domingo, 15 de octubre de 2017

DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO



“Tengo preparado el banquete”

En nuestra sociedad, los acontecimientos importantes, suelen ir acompañados de una comida (banquete, en términos del evangelio) como manera de expresar la alegría por lo que se celebra (bodas, bautizos, graduaciones, etc.)

La primera lectura presenta una profecía cargada de esperanza que genera alegría desbordante. Dios ha gestado para todos la salvación que llega a lo hondo del ser humano transformando sus estructuras. Isaías lo compara con un banquete, como lo hace el Evangelio.

Entre ambas proclamaciones –primera lectura y evangelio- Pablo se entromete y nos ofrece su experiencia de la salvación vivida en la reestructuración de su persona por la conversión a Cristo, “riqueza de Dios”, que ayuda a transformar todo por Él y para Él, a los que se dejen.

Cristo es verdadero manjar, comida y comensal; anfitrión y servidor, de los que no saben qué camino tomar al llegar a la encrucijada de la vida: si el del poder, el del dinero, el del placer, el del individualismo egocéntrico que divide….; o mejor, el camino para limpiar el traje “de la libertad” y entrar en la fiesta del banquete. Siguiendo al criado, el vocero del rey, se llega a ese banquete.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El “Día del Señor”, que los profetas señalan como el “Día de la justicia de Dios”, será también un momento de celebración. Dios preparará la mesa, nos servirá manjares y nos recibirá con gran misericordia, mientras que secará nuestros ojos por tanto dolor padecido.

Lectura del libro de Isaías 25, 6-10a

El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados. Él arrancará sobre esta montaña el velo que cubre a todos los pueblos, el paño tendido sobre todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre; el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo, porque lo ha dicho él, el Señor. Y se dirá en aquel día: “Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!”. Porque la mano del Señor se posará sobre esta montaña.
Palabra de Dios.

Salmo 22, 1-6

R. El Señor nos prepara una mesa.

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.

Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.

Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. R.

II LECTURA

San Pablo no necesita más que a Cristo. Su vida ya está entregada al Señor; por lo tanto, no depende de riquezas ni de pobrezas, sino de la fuerza que Cristo le da en todo momento.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 12-14. 19-20

Hermanos: Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Yo lo puedo todo en Aquel que me conforta. Sin embargo, ustedes hicieron bien en interesarse por mis necesidades. Dios colmará con magnificencia todas las necesidades de ustedes, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Cf. Ef 1, 17-18
Aleluya. El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestros corazones, para que podamos valorar la esperanza a la que hemos sido llamados. Aleluya.

EVANGELIO

 “Acuérdense el marco en que está hablando Jesús. Última semana de su vida. Ese clímax de lucha, de antagonismo entre el verdadero evangelio que él predica y la falsa religión que han entablado los fariseos y los dirigentes del pueblo de Judea, esa lucha está llegando al desenlace trágico de la crucifixión, pero Cristo no cesa y a ellos directamente les echa en cara: no han sido dignos de la invitación de Dios’. No es que se predique el evangelio sólo a los pobres, también está llamando a los ricos; pero para comprenderlo es necesario sentir alma de pobre y eso es lo difícil.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 1-14

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los fariseos, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas”. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: “Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Si la comida es necesaria para vivir, no lo es menos para celebrar los acontecimientos importantes de la vida. ¿Quién no ha asistido a un banquete de boda, comida de cumpleaños, cena de gala…? Y todo ello ¿no conlleva alegría? El refranero español apuntala esa alegría “No hay boda sin canto, ni ….”. Evidente. Eso es lo que celebramos este domingo: el Banquete de la Alegría y la Libertad.

Por si no había quedado suficientemente claro –véase el evangelio del domingo pasado- la alusión a las fuerzas “religiosas y a los senadores de Israel”, con la comparación de la viña y el trato a los criados, Cristo lo plantea hoy desde el banquete del REINO, reforzado por la lectura de Isaías.

El rey que invita al banquete, es un tanto especial. Solo recuerda e invita formalmente a los principales y amigos, y ante la negativa de todos ellos, -cada cual tenía sus quehaceres- en lugar de no seguir el rey adelante con el festín,-podía haberlo suprimido, que sería lo más normal- lo que hace es invitar de manera informal a los que estén en y por los caminos. Es un anfitrión que se sale de la norma: no suprime el banquete sino que invita informal e indiscriminadamente a todos. Era un rey que no guardaba ni normas ni convencionalismos sociales del momento. Pasa de lo políticamente correcto a lo ridículamente correcto.

Al escuchar la parábola de Mateo, el oyente tiene que tomar posición. Por el cumplimiento de las leyes de la iglesia ¿tengo derecho a la invitación real? No necesariamente. Y si tengo derecho a la invitación, ¿puedo rechazarla? Claro que sí. La condición necesaria para aceptarla es desde la libertad y por amor al reino.

