tiene un precio. Es mucho más exigente que la justicia legal. A quien nos ama, nos perdona o nos da gratuitamente, “nunca podremos pagárselo”. El año de gracia que se nos anuncia en el Adviento requiere en el pueblo mucha humildad, mucha apertura de espíritu, mucha disponibilidad para dejarse salvar. La predicación de Juan el Bautista no exige allanar los caminos para merecer que venga el Mesías; simplemente invita y urge a no poner obstáculos para que el Mesías pueda venir. “Allanad los caminos del Señor”. La gracia solo requiere como respuesta acogida agradecida.

“Estad siempre alegres”. Sólo desde la gratuidad y la esperanza es posible mantener la alegría en nuestro mundo. Por eso, la responsabilidad de la comunidad cristiana es muy grande a la hora de anunciar la Buena Noticia especialmente a los descartados y excluidos, pero también a los que se consideran salvados. De alguna forma, la comunidad cristiana debe considerarse responsable de “la alegría del Evangelio”. ¿Hay hoy profetas que anuncien “año de gracia” y den razones de la esperanza? ¿Se anuncian a sí mismos o señalan al que “es más grande que nosotros”? ¿Es capaz la comunidad cristiana de descubrir intervenciones de Dios y razones para la esperanza en medio de este mundo secular? Es necesario poner oración, que es la actitud de quien espera sin desesperar. Pero también es preciso poner justicia, respeto a la dignidad de las personas, derechos humanos, misericordia, compasión… Que se abajen las montañas de injusticia, de violencia, de exclusión, de descarte, de corrupción…



ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Isaías (35,1-10): A la búsqueda de la alegría

I.1. La lectura de Isaías evoca una escena de imágenes creativas y creadoras: es como una caravana de repatriados que atraviesa un desierto que se transforma en soto y cañaveral por la abundancia de agua; sanan los mutilados, se alejan los fieras, la caravana se convierte en procesión que lleva a la ciudad ideal del mundo, Sión, Jerusalén: con cánticos. Es una procesión que está encabezada por la personificación de una de las cosas más necesaria para nuestro corazón: La Alegría. Pero no se trata de cualquier alegría, sino de una Alegría con mayúsculas, de una alegría perpetua. Y de nuevo termina la procesión (v. 10), se corta de raíz para que queden alejados la pena y la aflicción (que son el desierto, la infelicidad, la opresión y la injusticia). Es decir, la procesión a la ciudad de Sión la abre la alegría y la cierran la alegría y el gozo.

I.2. El Adviento, pues, es un tiempo para anunciar estas cosas cuando las previsiones, a todos los niveles, son desastrosas, como puede ser el exilio o el desierto. Quien tiene esperanza en el Señor comprenderá estos valores que son distintos de los valores con los que se construye este mundo de producción económica e interesada; porque el Adviento es una caravana viva a la búsqueda del Dios con nosotros, del Enmanuel . Es un oráculo, pues, el de Isaías 35, que no puede quedar solamente en metáforas. Estas cosas se han vivido de verdad en la historia del pueblo de Israel y es necesario revivirlas como comunidad cristiana, especialmente en Adviento.

IIª Lectura: Santiago (5,7-10): A la espera del Señor, con entereza

II.1. Dos elementos resuenan con fuerza en este texto de la carta de Santiago: la venida (parousía) del Señor y la paciencia (makrothymía). Para ello se pone el ejemplo del labrador, pues no hay nada como la paciencia del labrador esperando las gotas de agua que vienen sobre la tierra. hasta que una día llega y ve que se salva su cosecha. De nada vale desesperarse. porque llegará, a pesar de las épocas de larga sequía. Pero la paciencia de que todo cambiará un día es sinónimo de entereza y de ánimo.

II.2. El texto, pues, de la carta Santiago pretende llamar la atención sobre la venida del Señor. El autor hablaba de una venida que se consideraba próxima, como sucedía en los ámbitos apocalípticos del judaísmo y el cristianismo primitivo. Pero recomienda la paciencia para que el juicio no fuera esperado como un obstáculo o un despropósito. Es verdad que no tiene sentido esperar lo que no merece la pena. Hoy no nos valen esas imágenes que se apoyaban en elementos críticos de una época. Pero sí la recomendación de que en la paciencia hay que escuchar a los profetas que son los que han sabido dar a la historia visiones nuevas. No debemos escuchar a los catastrofistas que destruyen, sino a los profetas que construyen.

Evangelio: Mateo (11,2-11): El reino es salvación, ¡no condenación!

III.1. El texto de hoy del evangelio viene a ser como el colofón de todos estos planteamientos proféticos que se nos piden. Sabemos que Jesús era especialmente aficionado al profeta Isaías; sus oráculos le gustaban y, sin duda, los usaba en sus imágenes para hablar de la llegada del Reino de Dios. Mateo (que es el que más cita el Antiguo Testamento), en el texto de hoy nos ofrece una cita de Is. 35,5s (primera lectura de hoy) para describir lo que Jesús hace, como especificación de su praxis y su compromiso ante los enviados de Juan. Es muy posible que en esta escena se refleje una historia real, no de enfrentamiento entre Juan y Jesús, pero sí de puntos de vista distintos. El reino de Dios no llega avasallando, sino que, como se refleja en numerosas parábolas, es como una semilla que crece misteriosamente. pero está ahí creciendo misteriosamente. El labrador lo sabe. y Jesús es como el "labrador" del reino que anuncia. El evangelista Mateo ha resaltado que Juan, en la cárcel, fue informado de las obras de Mesías (no dice sencillamente Jesús, ni el término más narrativo del Señor, como hace Lucas 7,24). Y por eso recibe una respuesta propia del Mesías.

III.2. El Bautista, hombre de Antiguo Testamento, está desconcertado porque tenía puestas sus esperanzas en Jesús, pero parece como si las cosas no fueran lo deprisa que los apocalípticos desean. Jesús le dice que está llevando a cabo lo que se anuncia en Is 35, y asimismo en Is 61,1ss. Jesús está movilizando esa caravana por el desierto de la vida para llegar a la ciudad de Sión; está haciendo todo lo posible para que los ciegos de todas las cegueras vean; que todos los enfermos de todas las enfermedades contagiosas del cuerpo y el alma queden limpios y no destruidos y abandonados a su suerte. El reino que anuncia, y al que dedica su vida, tiene unas connotaciones muy particulares, algunas de las cuales van más allá de lo que los profetas pidieron y anunciaron.

III.3. Finalmente añade una cosa decisiva: ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí! (v.6). Esta expresión ha sido muy discutida, pero gran mayoría de intérpretes opina que se refiere concretamente al Bautista. Ésa es la diferencia con Juan, por muy extraña que nos parezca; porque entre Jesús y Juan se dan diferencias radicales, a pesar del elogio tan manifiesto de nuestro texto (vv.9-10): uno anuncia el juicio que destruye el mal (como los buenos apocalípticos) y el otro (como buen profeta) propone soluciones. Ésa es la verdad de la vida religiosa: los apocalípticos tiene un sentido especial para detectar la crisis de valores, pero no saben proponer soluciones. Los profetas verdaderos, y Jesús es el modelo, no solamente detectan los males, sino que ofrecen remedios: curan, sanan, ayudan a los desgraciados (culpables o no), dan oportunidades de salvación. Nosotros hemos tenido la suerte de nacer después de Juan y haber escuchado las palabras liberadoras del profeta Jesús. (Fray Miguel de Burgos Núñez O.P.).





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