domingo, 23 de agosto de 2015

DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Tú tienes palabras de vida eterna”

La liturgia de los domingos anteriores fijaba la atención en los signos que hacía Jesús: tomar, bendecir y repartir. Signos propios eucarísticos del capítulo del Pan de Vida.

En este domingo, el evangelio invita a manifestar públicamente las declaraciones de intenciones personales, familiares y sociales (1ª lectura).

Las palabras de Jesús son un revulsivo para el auditorio, crean una profunda crisis en el ambiente y obliga a los presentes a tomar una decisión: revisar la hoja de ruta de las relaciones con Dios y con los demás. Aceptar o rechazar a Cristo.

“¿También ustedes quieren irse?”, es la pregunta de Jesús que tiene como respuesta el dicho de Pedro: ¿a quién vamos a acudir?, y el de los israelitas: “Lejos de nosotros abandonar al Señor” y recordatorio de la Alianza: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”.

Las preguntas de Josué y de Jesús, sirven para desenmascarar las ambigüedades en la relación con Dios y el prójimo.

El miedo a lo desconocido, al futuro, a la libertad y la responsabilidad que conlleva, obligan al cristiano de “siempre” a sumarse, al menos numéricamente, al seguimiento del Señor Jesús.

En cada historia está la presencia amorosa de Dios, (relación familiar, 2ª Lect.) y que para encontrarla basta con hacer un alto en el camino, repasar el paso histórico de Dios en la vida y asentir dicha presencia aceptando el modo de hablar de Cristo y responderle como Pedro: “Tú tienes palabras de vida eterna”.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

En el antiguo contexto politeísta, había muchos dioses para elegir. ¿Por qué elegir entonces al Señor Yavéh? En la respuesta del pueblo, aparece la historia de liberación; ellos ya tienen experiencia de quién es este Dios. Así, la Alianza es un pacto con este Dios al cual conocemos no por haber oído de él, sino por haber experimentado su presencia y sus acciones. Por esta experiencia podemos decir que este es el Dios que libera.

Lectura del libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b

Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a todo el pueblo: “Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor”. El pueblo respondió: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios”.
Palabra de Dios.

Salmo 33, 2-3. 16-23

R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!

Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren. R.

Los ojos del Señor miran al justo y sus oídos escuchan su clamor; pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. R.

Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos. R.

El justo padece muchos males, pero el Señor lo libra de ellos. Él cuida todos sus huesos, no se quebrará ni uno solo. R.

La maldad hará morir al malvado, y los que odian al justo serán castigados; pero el Señor rescata a sus servidores, y los que se refugian en él no serán castigados. R.

II LECTURA

Estas palabras tienen una fuerte carga de la organización patriarcal de la época, donde el varón era considerado cabeza de familia. Sin embargo, al situar a ambos cónyuges en la dinámica del amor cristiano, la carta impulsa a vivir las relaciones familiares no desde la organización jerárquica, sino desde un sentido comunitario y de reciprocidad.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 21-33

Hermanos: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres a su propio marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Los maridos amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne”. Éste es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su propia mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.
Palabra de Dios.

ALELUYA        cf Jn 6, 63. 68

Aleluya. Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida; tú tienes palabras de Vida eterna. Aleluya.

EVANGELIO

¿Qué nos llevará a optar entre seguir a Jesús o dejarlo? Pedro, en nombre de los Doce, responde desde su profunda convicción: no hay otro en quien encontrar palabras de Vida Eterna. Muchas otras palabras que se dicen por ahí, solo traen tristeza y muerte. Pero nosotros optamos por estar con Jesús y seguir alimentándonos con su palabra sanadora y salvadora.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 60-69

Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen”. En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

 “Este modo de hablar es inaceptable”

Hoy en día muchos modos de hablar (por no decir todos) son “aceptables” dando como fruto pérdida de credibilidad en la palabra y de falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

La confianza, consecuencia lógica de la coherencia entre dicho y hecho, mide el índice de adhesión a una causa, fortalece la fe en ella y aumenta el creer.

Los signos que Jesús hacía (y no olvidemos que sigue haciéndolos hoy) no bastó para que le siguieran sin dudas.
En el mundo de hoy el ruido, externo e interno (éste de manera más intensa) ahogan la palabra y consecuentemente la confianza y la credibilidad en ella.

Muchos, que dicen ser cristianos, no oyen ni escuchan esa palabra de Dios y no se plantean ni aceptarla ni rechazarla.
La escucha atenta (léase oración-estudio) del modo de hablar de Dios, origina en el oyente confianza en la persona que habla (Jesús y Josué) y en aquello que dice. Rompe la indiferencia.

