domingo, 9 de agosto de 2015

DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO


“El que cree tiene vida eterna”

Son muchas las dificultades que tenemos que atravesar en la vida. Muchos desiertos, como el que atraviesa Elías. Algunas pueden hacernos flaquear. Unas veces surgen de manera accidental, otras veces son provocadas. Recordemos, especialmente hoy, a tantos cristianos en el mundo que sufren desprecio, persecución y muerte a causa de su fe. La Palabra de Dios que escuchamos hoy es una llamada a la esperanza.

La esperanza cristiana tiene su fundamento en Jesucristo. No consiste en esperar con los brazos cruzados a que “esta” vida acabe, aguantando lo que venga, para llegar a entrar en la “otra”. Por la fe en Cristo vivimos ya, anticipadamente, la vida eterna, que es vivir en Dios, vivir en el Amor.

Sólo en la medida en que nos dejamos transformar aquí y ahora por el amor de Dios podemos vivir y transmitir esperanza.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Elías se sentía agotado, deprimido y desilusionado. Consideraba que su vida carecía de sentido y que lo único que le quedaba era esperar la muerte. ¿No le pasa algo similar a muchos hermanos o hermanas nuestros? ¿Podría pasarnos a nosotros? Ante esto, debemos escuchar o anunciar la voz del Señor: “Anda, camina”, y seguir adelante o ayudar a otro a caminar. En esa circunstancia, está justamente el sentido de la propia vida.

Lectura del primer libro de los Reyes 19, 1-8

El rey Ajab contó a Jezabel todo lo que había hecho Elías y cómo había pasado a todos los profetas al filo de la espada. Jezabel envió entonces un mensajero a Elías para decirle: “Que los dioses me castiguen si mañana, a la misma hora, yo no hago con tu vida lo que tú hiciste con la de ellos”. Él tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su sirviente. Luego Elías caminó un día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se deseó la muerte y exclamó: “¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!”. Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero un ángel lo tocó y le dijo: “¡Levántate, come!”. Él miró y vio que había a su cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y se acostó de nuevo. Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y le dijo: “¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!”. Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.
Palabra de Dios.

Salmo 33, 2-9

R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!

Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren. R.

Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos. Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos mis temores. R.

Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.

El Ángel del Señor acampa en torno de sus fieles, y los libra. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que en él se refugian! R.

II LECTURA

Hermosos consejos para vivir en comunidad y, por supuesto, en nuestras familias. Vivir en Cristo debe modificar nuestros compartimientos y reacciones. No podemos pasar por la vida como si nada hubiera ocurrido. Jesús nos salvó, y por eso debemos vivir y anunciar esta vida nueva.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 30—5, 2
Hermanos: No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención. Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo. Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 6, 51

Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

“Ese pan bajado del cielo que al comienzo del relato se revela como el Pan de Vida se revela finalmente como el Pan Vivo, el pan que actúa a favor del Cosmos. Ese pan, para escándalo de aquellos que tenían miles de tabúes culturales y precientíficos con relación a la sangre y a la carne, les anuncia para escándalo de los buenos, piadosos y simpáticos lectores equivocados de las Escrituras que será carne para Vida del Cosmos.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 41-51

Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y decían: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: ‘Yo he bajado del cielo?’”. Jesús tomó la palabra y les dijo: “No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: ‘Todos serán instruidos por Dios’. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Alimentar la esperanza

¿Qué puede llevar a un ser humano a desear la propia muerte? Parece claro que nadie desea realmente morir. Lo que deseamos es vivir en mejores condiciones. Pero cuando el dolor ensombrece por completo nuestro corazón hasta el punto de no dejarnos ver salida alguna, es entonces cuando podemos llegar a desear no haber nacido o incluso morir.

Elías, el gran profeta con quien algunos compararon a Jesús, llega a verse en una situación de sufrimiento de estas características. Las dificultades a las que se enfrenta son tan grandes que le hacen perder toda esperanza. Tal es así, que le pide a Dios que le quite la vida. No ha perdido la fe, pero sí la esperanza.

¿Qué hace Dios ante la angustia del ser humano? Alimentar su esperanza. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias”, nos dice el Salmo de hoy.

Elías es un “hombre de Dios” que ha permanecido y permanece fiel a Él a pesar de la persecución que padece por los adoradores de otros dioses (Baal). Precisamente su fidelidad a Dios le ha llevado a esta situación extrema: huye porque Jezabel, seguidora de Baal y esposa de Ajab, rey de Israel, ha ordenado su muerte. Se dirige al monte Horeb (o Sinaí), al encuentro de Dios, buscando instintivamente en Él ayuda y consuelo. Al fin y al cabo, está en esta situación por su causa. Pero en el trayecto, a través del desierto, siente que le abandonan las fuerzas, como al pueblo de Israel cuando Dios, por medio de Moisés, lo sacó de Egipto. Y, como entonces, Dios permanece fiel. Envía un ángel, un mediador suyo, para que lo alimente, recobre las fuerzas y pueda seguir caminando hacia su encuentro. Y lo conseguirá, después de cuarenta días y cuarenta noches por el desierto. Un episodio que recuerda las tentaciones de Jesús y también su angustia en Getsemaní, con una diferencia: Jesús nunca perdió la esperanza.