Ante el rechazo invitatorio el rey rompe con las normas, y es tal el valor del banquete, que envía a los criados a la encrucijada de los caminos. En el seguimiento de Cristo, siempre y sin saber cuando, aparece el cruce de caminos, ante los que no hay más remedio que optar, bien por entrar al banquete de la VIDA y compartir socialmente el alimento que en él se da, bien rechazando la invitación.

El traje de fiesta, es la invitación al banquete, el regalo del Señor. Si se deja en casa, cuando el rey se pasee entre los comensales (comensalidad) a reparar sus necesidades, la falta de invitación conllevará la exclusión del banquete.

Habría que ver a Jesús con los suyos disfrutando alegremente en las bodas de Galilea, del “festín de manjares suculentos y vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos”. Pasó de la comparación del trabajo en la viña a la alegría del banquete de la libertad.

Dios no se da por vencido en su generosidad, por eso abre las puertas del banquete a la humanidad, aun contando con desplantes de los primeros invitados, y descuido de los segundos, que no saben valorar la grandeza de la invitación.

La parábola concluye con un proverbio: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos” Los llamados responden anteponiendo sus intereses, ignorando y rechazando, incluso violentamente, la invitación, quizá por considerarla menos importante que sus propios intereses. Los escogidos, invitados harapientos y andrajosos, también, si no llevaban con dignidad su vocación. La invitación de Dios al Banquete del Reino de su Hijo obliga a poner en acto las aptitudes de los invitados.

La solidaridad, uno de los actos, está presente en la segunda lectura, la de Pablo a los Filipenses. La solidaridad se concreta en pasar de invitados a invitantes; de ser cristianos anunciadores, criados, y siervos de tal Rey, a salir a las encrucijadas para animar a quienes, con el traje de boda, deseen entrar a formar parte de la comensalidad divina, sintiendo la mirada de Dios, su voz, su cariño y su salvación: ser misioneros en el mundo.

En la encrucijada de los caminos de la vida, el verdadero seguidor de Cristo sigue la dirección del “Banquete del Reino”, dejando a un lado la de la indiferencia, el individualismo y la división, y así vivir para gustar la comunidad eclesial que es vino generoso y manjar enjundioso.

¿Hemos perdido la invitación del Señor, o la hemos roto? ¿Cuál es la dirección que hemos tomado en nuestro caminar? ¿Quizá el indicador de la encrucijada que apunta al bienestar? ¿Estamos acostumbrados a vivir sin tener en el horizonte de la vida la visión del Reino? Acomodados confortablemente en nuestro camino ¿vemos en el arcén al otro, para animarlo y acompañarlo? En definitiva, ¿cómo construimos el Reino de Dios en el mundo?

Ahí quedan las preguntas.


ESTUDIO BÍBLICO.

I Lectura: Isaías (25,6-10a): Dios salvará a todos los pueblos

 I.1. Esta lectura forma parte de un conjunto del libro de este profeta (cc. 24-27), conocido entre los especialistas bíblicos como «apocalipsis de Isaías». En realidad no es conjunto netamente apocalíptico, aunque no podemos negar la opción escatológica que se apunta en distintos momentos, como una gran liturgia, con himnos, cánticos, que predicen el triunfo de Dios sobre sus enemigos en el monte Sión, en Jerusalén. Se propone, como período de composición de este Apocalipsis, la época posterior al destierro de Babilonia (s. VI a. C.); esto es lo más probable, aunque no podemos precisar el momento de su composición.

I.2. El autor sigue las huellas y la teología de Isaías, y por eso ha sido introducido en el libro del gran profeta y maestro. La lectura de hoy es, probablemente, el trozo más hermoso de este conjunto en el que, después de un cántico al Dios liberador, el profeta habla de un momento prodigioso, bajo el símbolo de un banquete, de un festín escatológico, donde será destruida la muerte y el oprobio de su pueblo. Y entonces todos reconocerán a Dios como «salvador» en el monte santo, en la nueva Jerusalén.

I.3. No es frecuente en cantos de tipo apocalíptico un mensaje tan hermoso y esperanzador. Aunque en este caso no se podría haber expresado mejor aquello que debe ser la esperanza bíblica. Porque la palabra profética convoca a algo que verdaderamente no se realizará en este mundo, ni en esta historia. Por el contrario es necesaria otra "historia" nueva, si es que podemos hablar así, que necesariamente está en las manos de Dios; esto último es determinante. El "velo" que tienen todos los pueblos, según el texto de hoy, debe caer para que todos los hombres puedan ver algo nuevo y definitivo. Ni Sión o Jerusalén podrán soportar este sueño profético. Será una Jerusalén no hecha por manos de reyes o trabajadores explotados. Un sueño, desde luego, de esperanza.

