domingo, 30 de agosto de 2015

DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO


“No basta la sola práctica externa, la apariencia”

Se dice “aparentar” a la actitud de aquella persona o grupo que creen o dicen tener unas características, cualidades, valores… que en realidad no poseen.

Las apariencias son muy humanas y las utilizamos para nuestras relaciones humanas, pero ante Dios no sirven de nada.

¿Cuántas veces hablamos sobre otras personas fijándonos en apariencias…? Es fácil recordar esa frase de Antoine de Saint-Exupery, en el Principito: “lo esencial es invisible a los ojos, sólo se ve bien con el corazón…”.

Pues la liturgia de la Palabra precisamente nos quiere hacer ver con el corazón, que no nos fijemos en las apariencias o gestos externos. Dios si se fija en el corazón del hombre…

Y hoy Jesús, una vez más, no se queda en las apariencias de las personas sino que va al corazón, a las obras. Denuncia la práctica formalista de la Ley, la charlatanería sin las obras. Él quiere vida y nosotros le damos ritos.

Las palabras del profeta Isaías, citadas por Jesús para criticar tantos ceremonias y ritos celebrados de manera rutinaria y vacía, para aparentar, en la sociedad judía: “así dice Yahvé: este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”.

Han pasado generaciones y generaciones… ¿y seguimos… aparentando…?

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

En la ley de Dios está la sabiduría para comportarnos en la vida cotidiana y vivir en santidad. No hace falta agregar mandatos ni complicar las normas, como hicieron algunos fariseos en el tiempo de Jesús. Viviendo con sencillez y teniendo como regla suprema el amor, estaremos cumpliendo la voluntad de Dios.

Lectura del libro del Deuteronomio 4, 1-2. 6-8

Moisés habló al pueblo, diciendo: Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno. Observen los mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo se los prescribo. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: “¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!”. ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes?
Palabra de Dios.

Salmo 14, 2-5
R. Señor, ¿quién habitará en tu Casa?

El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. R.

El que no hace mal a su prójimo ni agravia a su vecino, el que no estima a quien Dios reprueba y honra a los que temen al Señor. R.

El que no se retracta de lo que juró, aunque salga perjudicado. El que no presta su dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que procede así, nunca vacilará. R.

II LECTURA

¿Qué efecto produce en nosotros la Palabra de Dios? Hace que nos movamos hacia las obras buenas y, en especial, que tomemos en cuenta a los más desposeídos y necesitados. Pidamos al Espíritu Santo que suscite en nosotros, con creatividad y decisión, la forma de poner en práctica la Palabra de Dios.

Lectura de la carta de Santiago 1, 17-18. 21b-22. 27

Queridos hermanos: Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quien no hay cambio ni sombra de declinación. Él ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación. Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten solo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos. La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo.
Palabra de Dios.

ALELUYA         Sant 1, 18

Aleluya. El Padre ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación. Aleluya.


EVANGELIO

Jesús se vuelve radicalmente contra las leyes y las tradiciones que no están enraizadas en el centro del mandamiento del amor a Dios y al prójimo, sino originadas simplemente por egocentrismo “humano” y que buscan ventajas personales a costa de los demás. Con mayor razón, Jesús condena el fingimiento y la falsedad de las personas que buscan fundamentar esas ventajas “en nombre del templo”, es decir, de la fe. Definitivamente, lo más importante es educar el propio corazón en lo principal: el amor a Dios y al prójimo.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce y de las camas. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?”. Él les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos”. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”. Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Una religión de amor y no de leyes

El pueblo de Israel pensaba que con el solo cumplimiento externo de la ley, podrían salvarse. Nada les decía lo que tenían en su interior, en su corazón, en sus actitudes… Solamente la fiel observancia de la ley de Moisés podía obtenerles la salvación.

Pero Jesús quiere una religión distinta, una religión de personas libres, frente a una religión judía, caracterizada por el formalismo en la que todo estaba perfectamente determinado, desde la anchura de las filacterias y colgantes que llevaban en sus atuendos, hasta los pasos que se podían recorrer en el sábado. Y Jesús se empeña en enseñar a los suyos que todas esas prescripciones para nada constituyen el meollo de la relación que cada uno debe tener con Dios, tal como él la entiende y vino a explicarla a la tierra.

El relato evangélico de hoy refleja uno de los momentos en que Jesús pone de relieve este estilo de hombre libre frente a la norma estricta, que deberá caracterizar al que quiera ser discípulo del Maestro.

Y los fariseos, en su afán de ridiculizar a Jesús, enfrentándolo con su pueblo, tenían montado un tinglado de espionaje a su alrededor para ver si cumplía con lo preceptuado en la ley mosaica.

