domingo, 29 de abril de 2018

DOMINGO 5º DE PASCUA



“Sin mí no pueden hacer nada”

Jesucristo pronunció estas palabras durante su discurso de despedida en mitad de la Última Cena. Debemos tener bien presente el contexto de las palabras del Señor, son los últimos momentos que Jesús vive con los discípulos antes de su pasión y muerte. Jesús abre su corazón: ha lavado los pies a sus discípulos. Quien lee el comienzo del capítulo decimotercero del evangelio de san Juan se lleva la gran sorpresa de conocer el secreto de toda la vida del Señor. El evangelista deja dicho que «sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

Estas palabras debieran grabarse en nuestra mente y en nuestro corazón: saber que toda la vida de Jesús tiene una única clave de lectura, que debiera estar bien presente a la hora de dilucidar nuestro obrar cristiano: los amó hasta el extremo. En la misma línea hemos de colocar el mandamiento «nuevo» (Jn 13,14), cuya novedad está precisamente en el punto de referencia que propone el Señor: «como yo os he amado». Y ya queda dicho que Jesús «nos amó hasta el extremo».

La relación entre el amor y el cumplimiento del mandamiento «nuevo» es una relación que implica la totalidad de la persona, no por simple imitación externa sino más bien por una relación vital entre Jesús y sus discípulos, que somos nosotros. Tal relación vital es lo que sugiere la alegoría de la vid y los sarmientos, que es el texto del Evangelio de este domingo (Jn 15,1-8).

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Saulo, quien luego tomaría el nombre de Pablo, había sido perseguidor de los cristianos. Por eso costó mucho que la comunidad lo recibiera. Bernabé, que era un hombre lleno del Espíritu Santo, tuvo el discernimiento y el buen trato necesarios como para hacer que la comunidad aceptara a Saulo. Así, la Iglesia fue creciendo con nuevos integrantes, y el nombre de Jesús fue proclamado en nuevos ámbitos.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 9, 26-31

En aquellos días: Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo. Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de Jesús. Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre del Señor. Hablaba también con los judíos de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. Sus hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso. La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.
Palabra de Dios.

Salmo 21, 26-28 30-32

R. Te alabaré, Señor, en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de los fieles: los pobres comerán hasta saciarse y los que buscan al Señor lo alabarán. ¡Que sus corazones vivan para siempre! R.

Todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán en su presencia. R.

Todos los que duermen en el sepulcro se postrarán en su presencia; todos los que bajaron a la tierra doblarán la rodilla ante él. R.

Mi alma vivirá para el Señor, y mis descendientes lo servirán. Hablarán del Señor a la generación futura, anunciarán su justicia a los que nacerán después, porque esta es la obra del Señor. R.

II LECTURA

Dios nos ha dado su mismo Espíritu, el Espíritu Santo, que vive en nosotros. El Espíritu nos permite vivir como hijos e hijas porque nos mueve al amor. El Espíritu Santo se manifiesta en las obras concretas de amor, esas que comunican vida al hermano.

Lectura de la primera carta de san Juan 3, 18-24

Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra de Dios.

ALELUYA
      
Aleluya. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. El que permanece en mí, da mucho fruto. Aleluya.

EVANGELIO

¿Quién no ha experimentado lo bello y rozagante que es un buen racimo de uvas? Así, llenos de vida, alimento y dulzura, nos quiere Jesús. El secreto para esto es, simplemente, permanecer unidos a él, quien como savia nutriente impregna todo nuestro ser. Permanecer es no poner freno a la corriente de amor que él ha establecido. Como consecuencia, daremos los mejores frutos, los que comunican vida al prójimo.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 1-8

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La primera referencia a la «viña» se encuentra en un texto del profeta Oseas (10,1) y en otro del profeta Isaías (5,1-7), ambos del siglo VIII a.C. Después aparece sucesivamente en Jeremías (2,21; 5,10; 6,9; 12,10), Ezequiel (15,1-8; 17,3-10; 19,10,14), en el Salmo 80,9-19 y en el Cantar de los Cantares (2,5; 7,13). Los evangelios sinópticos cuentan como parábola el relato de Jesús (Mc 12,1-12; Mt 21,33-46; Lc 20,9-19), modificando el canto de Isaías: Israel no aparece como la viña imagen del pueblo, como la esposa, sino que se trata del propietario que reclama a los labradores el fruto que le corresponde. Los profetas han sido los encargados de recoger el fruto, pero los profetas han sido maltratados e incluso asesinados por los labradores. Ante esta situación el dueño de la viña envía a su «hijo predilecto», a quien los labradores eliminan pensando quedarse con la viña en propiedad.

La pregunta de Jesús a sus interlocutores es la siguiente: «¿Qué hará el dueño de la viña?» (Mt 12,9). Conocemos la respuesta: «Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros» (Mc 12,9). Todos los que escuchan a Jesús «comprendieron que había dicho la parábola por ellos» (Mc 12,12).

