domingo, 20 de mayo de 2018

PENTECOSTÉS


“Así también los envío yo”

La solemnidad de Pentecostés nos invita a renovar la dimensión misionera de nuestra identidad cristiana. Los Apóstoles “quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar” (cf. Hch. 2,4), es decir, comenzaron a hacer comprensible aquella experiencia de Jesús de Nazaret que convocó a cada uno desde su misterio personal y los congregó en fraternidad. Ese mismo Espíritu acompañará permanentemente a la Iglesia para que pueda confesar que “Jesús es el Señor” (1Cor.12, 3b) y la enriquecerá con una diversidad de dones, ministerios y actividades para el anuncio del Reino.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

En nuestras comunidades, hoy y cada día, debería resonar desde cada corazón el impulso de Dios para anunciar la Palabra. Hay una responsabilidad de la comunidad y de cada cristiano hacia los hombres y mujeres de este mundo. ¿Dejamos que Pentecostés nos impulse y envíe?

Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.
Palabra de Dios.

Salmo 103, 1. 24. 29-31. 34

R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.

Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está llena de tus criaturas! R.

Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.

¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R.

II LECTURA

El Espíritu Santo está en nosotros, en cada uno, presente y actuante. Nos inunda de tal modo que nuestra fe encuentra en él la voz que clama al Padre y que confiesa a los hombres que “Jesús es el Señor”.

Lectura de la Primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3-7. 12-13

Hermanos: Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios.
O bien:     
  
“Y estos son los frutos del Espíritu en la vida del cristiano: Contra el frío del egoísmo, el fuego de la caridad; contra el frío de la codicia, el fuego de la generosidad; contra el frío de la indiferencia, el fuego de la solidaridad; contra el frío del rechazo, el fuego de la acogida; contra el frío de la soledad, el fuego de la cercanía; contra el frío de la duda, el fuego de la verdad; contra el frío del desencanto, el fuego de la ilusión”.

Lectura de la Carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 5, 16-25

Hermanos: Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él.
Palabra de Dios.

SECUENCIA

Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.

Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.

Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio de los hombres.

Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.

Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.

Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.

Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.

Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.

Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados.

Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.

ALELUYA      

Aleluya. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluya.

EVANGELIO

No tenemos la fecha del comienzo del mundo. Solo sabemos que, cuando comenzó, “un viento de Dios (el Espíritu de Dios) se desplazaba sobre las aguas”. Hoy ese Espíritu comienza una nueva creación, como dando una nueva oportunidad a la humanidad, con lo cual hace nuevas todas las cosas.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Palabra del Señor.
O bien:

EVANGELIO II

Jesús prometió a los discípulos el Espíritu para que pudieran comprender y testimoniar. En Pentecostés, esta promesa se hace realidad: toda la comunidad reunida recibe el Espíritu, y sus integrantes se ponen a hablar de las maravillas de Dios. Esas promesas de Jesús no han quedado en el pasado, se siguen realizando hoy. El Espíritu nos guía para comprender las cosas de Dios, por eso lo invocamos para leer la Biblia y para tener discernimiento en nuestra vida. Él nos impulsa a dar testimonio y pone en nuestra boca las palabras que debemos proclamar.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 26-27; 16, 12-15

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio. Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: ‘Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes’”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Enviados desde nuestra humanidad frágil

El miedo es un mal consejero. Normalmente paraliza, encierra y aísla. Sin embargo, cuando las puertas permanecen todavía “cerradas por temor” (cf Jn. 20,19), el Resucitado vuelve a hacerse presente en medio de su comunidad para conceder la paz y la alegría. La fortaleza que el Espíritu concede para dar testimonio de Jesús se manifiesta en nuestra misma experiencia humana e histórica del temor.

El envío de Jesús a sus Apóstoles no cambia sustancialmente nada en su constitución ontológica. Lo que hace de nosotros discípulos-misioneros es la acción del Espíritu en nuestra humanidad frágil que nos envía a anunciar a Cristo Resucitado compartiendo la fe y la vida con las personas. Lo  testimonial es fruto de lo vivencial; se relaciona más con el dejar actuar al Espíritu “compartiendo fe y vida” que con un adoctrinar. En consecuencia, la misión no es una clase magistral de teología ni una articulación coherente de postulados dogmáticos.

La materia prima de un discípulo-misionero es su humanidad frágil; es ella donde (parafraseando a Sor Isabel de la Trinidad) el Espíritu puede renovar el misterio de Cristo en nosotros. En nuestra experiencia humana e histórica del temor, Jesús nos invita a abrir las puertas para salir a anunciar sin miedo que el Crucificado ha Resucitado.