¿Cómo alimenta Dios nuestra esperanza? El evangelio de hoy nos responde.

Sed imitadores de Dios

Escuchamos a lo largo de estos domingos el llamado discurso del pan de vida pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm y expuesto en el capítulo 6 del evangelio de San Juan. Como sabemos, el evangelio de Juan tiene un estilo literario muy característico. A diferencia de los sinópticos, Juan no narra la institución de la eucaristía en la última cena. En su lugar introduce el relato del lavatorio de los pies, que también tiene un fuerte significado eucarístico. A Juan no le interesa tanto el relato de los hechos cuanto su significado. Por eso, su evangelio está repleto de referencias implícitas al misterio de la eucaristía. El discurso del pan de vida es una de ellas.

En el evangelio de hoy, Jesús se dirige a personas que buscan la felicidad, que buscan una vida plenamente realizada en Dios, pero que no acaban de creer en él y en su mensaje. Jesús les resulta demasiado familiar como para creer que en él hay algo divino. Lo divino, piensan, debería ser extraordinario, suprahumano. Por eso siguen esperando signos y portentos. Pero están buscando a Dios donde nunca lo encontrarán.

Murmuran contra Jesús, como hicieran los israelitas contra Moisés antes de recibir el maná enviado por Dios. Sus críticas recuerdan también las que mencionan los sinópticos cuando Jesús predica, esta vez, en la sinagoga de su propio pueblo, Nazaret: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3). Jesús responde: el Padre me ha enviado, yo conozco al Padre porque procedo de Dios y nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre.

El evangelio de Juan nos recuerda lo que aparece en él como una constante: Dios es, en sí mismo, amor, relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la última cena las palabras de Jesús serán “nadie va al Padre sino por mí”, pero ahora nos está diciendo “nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre” y “todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí”. La reciprocidad es plena. No es ya un ángel quien viene a visitarnos, como a Elías, sino Dios mismo que se ha hecho compañero de camino. No es ya pan o maná el alimento que Dios envía, sino Dios mismo entregándose para que tengamos vida plena. Así, por medio de Jesucristo, es como Dios alimenta nuestra vida y nuestra esperanza.

San Pablo nos exhorta a ser imitadores de Dios, que no es otra cosa que vivir en el amor. Alimentados con la misma vida de Dios, que se nos da por Jesucristo, somos enviados a llevar esa misma vida a los demás, enviados a hacerle presente en el mundo aliviando angustias y alimentando esperanzas.

La vida eterna empieza aquí y ahora

Moisés y Elías representan la esencia de la fe judía: la Ley y los profetas. Es característico en Juan contraponer Antigua y Nueva Alianza mostrando cómo la Nueva se apoya en la Antigua pero la supera. Jesús lleva a plenitud lo que Dios había comunicado a través de Moisés y Elías. La liberación que alcanzamos por Jesús no es solamente una liberación de la esclavitud, es la liberación plena: del pecado y de la muerte. Por eso dice Jesús de quien va a él atraído por el Padre: “yo lo resucitaré el último día”. Y las promesas de los profetas de que llegaría un tiempo mesiánico por fin se han cumplido. Por eso Jesús cita un pasaje de Isaías referido a la nueva Jerusalén: “Todos tus hijos serán discípulos de Yavé” (Is 54, 13).

Hay aquí algo muy importante que no se nos puede escapar de ninguna de las maneras si no queremos desvirtuar completamente el mensaje del Evangelio: “el que cree tiene vida eterna”.

Con idénticas palabras lo encontramos en 1 Jn 5, 13. Es así como San Juan expresa, con una elaboración teológica propia, la idea de Reino de Dios que encontramos en los sinópticos. No hay que morir para tener la vida eterna, no hay que morir para entrar en el Reino de Dios. Quien cree en Jesucristo y, por lo tanto, vive desde el amor, ya está viviendo anticipadamente una vida eterna, una vida nueva, transformada, que por la resurrección llegará a plenitud.

El pan de vida es Jesús, que se da en la eucaristía, en el pan y la Palabra cuando son acogidos desde la fe. Confiando en Jesús, creyendo en él, ya vivimos una vida nueva, plena y eterna.


ESTUDIO BÍBLICO

De la sabiduría a la Eucaristía

Iª Lectura: 1Reyes (19,4-8): La fuerza de Dios en el corazón del profeta

I.1. La primera lectura nos narra una de las escenas más maravillosas y excepcionales del profeta Elías, el prototipo del profetismo del Antiguo Testamento, quien en tiempo de Ajaz y la reina fenicia Jezabel, su esposa (en el reino del norte, Israel), luchó a muerte por el yahvismo (la religión judía) que la reina quería “sincretizar” con sus creencias paganas. El profeta Elías, un defensor a ultranza del monoteísmo (sólo existe un Dios, Yahvé, y ninguno más) y de sus exigencias éticas, se enfrenta con la reina y sus lacayos. Sabemos que, en el fondo, es una guerra de religión, un enfrentamiento de culturas, donde el profeta Elías había derrotado a espada a los profetas de Baal (dios cananeo-fenicio) y eso le hace huir hacia el Horeb, que es el monte Sinaí en una tradición bíblica.

