domingo, 1 de abril de 2018

PASCUA DE RESURRECCIÓN


 

“Sea nuestra alegría y nuestro gozo”

En este día feliz de la Pascua, los cristianos estamos de fiesta porque –como afirmaba Odo Casel, liturgista alemán –“la  Pascua es la fiesta de las fiestas, la fiesta más grande”.  La resurrección del Señor ocurre en “la hora” esperada, temida y ansiada por Jesús, es el acontecimiento liberador, cuando el grano de trigo evangélico, renacido de la muerte y sepultura, da fruto abundante y se convierte en el pan vivo de la comunidad. Toda la vida de Jesús –tejida de gestos salvadores- culmina plenamente en esta “hora” decisiva. Por eso, estamos de fiesta. Y sólo por eso nos felicitamos la Pascua.

Pero, en este día de fiesta, sabemos de parientes, amigos y vecinos, de compañeros y compañeras de trabajo, que no vendrán al “banquete de los muchos invitados” (Lc 14, 15-24) para celebrar la Vida; cuyo saludo pascual será más rutinario y fingido que una expresión sentida, nacida de una personal convicción de fe. Tal vez, algunos de ellos o ellas nos digan, desconsolados “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.

Será un buen gesto pascual que, con temple de testigo del Resucitado, la comunidad que celebra la pascua “salga a las plazas y a las calles de la ciudad” (Lc 14, 21) para invitar a todos al banquete pascual del Reino.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Lo que vamos a escuchar recibe el nombre de kerygma. Esta palabra griega significa proclamación. Lo que hace Pedro es proclamar, en voz alta, los puntos fundamentales de nuestra fe: Jesús, su historia, su vida, su Pascua y la salvación que nos ha regalado. Leamos muy atentamente el kerygma, y pidamos a Dios poder vivir y anunciar lo mismo que vivió y anunció la Iglesia durante más de veinte siglos.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 10, 34. 37-43

Pedro, tomando la palabra, dijo: “Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”.
Palabra de Dios.

Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23

R. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor! R.

La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.

II LECTURA

La resurrección debe llevarnos a vivir de un modo nuevo. Ya no podemos volver atrás, sumergidos en el pecado. Cristo nos ha salvado y, por lo tanto, dejemos que su Espíritu nos impulse y nos enseñe a dejar aquello que nos impide vivir como cristianos.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosasl 3, 1-4

Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
Palabra de Dios.
SECUENCIA    

Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual nuestro sacrificio de alabanza.
El Cordero ha redimido a las ovejas:
Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el Padre.
La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable:
el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive.
Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino?
He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado.
He visto a los ángeles, testigos del milagro,
he visto el sudario y las vestiduras.
Ha resucitado Cristo, mi esperanza,
y precederá a los discípulos en Galilea.
Sabemos que Cristo resucitó realmente;
tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros.

ALELUYA        1Cor 5, 7-8

Aleluya. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluya.

EVANGELIO

El primer día de la semana es también el primer día de la salvación. Hoy comienza un tiempo nuevo, no solo para el calendario “del mundo”, sino también para cada uno de nosotros. Hoy Pedro y el discípulo amado corren a “ver qué es lo que pasa”, se encuentran con el sepulcro vacío y su corazón les grita que Jesús ha dejado la muerte. Hoy también nosotros, renunciando a la muerte, asumimos la vida de resucitados, una vida nueva, la misma vida de Cristo.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

María Magdalena, la amiga de Jesús, se llevó una amarga sorpresa. Cuando de madrugada, todavía estaba oscuro, fue al sepulcro de Jesús, vio abierta la puerta del sepulcro, que estaba vacío. De vuelta a casa, así se lo dijo a Pedro y a Juan: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Los tres corrieron hacia el sepulcro para verificar el hecho.

Efectivamente, el cuerpo del Señor no estaba; era un sepulcro vacío. ¿Lo habrán robado? ¿Qué ha pasado? El mismo Juan atestigua que “él vio y creyó”, y aclara “todavía no habían comprendido que, según la escritura, Él debía resucitar de entre los muertos”.

Muchas gentes sufren hoy la aflicción de María porque no estaba el Señor y por  no saber dónde  lo habían puesto para abrazarle de nuevo, aunque estuviera muerto. Sólo el discípulo querido de Jesús “vio y creyó” que había resucitado. A los discípulos les llevó tiempo reconocer al Señor resucitado. Jesús, a menudo, les reprendió su incredulidad.

Esta es hoy la situación:

Gentes convencidas de que “Dios ha muerto” y nada les preocupa dónde esté su sepulcro.
Otras que por el contrario, -al hilo de la reflexión de Unamuno acerca del sepulcro de Don Quijote, el Caballero de la Locura - tratan con muchas y estudiadas razones la guardia y custodia del sepulcro. Lo guardan –dice D. Miguel- para que el caballero no resucite. Lo prefieren muerto.
Muchos hombres y mujeres que, como los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), se sienten frustrados y desilusionados por la aparente debilidad y ausencia de Dios, pero finalmente, pasado el rato, le reconocen en su corazón y en la fracción del pan.
Algunos, en su débil confianza, necesitan, como Tomás, meter sus dedos en las llagas del Resucitado. Pero, a la postre, sin tocarle siquiera, sólo al verle, exclaman: “Señor mío y Dios mío”.
Otros muchos, multitudes, –hombres y mujeres- son felices porque han creído en él sin haberle visto.
¿Qué hacer para reconocer al Resucitado y ser sus testigos?

Escuchar, en clima de silencio y de sencilla plegaria, como María Magdalena, que el Señor nos llame por nuestro propio nombre, identificándonos como amigos (Jn 20, 11-18).
Escuchar –como hicimos anoche en la Vigilia- los anuncios de los profetas que nos hablan del Mesías que vendrá, de su muerte y resurrección. Esta fue la pedagogía de Jesús con sus discípulos.
Reconocerlo con el talante de “la gente sencilla” y no con el temple de ”los sabios y entendidos” porque es a ella a quien el Padre se da a conocer (Lc 10, 21-24). Los sencillos, los pequeños, son quienes mejor nos hablan del Resucitado.
Fiarnos de quienes han visto al Resucitado y han comido y bebido con él sin desconfiar de ellos (Lc 24, 22-24) y menos aún de la comunidad como Tomás (Jn 20, 24-25).
Que al felicitar la Pascua en este domingo lo hagamos con la convicción y persuasión del testigo del Resucitado.

ESTUDIO BÍBLICO.

Misa del día

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.

1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección
I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una familia pagana ("temerosos de Dios", simpatizantes del judaísmo, pero no "prosélitos", porque no llegaban a aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el "Pentecostés pagano", a diferencia de lo que se relata en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo de entonces.

I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una visión (Hch 10,1-33) tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es "divina", del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.

I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió con los *helenistas+. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica.

I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos *conviven+ con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.

I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.

2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo
II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal, que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.

II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.

II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de gran expresividad en las teología paulina "syn-ergeirô"= "resucitar con". Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo.

II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente para el final de los tiempos.

II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.

III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero

III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

III.2. La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).

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