domingo, 1 de octubre de 2017

DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Ustedes no recapacitaron ni le creyeron”

Nuestra historia cristiana, en estos veintiún siglos, está llena de palabras muy hermosas y sistemas doctrinales monumentales, recogiendo el pensamiento cristiano con gran hondura, pero la verdadera fe, hoy y siempre, la viven aquellas personas que saben traducir el evangelio en las obras cada día.

El problema está en si el evangelio que hemos recibido de Jesús responde a nuestro compromiso o se queda solo en las palabras bonitas y profundas.

Porque cuántas veces nos admiramos de esas palabras evangélicas, en quien “habla con autoridad…” pero Jesús no nos dice esas palabras para que le admiremos, sino para que las cumplamos, aunque sea como el primero de los hermanos de la parábola de hoy o como el hijo pródigo…

En definitiva, debemos hacer realidad ese dicho tan repetido, pero hoy al filo del evangelio: obras son amores y no buenas razones.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

 “La justicia del justo será sobre él, y el pecado del impío será sobre él. Esta fue una innovación teológica –si se me permite el término– frente a la creencia que Dios hacía pagar los pecados de una generación, hasta su tercera y cuarta descendencia. Claramente el profeta está diciendo que cada uno debe hacerse cargo de sus actos”.

Lectura de la profecía de Ezequiel 18, 24-28

Esto dice el Señor: Si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá. Ustedes dirán: “El proceder del Señor no es correcto”. Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.
Palabra de Dios.

Salmo 24, 4-9

R. Acuérdate, Señor, de tu compasión.

Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día. R.

Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. No recuerdes los pecados ni las rebeldías mi juventud: por tu bondad, Señor, acuérdate de mí según tu fidelidad. R.

El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres. R.


II LECTURA

Como si fuera un padre, o una madre, la alegría del apóstol es el amor fraterno de su comunidad. ¿Y cómo hacer presente ese amor? Pues “teniendo los mismos sentimientos de Cristo”. Busquemos en el Evangelio para volver a descubrir cómo amaba el Señor, cómo trataba a la gente, cómo buscaba que cada uno de los que se cruzaban con él fuera pleno.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 1-11

Hermanos: Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por interés ni por vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús. [Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”].
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 10, 27

Aleluya. “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Siempre hay tiempo y siempre es el momento para responder al llamado del Señor. No hay un “después” o un “ya es tarde”, porque la respuesta a veces toma su tiempo. Lo importante es la decisión y emprender el camino de obediencia al Padre.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 28-32

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: ‘Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña’. Él respondió: ‘No quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: ‘Voy, Señor’, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?”. “El primero”, le respondieron. Jesús les dijo: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Las conductas y respuestas humanas no han cambiado mucho a lo largo de la historia… de tal manera que en la carta que escribe Pablo a los cristianos de Filipo les manifiesta que están divididos en su comunidad y les pide que vivan unánimes “concordes en un mismo amor y en un mismo sentir”. ¿No nos ocurre a nosotros igual a pesar de los años pasados?

Le siguen otras consideraciones como consecuencia de la desunión en que viven y termina con el bello himno a Cristo, que debe ser su modelo de vida, que “no hizo alarde de su categoría de Dios… sino que pasó por uno de tantos”.

¿Sería esa actitud de los hermanos de la parábola la que tenían esas comunidades cristianas de filipenses, donde cada uno hacía y deshacía, guiados más por sus gustos que por su compromiso y coherencia cristiana?

Esta parábola se enmarca dentro de los acontecimientos que tuvieron lugar después de la entrada de Jesús en Jerusalén, de la expulsión de los vendedores del Templo y de la discusión sobre la autoridad de Jesús… por ello no dudan las autoridades de Israel en someterlo a las más diversas pruebas para cogerlo en alguna situación contradictoria.

“¿Con qué autoridad haces esas cosas? ¿Quién te dio esa potestad?” (Mt 21,23) le habían dicho a Jesús. Y Él salía airoso de sus preguntas haciéndoles a su vez otras preguntas, dejándoles en evidencia y proponiendo el ejemplo de unas parábolas sobre el sentido de su misión y predicación… entre ellas, ésta de los dos hijos y otras que escucharemos los próximos domingos.

Cuando Jesús les propuso esta parábola, tenía en mente la acritud del pueblo judío y la de todos aquellos que se tenían por buenos… pero sin olvidar a los que eran considerados oficialmente malos y pecadores.

Los judíos, bien sabemos, fueron los primeros en ser llamados por Dios, pero por su conducta infiel, por su resistencia a admitir al Mesías fueron rechazados a pesar de las promesas hechas por sus líderes. Y los gentiles se negaron desde el principio a admitir la invitación del Padre, que los llamaba cariñosamente… Reconocieron luego su culpa con arrepentimiento, mereciendo ser dignos de alcanzar la salvación.

