domingo, 18 de noviembre de 2018

DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Verán venir al Hijo del hombre”

Ser “ciudadanos de nuestro tiempo”, sin lamentarnos por lo que ya fue, ni desesperanzarnos por lo que vendrá, ha sido un desafío constante para los cristianos de todas las épocas. Las lecturas de este Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, con su particular lenguaje apocalíptico, tienen buena noticia para todos los que buscamos responder a ese desafío. A nuestro futuro se promete, en medio de los tiempos difíciles, “la salvación del Pueblo” —primera lectura— y a nuestro pasado, en Cristo, se le anuncia la sobreabundancia del perdón —segunda lectura. Para ser cristianos en el mundo de hoy se nos pide escuchar a Dios que está cerca, ¡a la puerta!

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El profeta nos anuncia que el mundo terrenal no es eterno. En este mundo, todavía luchan el bien y el mal. Daniel nos hace mirar con esperanza hacia el triunfo final, en que el Señor nos levantará para la Vida y la Luz.

Lectura de la profecía de Daniel 12, 1-3

En aquel tiempo, se alzará Miguel, el gran Príncipe, que está de pie junto a los hijos de tu pueblo. Será un tiempo de tribulación, como no lo hubo jamás, desde que existe una nación hasta el tiempo presente. En aquel tiempo, será liberado tu pueblo: todo el que se encuentre inscrito en el Libro. Y muchos de los que duermen en el suelo polvoriento se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el horror eterno. Los hombres prudentes resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas, por los siglos de los siglos.
Palabra de Dios.

Salmo 15, 5. 8-11

R. Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.

El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré. R.

Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.

Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.

II LECTURA

Jesús realizó en su vida la ofrenda perfecta, y ahora está sentado junto a Dios. Él, que caminó en esta tierra y compartió nuestra historia, que se hizo solidario de nuestras fatigas y dolores, ahora nos espera al lado de Dios. Y cuando el mal y el pecado sean vencidos definitivamente nosotros también estaremos junto a Dios.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 11-14. 18

Hermanos: Los sacerdotes del culto antiguo se presentan diariamente para cumplir su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que son totalmente ineficaces para quitar el pecado. Cristo, en cambio, después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies. Y, así, mediante una sola oblación, él ha perfeccionado para siempre a los que santifica. Y si los pecados están perdonados, ya no hay necesidad de ofrecer por ellos ninguna otra oblación.
Palabra de Dios.

ALELUYA         Lc 21, 36
Aleluya. Estén prevenidos y oren incesantemente: así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre. Aleluya.

EVANGELIO

Jesús fue un contemplativo y un gran observador. Él vio en los brotes de la higuera el símbolo para interpretar la llegada del reino de Dios, así nos exhorta para que adoptemos esta misma actitud contemplativa y vigilante. Hay personas que se alarman sólo con escuchar la expresión “fin del mundo”. Pero Jesús nos dice: “¡Miren! ¡Verán que llega el Hijo del Hombre!”.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 13, 24-32

Jesús dijo a sus discípulos: “En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Comparto con ustedes algunas pautas para una homilía que no sucumba en el lenguaje apocalíptico.

Discurso escatológico de Marcos

Nos encontramos en el discurso escatológico de Marcos. En el diálogo íntimo entre el Maestro y sus discípulos, se pregunta a Jesús cuándo sucederá el final y cuál será la señal. La respuesta en el relato posee, a la vez, una doble perspectiva, de futuro y de presente. En la perspectiva de futuro, el texto asume las imágenes de la teofanía y apocalíptica judía del día del Señor (Mt 24). Este lenguaje, por pertenecer a un tipo de expresión que no estamos muy familiarizados, puede distraer y atemorizar mucho… Pero para responder sobre el fin de los tiempos y la preocupación por el futuro, Marcos reconduce la atención al presente, marcado por la cruz del Hijo del hombre que exige tomar partido a favor de él y su palabra.

Confianza en medio de los signos de gran tribulación.