En algún momento de la vida hay un Siquén donde se tiene forzosamente que tomar conciencia (individual y comunitariamente) de la liberación de toda esclavitud por medio de los “grandes signos” de ternura y misericordia de Dios y dar una respuesta consecuente a la pregunta “¿también vosotros queréis marcharos?” respondiendo “lejos de nosotros abandonar al Señor”, pues “Tú tienes palabras de vida eterna”.

No es tanto en el plano intelectual donde existe la dificultad de respuesta a las cuestiones del Señor, sino en el plano moral, en la demanda moral de Cristo, que obliga al cristiano a aceptar algo que puede (mejor dicho, casi seguro) complicarle la vida de manera existencial. La confianza en las palabras de Jesús, el paso de su vida por la historia del discípulo, impulsan a éste a un verdadero salto mortal, (con tentaciones de vacío) que únicamente al hacerlos vida compartida, notará apoyo en tierra firme en el salto.

El cristiano puede y debe ser fiel y leal con Dios; puede vivir con dignidad, a pesar de su debilidad; puede vivir bien la vocación que Dios le ha dado; puede ir alcanzando poco a poco la santidad, a la que está llamado. Con sus solas fuerzas, no puede, con la ayuda, que Dios, sí.

Decidido firmemente a no abandonar al Señor, el cristiano ha de evaluar periódicamente su hoja de ruta y corregir los desvíos que el mundanal ruido haya podido introducir. Revisar periódicamente la relación con Dios, la calidad de los lazos familiares, el comportamiento ético y moral, la solidaridad con los más necesitados, es no servir a dioses extranjeros y sí vivir el evangelio del espíritu que da vida.

“Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios” y por ello nuestra fe, la de la Iglesia, es una fe creativa, amasada con la humildad y la docilidad, que nos hace decir como a los israelitas “nosotros serviremos al Señor” (Josué, 24, 18).

La respuesta sincera de Pedro es señal inequívoca de un conocimiento profundo del apóstol hacia el Maestro. No son palabras huecas las de Jesús, a pesar de la dificultad de entenderlas, sino palabras que se prenden en esa hoja de ruta para convertirlas en normas de vida.

La convivencia con Jesús abre el misterio de Dios a la humanidad para engendrar vida en el mundo de la misma manera que el amor conyugal fundado en el amor de Cristo a su Iglesia (2ª Lect.) engendra vida en el mundo.
Cristo es el único que puede darnos el verdadero propósito para nuestra vida, si es aceptado y desarrollado por la moción del Espíritu de Dios en cada uno de nosotros.

Es necesario tomar una decisión fundamentada en la propia experiencia. Muchos abandonan lo religioso porque piensan que les irá mejor.

Y tú, ¿también quieres marcharte?

O ¿sigues a Cristo porque no tienes a quién acudir?

En cualquiera de los casos Él es la vida eterna.


ESTUDIO BÍBLICO.

La Eucaristía, Pacto de Vida

Iª Lectura: Josué (24,1-18): Israel en las manos de Dios

I.1. La primera lectura nos habla del famoso pacto de Siquén en el que el sucesor de Moisés al frente del pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, y ya introducido y poseedor de la tierra prometida, convoca a todas las tribus para hacer un pacto, una alianza con Yahvé. ¿Por qué? Cuando los israelitas llegaron a Canaá se encuentran con que sus habitantes tienen sus dioses, sus santuarios, lo cual ha de influir bastante en los advenedizos; no se cambia de la noche a la mañana una cultura religiosa acendrada en la situación social y antropológica de ese pequeño territorio. Este pacto, desde luego, es presentado en la Biblia como el prototipo de la unidad de tribus, cada una de las cuales tenía sus intereses sociales y políticos; e incluso, lo más probable, es que no todas las tribus hubieran tenido la experiencia de la esclavitud de Egipto y del paso por el desierto.

I.2. Habría que considerar en el marco de la lectura de este texto de Josué una serie de propuestas sobre el origen de “Israel” en la tierra prometida, que hoy se proponen desde la arqueología y desde un planteamiento de sociología religiosa. Se ha llegado a hablar que el origen de Israel en Palestina es el fruto de una “revuelta campesina” (cito los autores más famosos: G. Mendenhall y N. K. Gottwald) que se ha trasmitido a la posteridad bajo un pacto religioso de las tribus para dar coherencia y unidad. No quiere decir que las tesis tradicionales de la Biblia: un grupo de esclavos que sale de Egipto bajo el liderazgo de Moisés se deba descartar. Pero la forma en que la Biblia narra las cosas no han de ser aceptadas sin tener en cuenta los datos de la arqueología, la antropología y la sociología religiosa. La Biblia ha escrito su “historia” desde arriba, desde el proyecto de Dios, eso es lo importante. Pero eso no significa que “Israel” sea un puro proyecto divino en sus pormenores.