II Lectura: Filipenses (4,12-14.18-20): Agradecimiento generoso

II.1. Este texto pone punto final a la lectura de Filipenses en la liturgia de estos domingos. Pablo le da las gracias a esa comunidad, una de las más queridas y generosas con él, a la vez que con la comunidad madre de Jerusalén, según el compromiso que habían pactado Pedro y Pablo en la asamblea de Jerusalén (cf Gl 2; Hch 15). Aquí les recuerda que él personalmente está acostumbrado a todo, a la hartura y a pasar hambre. Pero mientras permanecía en prisión (casi con toda seguridad en Éfeso), le han enviado ayuda por medio de Epafrodito, y se lo agradece. Cristo le da fuerza para todo, es la afirmación más contundente y significativa.

II.2. La vida cristiana, pues, es también una llamada a solidaridad en las necesidades básicas, que no puede ser más que consecuencia de una comunión de fe y de amor. Compartir los dones espirituales podría ser, en algunos casos, demasiado poco ante la angustia y las necesidades que muchos experimentan. Dios es el primero que comparte la creación con nosotros y debemos ser consecuentes. Pablo, en este pequeño "billete" que escribe, le agradece a la comunidad que ha sabido compartir el evangelio mismo como don recibido. Sabemos, incluso, que ese discípulo Epafrodito se quedará con Pablo un tiempo (entre otras cosas porque enfermó junto al Apóstol) y le ayudará muy eficazmente mientras el apóstol estaba encarcelado.

Evangelio: Mateo (22,1-14): Un banquete para la libertad

III.1. El evangelio del banquete que un rey da por la boda de su hijo es una de las parábolas más sofisticadas del evangelio de Mateo, que marca unas diferencias substanciales con la que nos ofrece Lucas (14,15-24); incluso podríamos hablar de parábolas distintas. Mateo nos habla de un rey, rechazado por los magnates, y tras ser maltratados y asesinados algunos de sus criados, manda atacar y destruir la ciudad. Ahora se debe ir a los cruces de los caminos para instar a los transeúntes a que vengan al banquete. Como es lógico, vinieron toda clase de gentes, buenas y malas. ¿Qué significa, pues, que tras esta invitación tan generosa e informal, el rey venga a la sala del banquete y encuentre a uno que no tiene traje de bodas? Esto cambia el sentido de la interpretación de los vv. 1-10, cuando la sala se llenó de invitados, poniendo de manifiesto que incluso los que no estaban preparados son invitados a un banquete de bodas. Aquí nos encontramos con lo más extraño, quizás lo más importante y original de la parábola de Jesús redactada por Mateo.

III.2. Los vv. 11-14, sobre el traje de bodas, pues, deben ser un añadido independiente. Estaríamos ante una reconstrucción alegorizante para la comunidad de Mateo, que saca unas consecuencias nuevas para los miembros de esa comunidad cristiana tan particular, con objeto de que sepan responder siempre a la llamada que se les ha hecho. Pensemos en la «justicia» de las buenas obras, del compromiso constante, de la perseverancia, a lo que es muy dada la teología del evangelio de Mateo. En todo caso no debemos perder de vista que la parábola la pronunció Jesús para poner de manifiesto la fiesta de la libertad de Dios que llama a todo el que encuentra. Por lo mismo, el significado del traje de boda, añadido posteriormente (quizás se trataba de una parábola independiente), debe estar supeditado al primero, porque no es lógico que los invitados por los caminos estén preparados para una boda. No obstante deberíamos suponer que en la semiótica del vestido con que se quiere generar el texto, todo el mundo, incluso lo más pobres, siempre encuentran unas ropas más decentes para ir a una boda o a un banquete; de lo contrario no tendrían sentido los vv. 11-14. Por eso pensamos con otros intérpretes que se trata de una parábola sobreañadida a la original de los vv. 1-10, que son los coinciden más con Lc 14.

III.3. En todo caso, la parábola es escandalosa, y debe seguir siéndolo en cuanto a los motivos de los que rechazan el banquete, como en la actitud del rey que, en vez de suprimir el banquete, invita a todo el mundo que se encuentre por los caminos: hay que buscar a las personas que no están atadas a nada ni a nadie; son libres. El banquete no es un acto burlesco, sino que Jesús piensa en el festín de la salvación; no en una fiesta de compromiso, sino de libertad. En ese supuesto, hasta el hombre que no lleva vestido de boda, independientemente de la teología de Mateo, habría que entenderlo, hoy y ahora, como que no está allí como los demás, libre para la gracia de Dios. Quien no posea esa actitud, “ese vestido”, estará echando por tierra la fiesta de la libertad y de la gracia. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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