Ante las grandes preguntas, que suelen presentarse inesperada y simultáneamente en los momentos más difíciles, experimentamos, no pocas veces, perder el camino, las hojas de ruta y cualquier clase de “satélite” con que orientarnos. Es oportuno reconocer que, hay veces, la vida misma parece detenerse en un “shock cósmico” —sol en tiniebla, luna sin resplandor, estrellas por el suelo, etc. —, causándonos desconcierto, dolor y, sobre todo, un temor que roba toda esperanza. Las palabras del Jesús para los suyos no son de terror, sino todo lo contrario. Precisamente, en esos días, nos dice: “verán al Hijo del Hombre”, que viene a reunir a sus elegidos… ¡a nosotros!

La enseñanza de la higuera.

En el comienzo, cuando la humanidad se sintió desnuda y expuesta en su máxima fragilidad, la higuera, como don de Dios, les proporcionó “abrigo y protección”. Así nos lo muestra el relato de Adán y Eva que, al utilizar las hojas de esta planta, supieron descubrir, a tientas, al Dios que nos cobija, aun cuando somos pecadores. Por otra parte, los maestros judíos, en especial en Palestina, midieron con este árbol las estaciones del año. Siempre que el frío y el despojo del invierno amenazó la continuidad de la vida, la higuera fue una señal inconfundible de la proximidad del “verano”, esto es, nuevo comienzo, posibilidad de frutos, cosecha abundante y fiesta gozosa. Jesús, con la higuera, adiestra nuestra mirada para un profundo discernimiento: “aprended”; “caed en la cuenta”; “sabed”, —según sea la traducción bíblica que utilicemos—. Cuando la vida se presenta con dolores de parto, no hay motivos para la desesperanza. Allí está el Hijo del hombre que, con su “protección amorosa”, nos anuncia un “verano invencible” para nuestra vida. Es interesante recordar que el evangelio según Marcos posee una tensión mesiánica que se resuelve en la confesión, a los pies de la cruz, del centurión romano. “Viendo sufrir a Jesús dijo —aprendió, supo, cayó en cuenta— verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Mc 15, 39). En Jesús, “varón de dolores”, uno como nosotros, tenemos esperanza cierta de descubrir a Dios. Pero hay más. Jesús no solo promete, sino que nos anuncia ya una buena noticia: Él está cerca, a la puerta. La imagen del Apocalipsis nos ayuda a profundizar el sentido de Su presencia en el umbral de la propia vida: “¡Mira! Ya estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré en su casa, y cenaré con él, y él cenará conmigo” (Ap. 3, 20).

Sus palabras, Su historia.

Más importante que hacer cálculos sobre el fin, es permanecer fieles en su seguimiento, para lo cual, posemos las palabras de Jesús. Estas son inconmovibles —cielo y tierra pasarán— y nos aseguran su compañía a lo largo de todo el camino. Desde ellas afianzamos nuestra confianza en que Dios, nuestro Padre, ha sido y es Señor de la historia, y estará en la fase final de los tiempos como siempre: “alimentando los pájaros, vistiendo las flores, contando cada uno de nuestros cabellos, conociendo el día y la hora...” Se entiende así, que al resurgir del invierno de la muerte, Jesús nos envió “a Galilea”, lugar de la vida cotidiana. Allí, en la escucha fiel del discípulo, lo “veremos” en todo signo de resurrección, como en la ternura de las ramas, en la novedad de las yemas. Sus palabras nos permiten caer en la cuenta de la historia conjunta de Dios con todos los hombres y mujeres. Historia del gran amor salvífico que conduce la humanidad, en medio de “distintas estaciones” del camino, hacia su destino final.


ESTUDIO BÍBLICO

El final del mundo será el triunfo del bien sobre el mal

Iª Lectura: Daniel (12,1-3): Dios triunfa salvando

I.1. La lectura del libro de Daniel nos introduce en un contexto que habla del final de los tiempos, de los tiempos escatológicos. Es la expresión de un mundo apocalíptico, que fue una corriente que aparece en el s. II a. C. con objeto de responder a tiempos difíciles y de angustia para el pueblo elegido. El libro de Daniel no es propiamente el libro de un profeta, sino de un apocalíptico, cuya sintonía con la historia es a veces difícil de descifrar. En esta literatura se habla de una gran conmoción de la historia y se recurre a unos signos extraordinarios para animar a los que sufren y guardan su fidelidad a Dios. Su visión de la historia está sombreada por una visión dualista de la misma que puede llamar a engaño. Este mundo solamente, parece, tiene solución si Dios interviene y termina con todo en beneficio de los buenos, o del pueblo elegido o de los que han impuesto su criterio. Es una solución que tiene ciertos esquemas poco adecuados, aunque, por otra parte, palpita un deseo ardiente de ver a Dios intervenir en la historia que ha creado; y esto es positivo. Pero esa intervención no será según quieren los hombres, sino en la libertad soberana de Dios.

