domingo, 13 de mayo de 2018

ASCENSIÓN DEL SEÑOR


“Vayan a todo el mundo y proclamen el Evangelio”

Como es lógico, las tres lecturas están enfocadas en la Ascensión del Señor. Primero hemos escuchado el comienzo de Hechos de los Apóstoles. En este pasaje, san Lucas hace una especie de introducción a este libro contándonos las últimas palabras de Jesús resucitado y su Ascensión.

El salmo 46 nos anima a aclamar al Señor en su Ascensión a los Cielos, desde los cuales rige ahora el mundo con misericordia.

San Pablo, en su carta a los Efesios, primero nos exhorta a ser buenos hermanos unos con otros y después, comentando el versículo 19 del salmo 68, nos dice que eso es posible porque Jesús, tras ascender al Cielo, nos envió sus dones para que los empleásemos evangélicamente.

Por último, escuchamos el final del Evangelio según san Marcos. En él Jesús da la últimas instrucciones misioneras a sus discípulos y asciende al Cielo.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Jesús deja esta tierra y nos promete el Espíritu Santo. A partir de ese momento, somos nosotros, sus discípulos y discípulas, quienes, llenos del Espíritu, debemos continuar su misión. Es tiempo de dar testimonio para que el Evangelio llegue a todos los rincones de la tierra.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11

En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: “La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días”. Los que estaban reunidos le preguntaron: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. Él les respondió: “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”.
Palabra de Dios.

Salmo 46, 2-3. 6-9

R. El Señor asciende entre aclamaciones.

Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra. R.

El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. R.

El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones el Señor se sienta en su trono sagrado. R.

II LECTURA

Dios ha manifestado “la eficacia de su fuerza poderosa” en la resurrección de Cristo. Sí, es realmente un amor fuerte, poderoso y eficaz el que nos saca de la muerte y nos lleva a la vida. En Cristo, cabeza de la Iglesia, Dios realizó la amorosa y vital obra que quiere hacer realidad también en todos nosotros.

Lectura de la Carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 17- 23

Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquel que llena completamente todas las cosas.
Palabra de Dios.

O bien:

Cuanto más crece la Iglesia, más urgente se hace este llamamiento a la unidad. Nos reunimos hombres y mujeres de diversos niveles económicos, culturales, distintas idiosincracias y caracteres. Y el Espíritu puede hacer el milagro de lograr la unidad en la diversidad. Dejémoslo actuar.

Lectura de la Carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 1-13

Hermanos: Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida en que Cristo los ha distribuido. Por eso dice la Escritura: “Cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos y repartió dones a los hombres”. Pero si decimos que subió, significa que primero descendió a las regiones inferiores de la tierra. El que descendió es el mismo que subió más allá de los cielos, para colmar todo el universo. Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Mt 28, 19-20

Aleluya. “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Nuestra misión consiste en comunicar las palabras del Evangelio y dar señales de este. Estas palabras portan la Buena Noticia y se proclaman como anuncio de vida y liberación. Las señales son todas las buenas obras en las que el mal, con sus diversas formas, es vencido. Esa es la tarea que Jesús nos encomienda antes de su Ascensión.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-20

Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán”. Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La fiesta de la Ascensión no suele celebrarse de un modo especial. Por ello puede pasar de largo en nuestra vida. En ocasiones la podemos ver como algo que sucedió a Jesús hace veinte siglos, pero que poco tiene que ver con nosotros. Y quizás podamos considerarla como algo que es difícil revivir ahora, al contrario de lo que ocurre con la Navidad o la Pascua de Resurrección. Sin embargo, si la celebramos vivamente en comunidad, puede ser un importante ejercicio espiritual que refuerce nuestra unión con Jesús. En ello juega un papel muy importante el valor de compartir. Veámoslo.

La escena de la Ascensión del Señor la sitúan algunos Evangelios en un monte. San Mateo nos dice que dicho monte está en Galilea (cf. Mt 28,16) y san Lucas afirma que es el Monte de los Olivos, pues todo ocurre junto a Betania (cf. Lc 24,50), que está en Judea. Pero los pasajes de la Misa de hoy sitúan este acontecimiento en el contexto de una comida comunitaria. San Marcos lo dice en el versículo 14 ‒el anterior a la lectura que hemos escuchado‒ y san Lucas en el versículo 4 de Hechos de los Apóstoles.

