domingo, 5 de julio de 2015

DOMINGO 14ª DEL TIEMPO ORDINARIO


“Y se extrañó de su falta de fe”

La libertad para Jesús no era un fin en sí mismo, sino un medio para algo más importante, es decir: el cumplimiento de la voluntad de Dios. No somos llamados a ser perfectamente libres sino a hacer la voluntad de Dios. En cambio, no podemos hacerla si no somos lo más libre que nos sea posible. Esto, a nuestros oídos de hoy, suena a contradicción. Hablar de obediencia a la voluntad de Dios suena a imposición divina y sometimiento de la persona. Eso se debe a una imagen de Dios, como alguien que tiene un gran ego masculino y a que la voluntad de Dios o la de cualquier otra persona es puramente arbitraria. Pero esto no es lo que Jesús parecía sentir.

Los relatos evangélicos nos enseñan una sabiduría de humanidad que nos permiten aprender lo que es confiar en Dios, nos enseñan a verle como Padre y a adoptar una perspectiva de preocupación y responsabilidad por los otros. Nos permite buscar la curación de Jesús cuando nos damos cuenta que también nosotros, más frecuentemente de lo que pensamos, creemos que, a pesar del peso cultural y religioso de su figura, es el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago Judas y Simón. No lo decimos con estas palabras, pero la dificultad que mostramos para poner el amor a los demás como el fin de nuestras acciones revela esa necesidad de curación y de cambio.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La tarea del profeta es siempre ardua, porque se enfrenta con la rebeldía y la dureza de los corazones. Por eso, sólo puede apoyarse en Dios: el mismo que lo manda, le da la fortaleza necesaria en el momento de las dificultades.

Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 2-5

Un espíritu entró en mí y me hizo permanecer de pie, y yo escuché al que me hablaba. Él me dijo: “Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que yo te envío, para que les digas: ‘Así habla el Señor’. Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo –porque son un pueblo rebelde– sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.
Palabra de Dios.

Salmo 122, 1-4

R. Nuestros ojos miran al Señor, hasta que se apiade de nosotros.

Levanto mis ojos hacia ti, que habitas en el cielo. R.

Como los ojos de los servidores están fijos en las manos de su señor y los ojos de la servidora en las manos de su dueña: así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros. R.

¡Ten piedad, Señor, ten piedad de nosotros, porque estamos hartos de desprecios! Nuestra alma está saturada de la burla de los arrogantes, del desprecio de los orgullosos. R.

II LECTURA

San Pablo reconoce el límite y la debilidad humana. Pero no se lamenta por esto, sino que encuentra allí la ocasión para reconocer su pequeñez y la grandeza de Dios. Entonces, en adelante ya no confiará en sus propias fuerzas, sino en la Gracia divina.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 7-10

Hermanos: Para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad”. Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Palabra de Dios.

ALELUYA         cfr. Lc 4, 18

Aleluya. El Espíritu del Señor está sobre mí; él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres. Aleluya.

EVANGELIO

Jesús conoce la historia de los profetas de su pueblo. Sabe que fueron rechazados y combatidos por los más cercanos. Y Jesús, dolorosamente, pasa por la misma experiencia. No nos sorprendamos cuando esto mismo nos ocurra a nosotros. Confiemos en el Espíritu Santo que hemos recibido el día del Bautismo y nos ha hecho profetas y profetisas para anunciar la Buena Noticia en medio de nuestro pueblo.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 1-6a

Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es ésa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de sanar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Nadie es profeta en su tierra

Jesús vuelve a Nazaret, a su pueblo natal, y allí, por segunda vez, los suyos lo ven con distancia y prevención. Poco antes, según nos narra el texto (3,21), de vuelta a casa y después de elegir a los doce, la gente acudió a él en tal número, que se formaban grandes aglomeraciones y no podían ni comer. Sus parientes, preocupados por el revuelo, habían ido a buscarlo porque creían que estaba fuera de sí. Ahora (6,3) sus vecinos y los que le conocen tampoco se fían de su sabiduría ni de los gestos que hace, porque les falta la fe para creer en él. Marcos, desde el comienzo, lo presenta como el hijo de Dios que libera al hombre, pero esta enseñanza salvífica opera en el ámbito de la fe, en cambio sus paisanos lo ven como “el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago, Judas y Simón”, un hombre trabajador y nacido de gente conocida, alguien demasiado próximo como para encerrar algún misterio. Jesús queda bloqueado y sorprendido, precisamente, porque la fe estaba ausente: “Y se maravillaba de su falta de fe”. A los ojos de aquella gente, que son quienes más saben de su vida, su conducta queda tan lejos de lo religiosamente admisible que sus gestos, a pesar de lo que evidencian (curación), no merecen credibilidad. Quizá por eso la desconfianza es mayor: “No desprecian a un profeta más que en su tierra…”