Con ese planteamiento, nos situamos en el evangelio que acabamos de leer en este domingo. Todo un encadenamiento de situaciones conflictivas a las que conduce una religión que se fija solo en las leyes y en lo externo… no es de extrañar que Jesús recuerde lo que decía el profeta Isaías: “este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mi…”

En el fondo, lo que Jesús quería dejar en manifiesto, era toda su concepción de la vida religiosa de la que los fariseos, y así lo practicaban y enseñaban, se habían formado un concepto erróneo.

Hoy también hay muchos cristianos que reducen su vivencia religiosa, su fe… a lo meramente externo, que se limitan a cumplir ritos, obligaciones, prácticas… y que piensan que con su cumplimiento ya realizan lo que Dios espera de ellos. Y aún más, que desde esa atalaya juzgan a todos los demás cristianos.

Sí que es cierto que no se trata de ignorar y abandonar toda práctica religiosa o dejar de lado los signos externos. Hay prácticas que, a veces, tanto significan en ciertos ambientes, pero que no pueden convertirse en la esencia de nuestra vivencia religiosa, porque ellas no son suficientes para justificar nuestra fe personal. Es preciso formar e informar, dar vida, calor y color a nuestra vivencia externa para que sirva de provecho a aquellos que lo viven y a los que están a nuestro alrededor… porque debemos predicar con el ejemplo.

Jesús quiere vida y nosotros con frecuencia sólo le damos ritos: “dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”.

Es, precisamente el apóstol Santiago, quien hoy, en la segunda lectura, nos exhorta a “llevar a la práctica la palabra, no limitándonos a escucharla, engañándonos a nosotros mismos”.

Y llevar a la práctica la palabra de Dios es obrar conforme a su querer… El mismo apóstol cita unas cuantas obras de misericordia, pero ¡cuántas podríamos añadir…! es entregar a Dios nuestro corazón en la fe y en el amor.

No olvidemos que la vida cristiana está basada en el amor, y en vez de minucias y legalismos pide verdad, justicia y amor, porque “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27).

La palabra de Dios que se nos ofrece es un regalo que nos viene de lo alto y a nosotros nos toca meditarla para cambiar de mentalidad y de conducta, porque todos hemos vivido y vivimos ¿algo… mucho? de ritualismo, pero ojalá sepamos “ver más con el corazón”, de lo contrario… seguimos con las apariencias.


ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Deuteronomio (4,1-8): La grandeza de los mandamientos

I.1. El libro del Deuteronomio, que es uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios. Este libro tuvo una historia muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a las actitudes antiproféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran rey, abrió las puertas de la reforma religiosa. Entonces, los círculos proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones religiosas muy importantes.

I.2. La lectura de hoy era el comienzo del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría los mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto de acercar a Dios a todos nosotros.

IIª Lectura: Santiago (1,17-27): Abrirse a los dones divinos

II.1. La carta de Santiago recoge la enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que se eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto lleno de claves sapienciales en la mejor tradición de la teología judía. Dios ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el autor de la carta, en la palabra de Dios.

II.2. Valoramos aquí una legítima teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide, para que pueda salvarnos, ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago es de una efectividad incomparable, como sucede en su discusión sobre la fe y las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos necesitan: a los huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera adoración de Dios.

Evangelio: Marcos (7,1-23): La voluntad de Dios humaniza

III.1. El evangelio, después de cinco domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y tradiciones humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones de los padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan las manos antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a ser alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo que es voluntad de Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones religiosas y sociales distintas.

III.2. Este conjunto de Mc 7,1-23 es bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos cuestiones las que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2) el lavarse las manos. En realidad es lo primero más importante que lo segundo. El ejemplo que mejor viene al caso es el de Qorbán (vv.9-13): el voto que se hace a Dios de una cosa, por medio del culto, lo cual ya es sagrado e intocable, si no irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a los hombres, a necesidades humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie pueda dispensar de ello. Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser necesario para nosotros y los nuestros en tiempos posteriores no tendría sentido que se mantenga bajo la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos discutían a fondo esta cuestión. La respuesta de Jesús pone de manifiesto la contradicción entre el Qorbán del culto y el Decálogo (voluntad de Dios), citando textos de la Ley: Ex 20,12;21,17;Dt5,16;Lv 20,9). Dios, el Dios de Jesús, no es un ser inhumano que quiera para sí algo necesario a los hombres. Dios no necesita nada de esas cosas que se ponen bajo imperativos tradicionales. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no quiere, pero si lo quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer la suya.

III.3. Los mandamientos de Dios hay que amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una dimensión de felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con todo el corazón y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se presentan como de Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de ghettos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien comprendida. Jesús lo deja claro: lo que mancha es lo que sale de un corazón pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón abierto y misericordioso con todos los hermanos. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).




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