domingo, 8 de abril de 2018

DOMINGO 2º DE PASCUA DÍA DE LA MISERICORDIA


“¡Dichosos los que no han visto y han creído!”

Este segundo domingo de Pascua, o también llamado Domingo de la Divina Misericordia, nos muestra el amor de Dios en la misma incredulidad de Tomás. Su falta de fe, genera el encuentro personal con Jesús resucitado, a quien reconoce por la señal de los clavos en las manos y el costado atravesado por la lanza al ser crucificado y termina proclamándolo como: ¡Señor mío y Dios mío! La incredulidad de Tomás nos hace tomar conciencia de que, sin un encuentro personal con Jesús resucitado, nuestra fe no se sostiene. Que el creyente se constituye como tal, a partir de la vivencia interior de experimentarlo vivo en uno mismo. Jesús sigue “resucitando”, haciéndose presente, más allá de permanecer cerradas las puertas de muchos hombres y mujeres a la fe. No hay muro que no pueda atravesar la misericordia de Dios en su empeño porque la humanidad entera experimente ya en este mundo la presencia de Jesús resucitado en sus vidas.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

 “Para llegar a ser discípulo de Jesús es necesario renunciar a todo lo que se posee y la forma de hacerlo es poniendo todo lo propio a disposición de los hermanos necesitados. A los que poseen muchos bienes, pero los comparten, Lucas nunca los llama ‘ricos’. Los ricos son los que no comparten, y merecen la reprobación, porque no siguen el mandato de Jesús y el ejemplo de las primeras comunidades”.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 4, 32-35

La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.
Palabra de Dios.

Salmo 117, 2-4. 16-18. 22-24

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!

Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡Es eterno su amor! Que lo digan los que temen al Señor: ¡Es eterno su amor! R.

“La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas”. No, no moriré: Viviré para publicar lo que hizo el Señor. El Señor me castigó duramente, pero no me entregó a la muerte. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. Este es el día que hizo el Señor: Alegrémonos y regocijémonos en él. R.

II LECTURA

El amor a Dios y el amor al hermano no pueden disociarse, son inseparables. Porque considerar a Dios como Padre, es también considerar al otro como hermano. Todos hemos nacido del mismo Padre, todos tenemos el mismo origen, todos venimos al mundo por la misma voluntad de Dios.

Lectura de la primera carta de san Juan 5, 1-6

Queridos hermanos: El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él. La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 20, 29

Aleluya. “Ahora crees, Tomás, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Jesús entrega dos veces la paz a sus discípulos en este relato. Hoy también nosotros podemos pedirle al Señor que nos llene de su paz, luego de dejarlo entrar a nuestros corazones, que quizás tengan las puertas cerradas como la sala en la que están estos hombres.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-31

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Terminada la octava de pascua, la Palabra de Dios de este domingo gira en torno a la centralidad de la fe en Jesús resucitado, como núcleo del kerigma cristiano que debemos anunciar al mundo: ¡El crucificado ha resucitado! El creyente, no es propiamente quien convivió directamente con Jesús. No pocos de sus conciudadanos lo vieron caminar por sus ciudades, anunciar la Buena Nueva del Reino, curar enfermos, y, sin embargo, no se convirtieron en creyentes. El creyente se constituye como tal cuando se da el encuentro personal, íntimo, profundo, con el Jesús que se nos revela resucitado. La incredulidad de Tomás se convierte en una bendición para nosotros que no vimos a Jesús con nuestros propios ojos, hace unos 2000 años, cuando predicó en Galilea y murió crucificado en Jerusalén. Creemos sin haberlo visto, humanamente hablando, pero sí, habiéndolo experimentado resucitado y vivo en nuestras vidas, tantos siglos después. Esto es lo que nos hace receptores de la alabanza del Jesús resucitado: ¡Dichos los que no han visto y han creído!

Las dudas de Tomás son las dudas de todos. La razón no lo alcanza a entender el misterio que supone el hecho en sí de la resurrección de Jesús. Se siente desbordada. Impotente. La fe no se impone por la fuerza. Menos aún, requiere de una cruzada contra el mundo para que sea aceptado el mensaje de que Jesús venció la muerte. La fe surge como don del Señor resucitado, fruto del encuentro personal con Él. Donde Dios toma la iniciativa y el hombre responde libremente. Sin esta experiencia de encuentro personal con el Jesús resucitado la fe no nace. Antes que un conjunto de verdades, es una experiencia interior, un encuentro vivo, un don que se acoge libremente y transforma la existencia. Don pascual del Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones. El punto de arranque de la vida cristiana. Al que debemos volver permanentemente para renovar nuestras vidas como creyentes.

Sí que la fe en Jesús resucitado nos exigirá, como respuesta e imperativo interior del Espíritu en nosotros, a que demos testimonio de esta experiencia pascual ante los demás. Que la anunciemos, con nuestra predicación y estilo de vida evangélica. Que superemos todos los miedos interiores que nos paralizan. Gracias al testimonio de quienes convivieron con Jesús y, especialmente, lo vieron resucitado, los que pudieron identificar al crucificado por sus llagas y heridas con el resucitado glorioso y vencedor de la muerte, podemos hoy identificar nuestra propia experiencia de fe con la de los primeros cristianos. Posiblemente, no todo el mundo creerá en la veracidad de la experiencia personal del Jesús resucitado vivo en nosotros. Ni en la Palabra misma de Dios que lo atestigua. Dudarán de que Jesús haya resucitado verdaderamente. Incluso, nosotros como creyentes, no pocas veces nos invaden todo tipo de dudas de fe. Todos nos debemos acoger a la Divina Misericordia de Dios y pedir humildemente el don de la fe. Y, al reencontrarnos nuevamente con Él, responder como Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! E invitar a todo el mundo al encuentro personal con Jesús resucitado, como inicio de una vida nueva, renovada, iluminada por la luz pascual.