Los sumos sacerdotes y ancianos respondieron claramente a la pregunta del Maestro en la parábola: “¿quién de los dos hijos, hizo lo que quería el padre?”: pues aquel que fue a trabajar a la viña a pesar de la negativa inicial.

Y para condenar la conducta de los judíos, Jesús no tuvo más que sacar las consecuencias que de esa contestación se seguía… pero con unas palabras que ellos no se esperaban: “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios…”

En definitiva el Maestro nos está advirtiendo que lo verdaderamente importante son las obras y no las buenas palabras. Ya lo había dicho en otras ocasiones: “No todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21).

Y qué decir de este hermoso texto que nos advierte sobre el juicio final, en el que se nos dice que no se nos juzgará por nuestras buenas palabras sino por nuestras obras: “venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…” y a otros los rechazará por no haber cumplido las obras de misericordia (Mt 25,31ss).

Es un consuelo saber que nuestra salvación depende de nosotros mismos. Es a nosotros a quien Cristo nos invita a que vayamos a trabajar a su viña, a que nos esforcemos por conquistar el Reino. Hay palabras y expresiones que pueden llenarnos la boca, pero ¿se reflejan en nuestro modo de vivir? Porque se trata de armonizar la vida con la fe.

Nuestra respuesta puede ser muy diversa, como las de los dos hijos de la parábola, pero debemos esforzarnos por responder con una conducta de hechos y no solo de buenas palabras. Es Jesús quien nos dice que “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,9).

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Ezequiel (18,25-28): Solidaridad, pero también responsabilidad personal

I.1. La Iª Lectura se enmarca en un conjunto de profeta Ezequiel, que expresa uno de los puntos álgidos de su teología después de la catástrofe del destierro de Babilonia (587 a. C.). Se ha dicho, con razón, que en el pensamiento de este profeta hay un antes y un después de esa fecha fatídica para Israel. En lo que respecta al después, cuando el pueblo estaba destruido y todos pensaban que esa situación era la consecuencia de cómo el pueblo había actuado frente a Dios, el profeta entiende que en el futuro no se podrá hablar exclusivamente de responsabilidad colectiva donde casi nadie se siente culpable. Por ello, aquí estamos ante la teología de la responsabilidad personal, donde cada uno da cuenta a Dios de sus obras.

I.2. Todo el c. 18, como 33,12-20, está en esa línea, que es un progreso con respecto a la moral anterior, según aquello de que no pueden "pagar justos por pecadores". Es verdad que siempre existe una responsabilidad colectiva y solidaria, y también hay que contar con una «situación» social de injusticia y maldad que a unos afecta más que a otros. Pero la responsabilidad personal muestra que Dios nos ha hecho libres para decidir moralmente. Es verdad que la situación de la catástrofe del destierro de Babilonia fue responsabilidad de los antepasados, de los que no quisieron escuchar la palabra de Dios por medio de los profetas. Hay que asumir esa historia pasada con todas sus consecuencias de solidaridad. Pero mirando al presente, también cada uno de los que escuchan a Ezequiel tiene que meterse la mano en el corazón: ahora se agudiza la responsabilidad personal. El futuro se construye desde esa opción personal para abrirse a Dios.

II.ª Lectura: Filipenses (2,1-11): El abajamiento "humaniza" al Señor

II.1. Después de una exhortación a la intimidad, Pablo, propone a la comunidad de Filipos el ejemplo del Señor, de Cristo, quien ha renunciado a su categoría para hacerse como uno de nosotros, llegando hasta la misma muerte. Con toda probabilidad, este «himno» a los Filipenses (vv. 5-11), Pablo lo ha tomado de una liturgia primitiva que podría cantarse en Éfeso, desde donde escribe la carta. Ésta es la impresión que produce, entre otras cosas, por su estructura, por su ritmo, aunque él mismo le ha puesto un sello personal con el que se evoca la muerte en la cruz de Cristo, ya que en la cruz es donde se revela de verdad el Señor de los cristiano: porque sabe dar su vida por nosotros. Eso no lo hace ningún señor, ningún dios de este mundo. En ese Señor es donde debe mirarse la comunidad como en un espejo.

II.2. Haría falta todo el espacio del que se dispone y mucho más para poder entrar de lleno en el "himno" de Filipenses. Porque la IIª Lectura de hoy es una de las joyas del Nuevo Testamento. Solamente podemos asomarnos brevemente al contraste que quieren trazar estas dos estrofas fundamentales de que se compone esta pieza literaria y teológica: abajamiento y exaltación. La primera nos muestra cómo el Señor inicia un itinerario que muchos viven en su humanidad, en su indignidad, en su nada. Él ha emprendido ese destino también, como una opción irrenunciable, ¿por qué? Nunca se explicará suficientemente por el texto mismo, aunque usemos la palabra más adecuada: su solidaridad con la humanidad sufriente; por eso se despojada de sus derechos.