¿Cómo reaccionamos nosotros ante lo que cuenta Jesús? ¿Consideramos la parábola como algo limitado al tiempo de Jesús con sus interlocutores o más bien la entendemos como algo en lo que estamos implicados directamente? A través de la parábola el Señor trata de establecer un diálogo personal con cada uno de nosotros, de manera que lo que dice el Señor no queda relegado al pasado, pues la Palabra de Dios es «viva y eficaz» (Hb 4,12) y nos interpela personalmente.

“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador” (Jn 15,1)
Este modo de hablar de Jesús indica que él se identifica con la viña, él mismo es la viña, que no es una simple criatura de Dios, sino que en Jesús-viña, Dios mismo se hace viña y es Dios mismo quien vive en la viña.

Así es como queda superada la forma del relato evangélico, primero la parábola y después la alegoría. La realidad deja de ser forma literaria para llegar a la identificación, primero con la persona de Jesús, que es viña, y después, mediante Jesús, es el mismo Dios-Padre que se identifica con la viña.

El fruto que Dios espera de nosotros es el amor, manifestado ya en Jesucristo hasta el punto de subir a la cruz y de entregarse a la muerte por nosotros, a quienes llama «amigos» (Jn 15,15). Jesús, amigo nuestro, garantiza su presencia en medio de nosotros, más aún, «en nosotros» hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20).

“Permaneced en mí y yo en vosotros” (Jn 15,4)

La relación de amistad que el Señor establece con nosotros implica por nuestra parte «permanecer en él». Esta realidad se expresa de diferentes maneras, insistiendo en el mismo hecho: «el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5);  «al que no permanece en mí lo tiran fuera…» (Jn 15,6); «si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará» (Jn 15,7); «si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15,10).

Que no se nos escape la insistencia del verbo «permanecer» que, a lo largo del relato, se repite diez veces, indicando la perseverancia para vivir en comunión de vida con el Señor mediante la fe, la esperanza y el amor, afrontando todas las dificultades que encontramos a lo largo del camino de nuestra vida.

En el mismo tema abunda la segunda lectura: «Quien guarda sus mandamientos (los de Jesucristo) permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio» (1 Jn 3,24). Guardar los mandamientos de Dios quiere decir no amar solo de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.

Obras son también las que sirvieron para que san Pablo fuese admitido en la comunidad de los discípulos, gracias al buen hacer de su amigo Bernabé. La primera lectura propone este episodio, muy real, primero de  desconfianza en la persona del perseguidor Saulo de Tarso y, sucesivamente, de acogido en la comunidad cristiana, una vez que Pablo  «contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había actuado valientemente en el nombre de Jesús» (Hch 9,27).

Este es el desafío que el Señor nos presenta: ser testigos creíbles de su resurrección, no en teoría sino con el testimonio de nuestra vida, una vida que queda totalmente transformada en la medida en que vivamos nuestra unión con Jesucristo, que nos repite: «Sin mí no podéis hacer nada».

ESTUDIO BÍBLICO.

I Lectura: Hechos de los Apóstoles (9,26-31): El perseguidor es perseguido

I.1. La primera lectura nos presenta a Pablo que, después de su conversión, vuelve a Jerusalén. Sabemos, por el mismo Pablo en Gál 1,16-24, que tuvo lugar a los "tres años", tras una estancia en Arabia (donde se retira a repensar su vida) y su ministerio en Damasco donde había tenido lugar su conversión. Pero Lucas tiene mucho interés en poner pronto en comunicación a Pablo con los Apóstoles (poniendo como anfitrión a su compañero Bernabé) para mostrar la comunión de todos en la predicación del evangelio. Lucas está preparando las cosas para dejar poco a poco a Pablo como protagonista de los Hechos, como aquél que ha de llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. El relato de Hechos deja muchos cabos sueltos desde el punto de vista histórico. Pablo -que vino a Jerusalén para "ver" a Pedro según nos confiesa él mismo en el texto de Gálatas-, tiene ocasión de experimentar que los judeo-cristianos no se fían de él. Los judíos helenistas, como sucedió con Esteban, provocaron un altercado que podía haberle costado la vida. Por eso lo encaminaron hacia Tarso (Pablo dice que estaría catorce años en Siria y Cilicia), hasta que vuelve a Jerusalén para la asamblea apostólica (Hch 15). Lucas insiste mucho, quizás demasiado, en la comunión de Pablo con los de Jerusalén.

I.2. En el texto de hoy es importante poner de manifiesto que Pablo, el perseguidor, ha tenido en el "camino" una experiencia del Señor resucitado, como la han tenido los apóstoles y otros y está en disposición de anunciar la Resurrección, incluso en la misma sinagoga que fue responsable de la acusación de Esteban. Esto es lo que a Lucas le interesa sobremanera: si Esteban ha sido quitado de en medio por los intereses "religiosos" de los responsables, Dios llama a otro (nada menos que al enemigo anterior del evangelio), a Saulo, para anunciar la resurrección y llevar el mensaje a todos los hombres. La Iglesia, los discípulos -todavía no han recibido el nombre de cristianos, como sucederá en Antioquia-, se fortalecerá en la persecución y el sufrimiento. Pero el mensaje de la vida, como corazón del anuncio de la resurrección, ha de transformar el mundo.