Meditar la Ascensión del Señor imaginándola en un monte resulta lógico, porque el monte acerca a Jesús al cielo. Pensemos que durante siglos se ha creído que el reino celestial está situado sobre el cielo físico, siguiendo el modelo geocéntrico (con la Tierra como centro del universo) de Ptolomeo. Por eso, los cristianos se imaginaban a Jesús ascendiendo físicamente por los cielos hasta llegar, por encima de ellos, a su trono celestial. Pero desde que se estableció el modelo heliocéntrico (en el que la Tierra gira en torno al Sol) de Copérnico, esta imagen perdió parte de su sentido, aunque sigue muy presente en los fieles cristianos.

Por ello nos resulta algo raro imaginarnos la Ascensión del Señor en el contexto de una comida comunitaria. Afortunadamente, nos puede ayudar a comprender el sentido de este hecho si reflexionamos sobre otros acontecimientos que también han ocurrido en este contexto. Hay tres muy significativos: las bodas de Caná, la multiplicación de los panes y los peces y la Última Cena.

Estos tres pasajes tienen, por de pronto, una cosa en común: marcan tres hitos muy importantes en la vida pública de Jesús: en Caná, animado por su Madre, Jesús hace su primer milagro. La multiplicación de los panes y los peces es el milagro más difundido de Jesús, pues aparece seis veces en los Evangelios. Tanto impactó, que le quisieron nombrar rey, a lo cual Él se negó. En la Última Cena Jesús instituye el sacramento de la Eucaristía justo antes de ser entregado para ser crucificado.

 Hay otro elemento común: en los tres acontecimientos Jesús busca el bien comunitario. No se trata de una curación individual, sino de algo que revierte en el bien de todos los que comparten la comida con Él. Y, en el caso de la Última de Cena, se extiende a todos aquellos que le seguimos como cristianos.

Pues bien, volvamos al tema que nos ocupa: la Ascensión del Señor. Este es el cuarto gran acontecimiento acaecido en una comida comunitaria. Pone fin a la presencia física de Jesús en la Tierra. Y, como pasa en la Última Cena, no sólo busca el bien de los que comparten el banquete con Él, sino el de todos nosotros. Recordemos esto que dice Jesús a sus discípulos en la Última Cena: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito» (Jn 16,7). En efecto, sube al Cielo para enviarnos su Espíritu, el cual vive ahora en nuestro corazón.

Pues bien, aquel sabroso vino que Jesús regaló a los comensales de las bodas de Caná (cf. Jn 2,10), fue el preludio de algo mucho más maravilloso: el Espíritu Santo que nos envía desde el Cielo a todos los que compartimos su camino (Hch 2,1-4). En definitiva, en la Ascensión celebramos que todo aquello que Jesús hizo por el bien común en su vida terrena lo continúa haciendo desde el Cielo, gracias a su Espíritu.

La Ascensión es el nexo necesario entre la realidad física y la realidad espiritual. Los discípulos se relacionaron con su Maestro físicamente. Pero Jesús, gracias a la Ascensión, nos proporcionó a todos un medio mucho más íntimo e intenso de relacionarnos con Él: el espiritual. Ahora Jesús no está al lado de nosotros ‒como lo estaba con sus discípulos‒, sino que está dentro de nosotros, en lo más verdadero, bello y bueno que hay en nuestra persona. Y ello nos hace templo de Dios (cf. 1Cor 3,16; 6,19).

No es una mera experiencia individual y subjetiva, sino algo que, como un banquete, la compartimos con otras muchas personas. Y aquí vienen muy bien las palabras de san Pablo a los Efesios que hemos escuchado: ¿Queremos compartir realmente la experiencia de Jesús? Seamos entonces «humildes, amables y comprensivos» (Ef 4,2). Soportémonos «unos a otros con amor» (Ef 4,2). No ahorremos esfuerzos «para consolidar, con ataduras de paz, la unidad, que es fruto del Espíritu» (Ef 4,3). Porque Dios, que es Padre de todos, «actúa por medio de todos y en todos vive» (Ef 4,6).

Ciertamente, la experiencia de la Ascensión del Señor requiere «altura espiritual», como bien simboliza el monte donde sucedió este acontecimiento. Pero para alcanzar tal «altura» es necesario compartir con los demás no sólo un banquete, sino toda nuestra vida. Sólo siendo humildes, generosos y cariñosos con otras personas, experimentaremos cómo nuestro corazón asciende al Cielo para unirse a Jesús.

En conclusión: vivamos esta fiesta en clave comunitaria, como algo que todos debemos compartir, y entonces la Ascensión de Señor será para nosotros un ejercicio espiritual que nos unirá a nuestros hermanos y nos elevará hacia Dios. Y así podremos cumplir fielmente el mandato de Jesús resucitado: «Id a todo el mundo y proclamad el Evangelio» (Mc 16,15).

ESTUDIO BÍBLICO.