I.2. En nuestra lectura de hoy, Miguel “¿quién como Dios?”, el protector del pueblo según aquella mentalidad, vendrá para proclamar salvación y resurrección para los elegidos. Es en este libro donde aparece por primera vez la resurrección y la vida más allá de la muerte en la fe de Israel. Es esto lo más importante a señalar. Porque en esta lectura apocalíptica hay un mensaje de esperanza y salvación. Es verdad que en aquél momento la teología no daba más de sí, y solamente se proclamaba para los elegidos; pero desde una lectura del Nuevo Testamento, la resurrección y salvación de Dios está abierta a todos los hombres que confían en El.

I.3. Efectivamente, a Israel le costó mucho llegar a una solución de la vida humana después de la muerte. Y eso que tenemos salmos y oraciones que podrían conducir a ver que estaba implicado un mensaje de esperanza más certero en la misma antropología bíblica. Por tanto, si hay resurrección, una vida después de la muerte, una vida en las manos de Dios, entonces los textos e imágenes apocalípticas deben leerse como el resultado de una conquista humana y religiosa, por la cuál se responde al anhelo que todos llevamos en nuestro corazón. Estamos hablando de “experiencias” religiosas de una época y de una cultura. Lo importante es la verdad que en ello hay, no las imágenes míticas con las que se reviste el lenguaje apocalíptico. El oprobio, la condenación, el juicio… es el ropaje de la época para hablar del triunfo de Dios. Pero, como creemos por el mensaje del NT, el triunfo de Dios no tiene que ser necesariamente así; el juicio de Dios sobre los hombres y la historia ha de ser salvando y humanizando.

II ª Lectura: Hebreos (10,11-14.18): Sacrificio nuevo: vida entregada a Dios y a los hombres

II.1. La segunda lectura nos ofrece el último texto de la carta a los Hebreos en este ciclo que está a punto de terminar. Se vuelve a insistir en la diferencia entre el sacerdocio y los sacrificios de la antigua Alianza y el sacerdocio y el sacrificio de Cristo. Lo que el autor de la carta a los Hebreos nos quiere señalar es que los ritos, las ceremonias, los sacrificios de animales, están vacíos porque no consagran nuestra vida al Dios vivo y verdadero. El autor de la carta quiere apoyar su tesis de la fuerza del sacrificio de Cristo que une verdaderamente a Dios y a los hombres, en el Sal 110. Por eso, a diferencia de los sacrificios de la antigua ley, el de Cristo lleva a la perfección (téléioun) lo que deben ser las ofrendas a Dios. No deben ser de animales que nada comprometen ni al que las ofrecía ni a los mismos oferentes (aunque muchos lo hacían muy de corazón). La ofrenda de la vida es lo que vale, como decía Oseas 6,6: “misericordia quiero y no sacrificio; conocimiento de Dios…”.

II.2. Se habla que Cristo está junto al Padre, en el santuario celeste, para interceder por nosotros, porque su sacrificio de amor en la cruz permanece eternamente. Ese es el sacrificio que ha perdonado de antemano los pecados de todos los hombres. Saber que seremos perdonados, pues, es todo un impulso de confianza en el que se muestra que el valor no está en el sacrificio o el rito que se haga, sino en poder estar en comunión con Aquél que ha dado su vida por nosotros. Es muy importante en todo sacrificio lo que uno siente, ¡es verdad! Pero no basta con “sustituir” la comunión con Dios y con los hermanos con cosas externas. Lo externo puede llevarnos a la decadencia o a la inmutabilidad; ofrecemos cosas, pero nuestra mente y nuestro corazón siguen imperturbables a la acción divina y santificadora.