II Lectura: 10 de Juan (3,18-24): El amor a los hermanos criterio de conciencia

II.1. La segunda lectura nos habla de la praxis del amor y de la verdad. La vida cristiana no se puede resolver en la ideología que se mantiene en la cabeza, sino en lo que uno vive de corazón. Para la Biblia, el corazón es la sede de todas las cosas, del pensar y del obrar, y es el corazón el que nos juzga, el que dice si nuestro cristianismo es verdadero o pura ideología. Es la sede de la conciencia y no podemos engañarnos. La religión verdadera comienza siendo una cuestión de fe, pero se muestra en la praxis de una vida donde lo que se cree se ha de llevar a efecto; de lo contrario no habría fiabilidad.

II.2. Lo principal de esta praxis es que la fe en Jesucristo implica necesariamente el amor a los hermanos como El nos ha pedido, como ha exigido a los suyos en el discurso de la última cena: el mandamiento nuevo. Así es como podremos saber que estamos con Dios y que tenemos su Espíritu. El amor a los hermanos, que en la teología joánica es como el amor a Dios, garantiza la verdad de la vida cristiana. El amor a los hermanos es el criterio de conciencia verdadera.

Evangelio: Juan (15,1-8): Cristo, vid donde está la vida

III.1. El evangelio de Juan nos ofrece uno de esos discursos llamados de “revelación”, porque en ellos éste evangelista nos muestra quién es El Señor. Se enumera entre los famosos "yo soy" del evangelio de Juan (el Mesías 4,26: el pan de vida 6,35.41.48.51; la luz del mundo 8,12; 9,5; la puerta de las ovejas 10,7.9; el buen pastor 10,11.14; el Hijo de Dios 10,36; la resurrección 11,25; el Señor y el Maestro 13,13; el camino 14,6; la verdad 14,6;la vida 11,25;14:6; el rey de los judíos 19,21. Esto ha planteado, de alguna manera, una “cristología” y un discipulado de exclusividad. Aquí, en este discurso, Jesús se presenta con una imagen que era tradicional en la Biblia, la de la viña. Conocemos un canto de la viña en el profeta Isaías (c.5) que tiene unas constantes muy peculiares: la viña era el pueblo de Dios. Sabemos que la viña está compuesta de muchas cepas, pero la viña no ha dado fruto bueno, es un fracaso, se debe arrancar. Ese es el canto de Isaías. )Lo arrancará Dios? Debemos decir que desde la teología joánica, la respuesta a ese canto es distinta; no es necesario que Dios la arranque: ahora Jesús se va a presentar como la clave curativa para que la viña produzca buenos frutos. Él se presenta como la vid, y todos los hombres como los sarmientos para que sea posible dar buen fruto.

III.2. Pero escuchando su “palabra”, los sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las obras del amor. Porque fuera de El, de su palabra, de sus mandamientos, no podemos permanecer. Se respira, pues, una gran seguridad frente al acecho de cortar y arrasar: Jesús está convencido que permanecer en El es una garantía para dar frutos. El *permanecer+ con El, el vivir de su palabra, de sus mandamientos, de su luz, de su vida, hará que la viña, el pueblo de Dios, vuelva de nuevo a ser el pueblo de la verdadera alianza. Con esto se complementa la enseñanza de la epístola en la que se propone a los discípulos permanecer en Dios. El camino para ello es permanecer en Jesús y en su evangelio.

III.3. La fórmula "permaneced en mí y yo en vosotros", muy típica de este evangelista, define la relación del discípulo con Jesús como una reciprocidad personal. Esa relación personal con Jesús es la condición indispensable para dar fruto. La transformación teológica que se opera desde la imagen de la viña de Israel a esta propuesta simbólica del evangelio de Juan es muy peculiar. Una viña está compuesta de muchas cepas que, una a una, tienen su vida propia y que no tienen comunicación entre si. En el caso de la simbología de la viña de Juan la cepa, que es Jesús, hace que los pámpanos estén unidos a la cepa, a Jesús. Como Jesús es la vida, y la luz, y el Hijo, entonces estar unido a El es tener vida.

III.4. Se trata de un discipulado o de una comunidad intimista como algunos han señalado? No podemos negar que el evangelio de Juan es de este tenor. El "seguimiento" de Jesús no se expresa de la misma manera, v.g. que en Lucas, que es seguirle “por el camino”. Los discursos y las fórmulas de revelación del "yo soy" de esta teología joánica no dejan otra opción. Bien es verdad que eso no significa que la "exclusividad" de Jesús, el Hijo de Dios, no permita que esa luz de Jesús y esa vida que El ha traído precisamente, se convierta en un círculo de discípulos elitistas o excluyentes. Esa luz de Jesús y esa vida tienen muchas formas de manifestarse y de hacerse presente. Pero no es cuestión de exclusivismo, sino de confianza; la confianza de que en Jesús y con Jesús, el Señor, encontraremos la vida verdadera. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


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