I Lectura: Hechos de los Apóstoles (1,1-11): La Ascensión

I.1. Es la primera lectura de esta fiesta del Señor  la que nos describe ese acontecimiento, casi inexplicable, conocido como la «Ascensión», un término que ha sido entendido como complemento de algo que ocurre en la Resurrección de Jesús; como si durante cuarenta días Jesús resucitado se hubiera entretenido en este mundo. ¿Para qué? En la visión particular de Lucas,  autor de los Hechos, para consolidar la fe de sus discípulos con objeto de dejarlos «entonados» en la misión apostólica que les debería llevar hasta los confines de la tierra  predicando y haciendo discípulos.

I.2. En realidad, la Ascensión no es algo distinto de la Resurrección, porque es en la Resurrección donde Jesús recibe el poder y la gloria de Señor del universo. Por lo mismo, la Ascensión, en el libro de los Hechos, viene a significar el final de una etapa de experiencias muy especiales del Señor resucitado: Ahora es el momento de que la Iglesia pueda emprender una nueva tarea  en la que estará guiada por el Espíritu. Por lo mismo, el tiempo litúrgico de la resurrección llega a su fin, como se pone de manifiesto en la fiesta de hoy, aunque eso no significa que el Señor se desentiende de nosotros y de este mundo. La escena de los discípulos que miran hacia el cielo viendo cómo desaparece su Señor  evoca, para Lucas, la necesidad de mirar hacia el mundo, hacia la historia, para cambiarla; porque ese Señor estará ayudando a los suyos mediante su Espíritu  para cuya fiesta nos preparamos ya desde hoy.

I.3. Es un texto que también, en una pedagogía muy particular, quiere resaltar una “ruptura” con los suyos, con los que han tenido que rehacer su vida después de los acontecimientos de Pascua, para hacerles comprender el papel que han de desempeñar en este mundo y en esta historia. Si bien es verdad que hablamos de “Ascensión” en términos cristológicos, no podemos olvidar que la Ascensión apunta a la eclesiología de la tarea de predicar y anunciar la salvación a todos los hombres. Bien es verdad que hay una promesa, la ayuda de la fuerza de lo alto  a donde Él se introduce  para llevar adelante este compromiso. Quizás esa sea la razón por la que Lucas se ha visto en la obligación de desdoblar el misterio de la Resurrección y el de la Ascensión con esos “cuarenta” días  que son más un tempo teológico que cronológico. Es un tiempo para llenarse de la fuerza de la Pascua y después, con la ayuda del Espíritu, lanzarse a la misión.

II Lectura: Efesios (4,1-13): Nuestra vocación cristiana

II.1. La segunda lectura nos muestra una de las claves de la comunidad cristiana: la unidad en el Espíritu de una misma fe y de una misma esperanza, y consiguientemente del amor. Éste es un pasaje que tiene un cuño bautismal, litúrgico, en el que los nuevos cristianos son instruidos sobre su decisión de recibir el bautismo para formar parte del «cuerpo de Cristo», de la Iglesia, que tiene su fuerza en el Espíritu. La carta nos habla de la vocación a la que hemos sido llamados en la Iglesia, que es uno de los temas dominantes de este escrito del Nuevo Testamento.

II.2. La aclamación y doxología de «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» resuena todavía en nuestros cantos como uno de los textos mejor formulados del cristianismo primitivo. La Iglesia de la que se habla está fundada en Cristo por medio de los apóstoles y profetas  que son ministerios de evangelización. En la Iglesia, pues, hemos recibido el evangelio, en ella hemos conocido al Señor de nuestra vida y en ella debemos vivir la experiencia de la salvación en este mundo.

Evangelio: Marcos (16,15-20): Ascensión y misión

El evangelio de hoy es una especie de síntesis de lo que sucedió a Jesús a partir de la resurrección; síntesis que alguien ha añadido al evangelio de Marcos cuando ya estaba terminado. Esto se reconoce hoy claramente por su estilo, e incluso, por su teología. Habla de la Ascensión según lo que hemos podido escuchar en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Pero lo que verdaderamente llama la atención de este evangelio es el encargo de la misión del Resucitado a sus apóstoles para que hagan discípulos en todas las partes del mundo. Se describe esta misión de la misma manera que Jesús la puso en práctica en el mismo evangelio de Marcos. Por tanto, Él es el modelo de nuestra predicación y de nuestros compromisos cristianos. El Reino, ahora, se hace presente cuando sus discípulos se empeñan, como Jesús, en vencer el mal del mundo y en hacer realidad la liberación de todas las situaciones angustiosas de la vida por medio del evangelio. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).




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