La libertad del amor

Jesús, sorprende y escandaliza por su libertad, mostró comportamientos y actitudes demasiado osadas para aquella sociedad tan centrada en la normativa religiosa: interpretó las leyes con perspectiva humana y liberadora; por un lado, transgrediendo un mandato tan incuestionable como el del sábado y, por el otro, desautorizó el sentido de las normas que establecían lo puro y lo impuro orientándolo, mas bien, hacia el corazón y las intenciones de la persona, y todo ello sin ninguna autoridad reconocida para hacerlo. Su autoridad radicaba en la libertad para hacer la voluntad de Dios. Era libre para amar sin reservas a prostitutas, pobres y recaudadores. Comió y bebió las comidas impuras de los pobres y por ello fue acusado de comilón y de borracho. No se sentía atado a nada ni a nadie que obstaculizase el plan de Dios: ni a su vida ni al éxito de su misión. Su libertad no tenía límites porque tampoco la tenía su confianza en el Padre. La base de todo era, precisamente, esta confianza y, fue desde ella, como Jesús nos mostró el camino para ser audaces y abiertos, para aventurar nuevas formas que hicieran siempre posible ese desplazamiento que ponía el centro de la experiencia religiosa, antes que nada, en la cercanía de Dios-Padre y en esa atención especial al sufrimiento y el dolor de las personas, a sus carencias básicas y a su necesidad y deseo de ser curadas.

Confiar en Jesús

Jesús nos invita a participar en la Obra de Dios como lo hizo él, pero para ello tenemos que aprender a ser libres y sencillos. Cuando nos abrimos a esta forma de cooperar en la obra de la creación y nos dejamos penetrar por el Espíritu de Jesús, entonces descubrimos la acción de Dios en nosotros y comprendemos que no es nuestra obra la que llevamos a cabo sino que facilitamos la acción de Dios en la vida. Si somos capaces de escuchar a Dios de esta forma, habremos comenzado a experimentar la confianza en Jesús y a sentir la libertad radical que solo Dios puede dar. Aprender a dejar de ocuparnos solo de nuestras cosas dejándonos de motivar solo por nuestro ego, es abrirse a la transformación personal, a una forma de motivación que es obra de Dios.

El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar en esa permanente paradoja: el camino que nos abre a Jesús, es la Verdad de la vida, es un camino que nos lleva a esa libertad radical que nos permite asumir creativamente la responsabilidad de seguir haciendo un mundo para todos, apostar por otro modelo de vida. En cambio, la mayoría de las personas nos encontramos todavía lejos de esa realidad. Pero, ciertamente, no hay que abandonar por ello, no podemos olvidar que hay que seguir dando de comer a quienes lo necesitan, hay que seguir empeñándose en reducir las desigualdades y eliminar la pobreza, hay que seguir intentando que las políticas sean menos indiferentes a las diferencias de género, más respetuosas con el cuidado de la casa común, como nos recordaba el Papa Francisco en su última Carta, más exigentes con la coherencia entre los Derechos humanos y la distribución de recursos económicos básicos que permitan crear expectativas para tanta inmigración tan inhumana y para tantos proyectos de mejora de la vida, ignorados y relegados al olvido.

Confiar en Jesús es luchar contra el egoísmo, el propio y el institucional, y aprender a desarrollar un sentido de paciente insistencia en continuar la Obra de Dios. Es una tarea lenta y que, en ocasiones, pensamos imposible, pero, finalmente, es una vía segura y esperanzada para conquistar la libertad interior que la fe puede


ESTUDIO BÍBLICO

El espíritu del verdadero profeta

Iª Lectura: Ezequiel (2,2-5): El profeta, el hombre sin miedo

I.1. La primera lectura de este domingo la tomamos de Ezequiel, y viene a ser como una especie de relato de llamada profética; así es el caso de otros profetas de gran talante (Isaías 6 en el templo; Jeremías 1), porque se debe marcar una distinción bien marcada entre los verdaderos y falsos profetas. En la Biblia, el verdadero profeta es el que recibe el Espíritu del Señor. De esa manera, pues, el profeta no se vende a nadie, ni a los reyes ni a los poderosos, sino que su corazón, su alma y su palabra pertenecen el Señor que les ha llamado para esta misión. Por ello sabemos que los verdaderos profetas fueron todos perseguidos. Es probable que padezcan una “patología espiritual” que no es otra que vivir la verdad y de la verdad a la que están abiertos.

I.2. El pueblo «rebelde» se acostumbra a los falsos profetas y vive engañado porque la verdad brilla por su ausencia. Por eso es tan dura la misión del verdadero profeta. Quizás, para entender todo lo que significa una llamada profética, que es una experiencia que parte en mil pedazos la vida de un hombre fiel a Dios, debemos poner atención en que a ellos se les exige más que a nadie. No hablan por hablar, ni a causa de sus ideas, sino que es la fuerza misteriosa del Espíritu que les impulsa más allá de lo que es la tradición y la costumbre de lo que debe hacerse. Por eso, pues, el profeta es el que aviva la Palabra del Señor.