Evangelio: Marcos (13,24-32): La historia se transforma, no se aniquila

III.1. El evangelio de hoy forma parte del discurso apocalíptico de Marcos con que se cierra la actividad de Jesús, antes de entrar en la pasión. Es propio de la liturgia con la que culmina el año litúrgico usar esos textos apocalípticos que plantean las cuestiones finales, escatológicas, del mundo y de la historia. Jesús no fue muy dado a hablar de esta forma, pero en la cultura de la época se planteaban estos asuntos. Por ello le preguntan sobre el día y la hora en que ha de terminar este mundo. Jesús –según Marcos-, no lo sabe, no lo dice, simplemente se recurre al lenguaje simbólico de los apocalípticos para hablar de la vigilancia, de estar alertas, y de mirar “los signos de los tiempos”. No podemos negar que aquí hay “palabras” de Jesús, pero hoy se reconoce que la comunidad primitiva, algunos círculos de profetas-apocalípticos, cultivaron estos dichos de Jesús y los acomodaron a su modo de vivir en una itinerancia constante y en la adversidad y el rechazo de su mensaje de Dios.

III.2. Tenemos que reconocer que Mc 13, lo que se llama el apocalipsis sinóptico, se presta a muchas interpretaciones de distinto perfil histórico, literario y teológico. Se reconoce que no es propiamente de Jesús, sino de los cristianos que, ante una crisis, de guerra, de persecución, escribieron este texto. Pusieron palabras de Jesús que se mantenían en la tradición para tratar de afrontar los problemas que se presentaban para judíos y cristianos. Es posible que la base del mismo pueda explicarse en la crisis de Calígula el 40 d. C., en tiempos de Petronio, legado de Siria, para llevar a cabo la orden de poner una estatua del emperador en el templo para ser adorado como dios. Esta es una hipótesis entre otras, pero razonable. No obstante no todo el texto se explica en este momento. Posteriormente y separados ya judíos y cristianos, se vuelve sobre este texto ante nuevas dificultades. Las opiniones son muy diversas y, a veces, extravagantes. El cristianismo primitivo estuvo muy influenciado por la corriente apocalíptica. Esto no se niega. Pero la solución de la historia y de la vida de los hombres no debería tomarse al pie de la letra todo esto. Pero una cosa sí es cierta: ante la tiranía todo los hombres de cualquier clase y religión estamos llamados a resistir en nombre de Dios.

III.3. Los signos de los tiempos siempre han sido un criterio profético de discernimiento de cómo vivir y de qué esperar. ¿Por qué? Porque los profetas pensaban que Dios no había abandonado la historia a una suerte dualista donde la maldad podría imponerse sobre su proyecto de creación, de salvación o liberación. Pero los signos de los tiempos hay que saberlos interpretar. Es decir, hay que saber ver la mano de Dios en medio del mundo, en nuestra vida personal y en la de los demás. La historia se “transforma” así, no acaba ni tiene por qué acabar de buenas a primeras con una catástrofe mundial. Y Dios interviene en la historia “por nosotros” y nunca “contra nosotros”. De la misma manera que el anuncio del “reino de Dios” por parte de Jesús -su mensaje fundamental-, es una convicción de su providencia y de su fidelidad a los hombres que hacen la historia.

III.4. Cierto tipo de mentalidades siempre han creído y propagado que el final del mundo vendrá con una gran catástrofe en la que todo quedará aniquilado. Pero eso no nos obliga necesariamente a creer que eso será así. Dios tiene sus propios caminos y sus propias maneras de llevar hacia su consumación esta historia y nuestra vida. El discurso está construido sobre palabras de Daniel 7,13-14 en lo que se refiere a venida del Hijo del Hombre. Sin embargo, en los términos más auténticos de Jesús se nos invita a mirar los signos de los tiempos, como cuando la higuera echa sus brotes porque el verano se acerca; a descubrir un signo de lo que Dios pide en la historia. Dios tiene sus propios caminos para poner de manifiesto que en esta historia nada pasa desapercibido a su acción y de que debemos vivir con la espera y la esperanza del triunfo del bien sobre el mal; que no podemos divinizar a los tiranos ni deshumanizar a los hijos de Dios. Los tiranos no pueden ser dioses, porque todos los hombres son “divinos” como imagen de Dios. Así es como se transformará esta historia a imagen del “reinado de Dios” que Jesús predicó y a lo que dedicó su vida. (Fr. Miguel de Burgos Núñez O. P.).




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