Fe y amor van juntos.  El creyente es aquel cuya fe le permite, además, contemplar al Señor resucitado en todo crucificado. En el prójimo y en sí mismo. El resucitado no es un “espíritu desencarnado”, sino alguien real y concreto, con sus llagas y padecimientos. El creyente lo puede “tocar” en los enfermos, los marginados, los que padecen soledad, violencia y todo tipo de afrenta a su dignidad. También “`palparlo” compartiendo sus propias heridas, su enfermedad o sufrimientos, despertando esperanza en su vida y dándole paz y consuelo en el dolor. Experimentarlo vivo, como Alguien que asume su causa y le da esperanza pascual.

La autenticidad de la fe en Jesús resucitado lleva al creyente a compartir, no sólo su “bien espiritual” –su fe–, sino también los bienes materiales y privilegios de que dispone en su vida, por ejemplo, sociales, económicos, sanitarios, educativos, jurídicos, con los necesitados de todo tipo: emigrantes, refugiados, personas sin techo, sin trabajo, sin cobertura social, sin acceso a derechos humanos básicos, con otras creencias o ideologías, alejados de la Iglesia... No se puede creer y no amar. Vivir la fe sin romper los muros que nos separan, no anhelar que lleguemos a tener la humanidad entera “un solo corazón y una sola alma”. Para el creyente, el prójimo es un hermano o una hermana que, aunque no comparta su misma fe, lo considera igual en dignidad, hijo e hija de Dios, hermano y hermana en Cristo.

La presencia de Jesús resucitado en medio de la comunidad da paz y quita miedos. La victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, es la victoria de Dios sobre el poder que impide la vida total y plena a la humanidad. Como creyentes no podemos seguir encerrados en un mundo de miedos, paralizados, desanimados, con sentimientos de fracaso. Nuestra esperanza no está puesta en si nuestros templos están llenos o vacíos de fieles, sino en el poder de la resurrección de Jesús sobre el pecado y la muerte. Por Él tenemos asegurada la victoria final: de que un mundo diferente es posible como don del resucitado. Él es quien garantiza que el bien vencerá al mal. Que la humanidad entera gozará de los bienes del resucitado. La esperanza que alienta al creyente en su vida de testigo del resucitado.

ESTUDIO BÍBLICO.

I Lectura: Hechos (4,23-35): La Resurrección crea comunión de vida

I.1. La primera lectura está tomada de Hechos 4,23-35 que es uno de los famosos sumarios, es decir, una síntesis muy intencionada de la vida de la comunidad que el autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos de su narración (ver también Hch 2,42-47;5,12-16). ¿Qué pretende? Ofrecer un ideal de la vida de la comunidad primitiva para proponerlo a su comunidad (quizá en Corinto, quizá en Éfeso) como modelo de la verdadera Iglesia de Jesucristo que nace de la Resurrección y del Espíritu.

1.2. Tener una sola alma y un sólo corazón, compartir todas las cosas para que no hubiera pobres en la comunidad es, sin duda, el reto de la Iglesia. ¿Es el idealismo de la comunidad de bienes? Algunos así lo han visto. Pero debemos considerar que se trata, más bien, de un desafío impresionante y, posiblemente, una crítica para el mal uso y el abuso de la propiedad privada que tanto se defiende en nuestro mundo como signo de libertad. Es una lección que se debe sacar como praxis de lo que significa para nuestro mundo la resurrección de Jesús. Eso, además, es lo que libera a los apóstoles para dedicarse a proclamar la Palabra de Dios como anuncio de Jesucristo resucitado.

1.3. En este sumario, el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección está, justamente, en el centro del texto, como cortando la pequeña narración de la comunidad de bienes y de la comunión en el pensamiento y en el alma. Eso significa que la resurrección era lo que impulsaba esos valores fundamentales de la identidad de la comunidad cristiana primitiva.

II Lectura: 1ª Carta de San Juan (5,1-6): El amor vence al mundo

II.1. En la segunda lectura se plantea el tema de la fe como fuerza para cumplir los mandamientos y como impulso para vencer al mundo, es decir, su ignominia. Creer que Jesús es el Cristo no es algo que se pueda «saber» por aprendizaje, de memoria o por inteligencia. El autor nos está hablando de la fe como experiencia, y por ello, el creer es dejarse guiar por Jesucristo, que ha resucitado; dejarse llevar hacia un modo nuevo de vida, distinta de la que ofrece el mundo. Por eso se subraya el cumplir los mandamientos de Jesús.

II.2. Pero se ha de tener muy en cuenta que no se trata de una propuesta simplemente moralizante que se resuelve en los mandamientos. ¿Por qué? Porque el mandamiento principal del Jesús joánico es el amor; el amor, como Él nos ha amado. Esta es la victoria de la resurrección y la forma de poner de manifiesto de una vez por todas que la muerte es transformada en vida verdadera. El amor, pues, no es solamente el mandamiento principal del cristianismo, sino el corazón mismo que mueve las relaciones entre Dios y los hombres y entre los hombres entre sí.

III Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba

III.1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

III.2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "anti-resurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.

III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una *imagen+, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



No hay comentarios:

Publicar un comentario