II.3. El camino contrario, el que muchos quieren recorrer sin haber vivido y experimentado el primero, es en el himno un misterio de gratuidad y de donación. Dios no puede querer la indignidad y la nada de su suyos. Y hablando en términos de alta cristología, no puede querer que su Hijo (y sus hijos) sea presa de lo más inhumano que existe en la historia. "Por eso" se le dio un nombre, una dignidad que está por encima de toda dignidad terrena. No como la de los "hombres divinizados", que sin solidaridad y sin padecer ni sufrir quieren ser adorados como dioses. Esos están llenos de una auto estima patológica que los aleja de los hombres. Son insolidarios y no tienen corazón.

II.4. El himno, pues, pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos se expresaban en la liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de Dios, de Cristo, el Hijo: El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, el que quiso llegar más allá de nuestra propia debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz (añadiría Pablo), que es la muerte más escandalosa de la historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo hace estéticamente, sino radicalmente. No es hoy el día de profundizar en este texto inaudito de Pablo. La Pasión de Mateo debe servir de referencia de cómo el Hijo llegó hasta el final: la muerte en la cruz.

II.5. El himno propiamente dicho (vv.6-11), tiene dos partes. La primera subraya la auto humillación de Cristo que, siendo de condición divina, se convierte en esclavo. La segunda se refiere a la exaltación de Jesús por parte de Dios a la categoría de Señor. Establece, además, una relación de causa a efecto entre humillación y exaltación: «Precisamente por eso» (Flp 2, 9). Y aquí radica la gran paradoja: que quien no destacó en vida por gesta heroica alguna, quien no fue soberano ni tuvo el título de Señor, quien termina sus días crucificado por vil y subversivo a los ojos del Imperio y de su propia religión, es considerado «Señor» y Mesías. Y, paradoja todavía mayor: el anuncio del Mesías crucificado se convierte en el núcleo de la predicación de Pablo y en el centro de la fe cristiana. Esto no podía por menos que chocar a la mentalidad helenista que, en sus cultos, aclamaba a los «señores» que habían tenido una existencia gloriosa. Tenía que sorprender igualmente al mundo judío, para quien el Mesías debía tener una existencia gloriosa, que ciertamente Jesús no tuvo. Por eso, dirá Pablo que el anuncio de un Mesías crucificado es «escándalo para los judíos, locura para los griegos» (1Cor 1, 23).

Evangelio: Mateo (21,28-32): Para Dios, lo que cuenta es "volver"

III.1. El evangelio de Mateo (21,28-32), con la parábola del padre y los dos hijos, es provocativo, pero sigue en la misma tónica de los últimos domingos. Se quiere poner de manifiesto que el Reino de Dios acontece en el ámbito de la misericordia, por eso los pecadores pueden preceder a los beatos formalistas de siempre en lo que se refiere a la salvación. Una parábola nos pone en la pista de esta afirmación tan determinada, la de los dos hijos: uno dice que sí y después no va a trabajar a la viña; el otro dice que no, pero después recapacita sobre las palabras de su padre y va a trabajar.

III.2. Lo que cuenta, podríamos decir, son las obras, el compromiso, recordando aquello de no basta decir ¡Señor, Señor!. El acento, pues, se pone sobre el arrepentimiento, e incluso si la parábola se hubiera contado de otra manera, en la que el primero hubiera dicho que sí y hubiera ido a lo que el padre le pedía, no cambiarían mucho las cosas, ya que lo importante para Jesús es llevar a cabo lo que se nos ha pedido. Sabemos, no obstante, que los dos hijos corresponden a dos categorías de personas: las que siempre están hablando de lo religioso, de Dios, de la fe y en el fondo su corazón no cambia, no se inmutan, no se abren a la gracia. Probablemente tienen religión, pero no auténtica fe. Por eso, por ley de contrastes, la parábola está contada con toda intencionalidad y va dirigida, muy especialmente, contra los primeros.

III.3. El acento está, justamente, en aquellos que habiéndose negado a la fe primeramente, se dejan llenar al final por la gracia de Dios, aunque esto sirve para desenmascarar a los que son como el hijo que dice que sí y después hace su propia voluntad, no la del padre. Los verdaderos creyentes y religiosos, aunque sean publicanos y prostitutas, son los que tienen la iniciativa en el Reino de la salvación, porque están más abiertos a la gracia. El evangelio ha escogido dos oficios denigrados y denigrantes (recaudadores de impuestos y prostitutas); pero no olvidemos que el marco de los oyentes también es explícito: los sacerdotes y ancianos, que dirigían al pueblo. Pero para Dios no cuentan los oficios, ni lo que los otros piensen; lo que cuenta es que son capaces de volver, de convertirse. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


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