IIª Lectura: 2ª Corintios (12,7-10): La fuerza de la debilidad

II.1. La segunda lectura es probablemente una de las confesiones más humanas del gran Pablo de Tarso. Forma parte de lo que se conoce como la carta de las lágrimas (según lo que podemos inferir de 2Cor 2,1-4;7,8-12). Es una descripción retórica, pero real. Se habla del «aguijón (skolops, algo afilado y punzante) de su carne» es toda una expresión que ha confundido a unos y a otros; muchos piensan en una enfermedad. Es la tesis más común, de una enfermedad crónica que ya arrastraba desde lo primeros tiempos de la misión (cf Gal 4,13-15). Pero no habría que descartar un sentido simbólico, lo que apuntaría probablemente a los adversarios que ponen en entredicho su misión apostólica, ya que habla de un «agente de Satanás». Aunque bien es verdad que en la antigüedad el diablo escudaba los tópicos de todos los males, reales o imaginarios. ¿Es algo biológico o psicológico? En todo caso Pablo quiere decir que aparece “débil” ante los adversarios, que están cargados de razones. Quiere combatir, por el evangelio que anuncia y por él mismo, desde su experiencia de debilidad; las que los otros ven en él y la que él mismo siente.

II.2. Para ello, el apóstol recurre, como medicina, a la gracia de Dios: “te es suficiente mi gracia (charis), porque la potencia (dynamis) se lleva a cabo en la debilidad (astheneia)” (v. 9); una de las expresiones más logradas y definitivas de las teología de Pablo. Esa gracia le hace fuerte en la debilidad; le hace autoafirmarse, no en la destrucción, ni en la vanagloria, sino en aceptarse como lo que es, quién es, y lo que Dios le pide. Pablo construye, en síntesis, una pequeña y hermosa teología de la cruz; es como si dijera que nuestro Dios es más Dios cuanto menos arrogantemente se revela. El Dios de la cruz, que es el Dios de la debilidad frente a los poderosos, es el único Dios al que merece la pena confiarse. Esa es la mística apostólica y cristiana que Pablo confiesa en este bello pasaje. Es como cuando Jesús dice: «quien guarda su vida para sí, la perderá» (cf Mc 8,35) . Es un desafía al poderío del mundo y de los que actúan de esa manera en el seno mismo de la comunidad.

Evangelio: Marcos (6,1-6): Nazaret… nadie es profeta en su tierra

III.1. El texto del evangelio de Marcos es la versión primitiva de la presencia de Jesús en su pueblo, Nazaret, después de haber recorrido la Galilea predicando el evangelio. Allí es el hijo del carpintero, de María, se conocen a sus familiares más cercanos: ¿de dónde le viene lo que dice y lo que hace? Lucas, por su parte, ha hecho de esta escena en Nazaret el comienzo más determinante de la actividad de Jesús (cf Lc 4,14ss). Ya sabemos que el proverbio del profeta rechazado entre los suyos es propio de todas las culturas. Jesús, desde luego, no ha estudiado para rabino, no tiene autoridad (exousía) para ello, como ya se pone de manifiesto en Mc 2,21ss. Pero precisamente la autoridad de un profeta no se explica institucionalmente, sino que se reconoce en que tiene el Espíritu de Dios.

III.2. El texto habla de «sabiduría», porque precisamente la sabiduría es una de las cosas más apreciadas en el mundo bíblico. La sabiduría no se aprende, no se enseña, se vive y se trasmite como experiencia de vida. A su vez, esta misma sabiduría le lleva a decir y a hacer lo que los poderosos no pueden prohibir. En el evangelio de San Marcos este es un momento que causa una crisis en la vida de Jesús con su pueblo, porque se pone de manifiesto «la falta de fe» (apistía). No hace milagros, dice el texto de Marcos, porque aunque los hiciera no lo creerían. Sin la fe, el reino que él predicaba no puede experimentarse. En la narrativa del evangelio este es uno de los momentos de crisis de Galilea. Por ello el evangelio de hoy no es simplemente un texto que narra el paso de Jesús por su pueblo, donde se había criado. Nazaret, como en Lucas también, no representa solamente el pueblo de su niñez: es todo el pueblo de Israel que hacía mucho tiempo, siglos, que no había escuchado a un profeta. Y ahora que esto sucede, su mensaje queda en el vacío.

III.3. Sigue siendo el hijo del carpintero y de María, pero tiene el espíritu de los profetas. Efectivamente los profetas son llamados de entre el pueblo sencillo, están arrancados de sus casas, de sus oficios normales y de pronto ven que su vida debe llevar otro camino. Los suyos, los más cercanos, ni siquiera a veces los reconocen. Todo ha cambiado para ellos hasta el punto de que la misión para la que son elegidos es la más difícil que uno se pueda imaginar. Es verdad que el Jesús taumaturgo popular y exorcista es y seguirá siendo uno de los temas más debatidos sobre el Jesús histórico; probablemente ha habido excesos a la hora de presentar este aspecto de los evangelios, siendo como es una cuestión que exige atención. Pero en el caso que no ocupa del texto de Marcos no podemos negar que se quiere hacer una “crítica” (ya en aquél tiempo de las comunidades primitivas) a la corriente que considera a Jesús como un simple taumaturgo y exorcista. Es el profeta del reino de Dios que llega a la gente que lo anhelaba. En esto Jesús, como profeta, se estaba jugando su vida como los profetas del Antiguo Testamento. (Fray Miguel de Burgos O. P.).





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