I.3. El autor de este relato quiere decir que la unidad de las tribus había que conseguirla con un pacto religioso con el que se comprometían en servir a Yahvé y abandonar a los dioses cananeos. Es lo que algunos han llamado la “anfictionía” a imagen de lo que se conoce de Grecia e Italia, en torno a un santuario común. No está claro este asunto y hoy es históricamente menos interesante. Lo que importa para el autor deuteronomista, es el reto constante de la religión de Israel, nunca conseguido, como combaten frecuentemente los profetas y los encargados de la ortodoxia religiosa de Israel y Judá. El texto de hoy es propio de una escuela teológico-catequética, llamada deuteronomista (porque se inspira en el libro de Deuteronomio), idealizando los orígenes y las fidelidades del pueblo a su Dios. Es una propuesta, además, de futuro: sólo Dios puede salvar a su pueblo en todas las situaciones. ¿Es eso así? Para un pueblo que ha construido su vida en torno a Yahvé como identidad no es y no debe ser nada extraño. Desde el punto de vista teológico y espiritual tener confianza (emunah) en Dios es decisivo.

IIª Lectura: Efesios (5,21-32): La familia cristiana vive en el amor de entrega

II.1. La segunda lectura es uno de los textos más expresivos y polémicos del NT, ya que el simbolismo de la cabeza y el cuerpo (Cristo y la Iglesia), aplicado a las relaciones hombre y mujer en el matrimonio, ha dado mucho que hablar en estos tiempos de reivindicaciones de los derechos de la mujer. Pero este texto no está escrito en esos términos polémico-reivindicativos. Se trata de hacer una lectura de la familia (técnicamente se le conoce como «código familiar») aplicando los principios de la eclesiología: la Iglesia no es nada sin su Señor, que ha dado su vida por ella. Eso no es lo mismo en el matrimonio, donde hombre y mujer están en el mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. La sumisión es de uno a otro si se entiende positivamente, ya que en el matrimonio no hay sumisión, sino entrega mutua.

II.2. Pues a pesar de todo, como el prototipo de esta forma de hablar es el romance de Cristo con su Iglesia, el matrimonio debe entenderse así en su realidad radical; es un romance de amor, de entrega, de generosidad, de dar la vida el uno por el otro, como Cristo y la Iglesia. Este romance de amor tiene todo su sentido si el amor de los esposos toma como prototipo el de Cristo a su Iglesia. Quiere eso decir que el amor del que aquí se habla no es el erótico, ni el de pura amistad, ni siquiera el amor “familiar” que es un amor específico. Los cristianos viven, pueden vivir todos esos amores, sin duda, y los necesitan. Pero el que da sentido al matrimonio “cristiano” es el amor de entrega absoluta a ejemplo de cómo Cristo se ha entregado por la Iglesia.

Evangelio: Juan (6,60-69): Eucaristía y vida

III.1. El evangelio del día es la última parte del capítulo sobre el pan de vida y la eucaristía. Como momento culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la teología joánica sobre Jesús y la eucaristía, la polémica está servida ante los oyentes que no aceptan que Jesús pueda dar la vida eterna. Se habla, incluso, de discípulos que, escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su vez, que abandonan la comunidad que defendía esa forma de comunicación tan íntima de la vida del Señor resucitado. Pero la eucaristía es solamente un anticipo, no es toda la realidad de lo que nos espera en la comunión con la vida de Cristo. Por ello se recurre al símil del Hijo del hombre que ha de ser glorificado, como nosotros hemos de ser resucitados.

III.2. Ahora, el autor o los autores, se permite una contradicción con las afirmaciones anteriores de la “carne”: “el Espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada”. Nunca se han podido explicar bien estas palabras en todo el contexto del discurso de pan de vida, donde la identidad “carne” es el equivalente a la vida concreta que vivimos en este mundo. Es la historia del Hijo del hombre, de Jesús, en este mundo. ¿Por qué ahora se descarta en el texto? Porque en este final del discurso se carga el horizonte de acentos escatológicos, de aquello que apunta a la vida después de la muerte, a la resurrección y la vida eterna. Y la vida eterna, la de la resurrección, no es como vivir en este mundo y en esta historia. Tiene que ser algo nuevo y “recreado”. Es una afirmación muy en la línea de 1Cor 15,50: “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”.


III.3. Este es uno de los grandes valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la teología joánica. La Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de Jesús en la cruz. Es también un sacramento escatológico que adelanta la vida que no espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la eucaristía. Jesús, pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de esta vida. E incluso les da la oportunidad de poderse marchar libremente. Las palabras de Pedro, que son una confesión de fe en toda regla, descubren la verdadera respuesta cristiana: ¿A dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Todo esto acontece en la eucaristía cuando se celebra como mímesis real y verdadera de lo que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto de vida eterna. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).


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