I.2. Elías va al encuentro de las verdaderas raíces del yahvismo, como podemos encontrar en Ex 19. El ángel de Dios le anima, le pone un pan y agua para que prosiga en esta huida, como Moisés, hacia el monte de Dios (en el Horeb), para beber en la verdadera fuente del yahvismo. Hay mucho de simbólico en esta narración, como se ha reconocido en la interpretación de los expertos. No todo lo que hay en la historia de Elías y su lucha por el yahvismo es hoy aceptable desde el punto de vista teológico, aunque defender los principios de una religión que se fundamenta en la justicia, como hace Elías en otras ocasiones, sí es ejemplo de radicalidad. Dios viene en ayuda del profeta, porque la lucha es “a muerte”. Defender una causa justa en nombre de Dios, no es apologética o fundamentalismo, o no debe serlo al menos, sino que es humanizar la religión.

IIª Lectura: Efesios (4,30-5,2): Dios, inspirador de nuestra vida

II.1. La segunda lectura prosigue con la exhortación a la vida nueva que lleva consigo el sello del Espíritu que deben poseer los cristianos. Lo que el autor pide, como consecuencia de esta identidad cristiana en el Espíritu, es determinante para conocer lo que hay que hacer como cristianos; es lo que se llama la praxis: evitar la agresividad, el rencor, la ira, la indignación, las injurias, y toda esa serie de maldades o miserias.

II.2. La alternativa es ser imitadores de Dios, es decir, bondadosos, compasivos y perdonadores. No es un imposible lo que se propone en el sentido de que Él sea nuestra vara de medir, sino tener los mismos sentimientos que Dios, como Padre, tiene con todos nosotros; así los debemos tener los unos con los otros. Nos recuerda algunos aspectos del Cristo joánico: como el Padre me ha amado, así os amo yo.

Evangelio: Juan (6,41-51): “Yo soy” el pan de vida

III.1. El contraste entre la Ley del AT y la persona de Jesús es una constante en el evangelio de Juan. Frente a la Ley y su mundo, y especialmente frente a la interpretación y manipulación que hacían los judíos, el evangelio propone a Jesús como verdadera “verdad” de la vida. Por eso mismo, los autores de San Juan se inspiran en la Sabiduría divina a la hora de interpretar el AT y de lo que Jesús ha venido hacer como Palabra encarnada. En el AT se hablaba de la Sabiduría divina que habría de venir a este mundo (cf Pro 1,20ss; 8; 9,1ss; Eclo 24,3ss.22ss; Sab 7,22-8,8; 9,10.17) como Palabra para iluminar en enseñar la forma de llevar a cabo el proyecto salvífico de Dios. Por eso mismo, en este discurso de Jn 6 se tienen muy en cuenta estas tradiciones sapienciales como de más alto valor que el mismo cumplimiento de los preceptos de la Ley. Y en Jn 6 se está pensando que Jesús, la Palabra encarnada, es la realización de ese proyecto sapiencial de Dios.

III.2. El evangelio de hoy nos introduce en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico, Juan está discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista les propone las diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también prácticas. Su cristología pone de manifiesto quién fue Jesús: un hombre de Galilea, de Nazaret, hijo de José según se creía ¿cómo puede venir del cielo? Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las protestas de los oyentes le da ocasión al Jesús joánico, no de responder directamente a las objeciones, sino de profundizar más en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la eucaristía). Pero ahí aparece una de las fórmulas teológicas joánicas de más densidad: yo soy el pan de vida. Y así, el discurso sapiencial se hace discurso eucarístico.

III.3. La presencia personal de Jesús en la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida que Jesús tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte. Y aunque se use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la «carne» representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por nosotros. Y es en esa historia donde Dios se ha mostrado al hombre y les ha entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida. Harían falta muchas más páginas para poder exponer todo lo que el texto del evangelio de hoy proclama como “discurso de revelación”. El pan de vida, hace vivir. Esta es la consecuencia lógica. Casi todos los autores reconocen que estamos ya ante la parte eucarística de Jn 6.


III.4. Aparece aquí, además, uno de los puntos más discutidos de la teología joánica: la escatología, que es presentista y futura a la vez. La vida ya se da, ya se ha adelantado para los que escuchan y “comen” la “carne” (participación eucarística”). Pero se dice, a la vez, que será “en el último día”. Esto ha traído de cabeza a muchos a la hora de definir qué criterios escatológicos se usan. Pero podemos, simplificando, proponiendo una cosa que es muy importante. La vida que se nos da en la eucaristía como participación en la vida, muerte y resurrección de Jesús no es un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero. Nosotros no podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias de nuestra vida histórica. La eucaristía, como presencia de la vida nueva que Jesús tiene como resucitado, es un adelanto sacramental en la vida eterna. Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos que esta muerte es el paso a la vida eterna. Y en la eucaristía se puede “gustar” este misterio. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).





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