Enviados en el misterio de la diversidad

Una de las constataciones más profundas que podemos contemplar en la Historia de la Iglesia es que cuando hemos buscado uniformar pensamientos, teologías, ritos y espiritualidades, hemos perdido autenticidad y transparencia. En la medida que se apueste por la uniformidad se necesitarán personalidades fundamentalistas que controlen la acción del Espíritu.

La diversidad, podríamos afirmar, es un don constitucional de la Iglesia. Hay que asumir el desafío y el riesgo de dejar al Espíritu que sople donde quiere y como quiere. Nadie puede monopolizar la verdad, el bien o la belleza sin dejar fuera al Espíritu Santo. Los dones, carismas y ministerios que suscita el Espíritu nos recuerdan que la vida de la Iglesia late en el corazón de cada persona bautizada. También nos recuerdan que la Iglesia se hace presente en muchas vidas, en muchos rostros y en distintas experiencias y vivencias de la fe.

La diversidad, como don del Espíritu a la Iglesia, tiene como fundamento la misma convocación apostólica. Jesucristo no ha querido ni ha apostado por un grupo de clones que reproduzcan un modelo, ni que mantengan rígidamente un orden establecido. Podríamos preguntarnos qué ha visto Jesús en los Doce para convocarlos a la amistad, al seguimiento y a la predicación. Jesús no ha buscado personas perfectas; Jesús ha convocado personas que, más allá de lo cuestionable de su presente, podían hacer un proceso de conversión y transformación del corazón y la mentalidad.

Enviados a la humanidad que peregrina en la postmodernidad

La postmodernidad es el nuevo areópago de la misión de la Iglesia. Jesús nos invita a ser una palabra de esperanza a un mundo que lentamente va apostando por la más sutil y nociva de las violencias: la indiferencia. Indiferencia frente a la cultura de la vida, del trabajo y de la solidaridad. Indiferencia frente a las personas que diariamente mueren por su compromiso con la dignidad humana. Indiferencia frente al compromiso con la creación y el deterioro de la casa común.

Ser una Iglesia en salida al encuentro de la postmodernidad nos invita a aprender a apostar por el diálogo para poder reconocer las “semillas del Verbo” presentes en otras realidades y contextos socioculturales y religiosos. En un mundo fragmentado y herido por el fundamentalismo que cierra la mente y el corazón, estamos llamados a construir la unidad y la fraternidad en la vivencia de una caridad solidaria.

Frene al hedonismo, al consumismo materialista, a la manipulación de la vida y al relativismo, somos enviados a predicar del Evangelio vida, de la fraternidad, de la solidaridad y de la libertad. Como Iglesia misionera somos invitados a predicar con ejemplo de una vida evangélica coherente, honesta y comprometida, para poder proponer a la humanidad los valores que nacen del Evangelio y que nos llevan por los misteriosos caminos del Espíritu al Reino.

ESTUDIO BÍBLICO.

El Domingo de Pentecostés (cincuenta días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera lectura (Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia, para fecundar a la humanidad en una nueva experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y culturas. Lucas ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron el miedo y se atrevieron a salir del «cenáculo» para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado. Todo el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner de manifiesto lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para tomar conciencia de lo que había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de Jesús. Por eso, el día de Pentecostés ha sido elegido por Lucas para concretar una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una fiesta judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña de identidad del pueblo de Israel y del judaísmo. La pretensiones para que la identidad de la comunidad de Jesús resucitado estuviera en la fuerza y la libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que quiere decir y nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad apostólica y quien la configura como comunidad profética y libre. Veamos algunos aspectos de los textos bíblicos:

Primera Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo

I.1. Este es un relato germinal, decisivo y programático propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser espectadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar esta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia humana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del don de la Alianza.

I.2. Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la "Fiesta de las Semanas" o "Hag Shabu'ot" o de las primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por "quincuagésimo," (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex 23,16 como "la fiesta de la cosecha," y en Ex 34,22 como "el día de las primicias o los primeros frutos" (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua, cuarenta y nueve días, y en el quincuagésimo día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el "tributo de su libre ofrenda" (Dt 16,9-11).  Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

I.3. Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una importancia sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss  en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entenderá encontrará finalmente toda posibilidad de salvación.

I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) - que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas

I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia», en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos escuchan cómo se interpreta al alcance de todos la "acción salvífica de Dios"; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.

I.6. El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se celebraba la fiesta del don de la ley en el Sinaí como don de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.

I.7. De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva identidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su sitio para independizarse de Dios. Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.

II Lectura: Gálatas (5,16-25): La dignidad de vivir en el Espíritu

2.1. La segunda carta a los Gálatas -la más personal y polémica de Pablo-, nos muestra en este pasaje la vida según el Espíritu. Pablo ha mantenido un pulso a muerte con los adversarios de ésta comunidad galaica que querían imponer otro evangelio en ausencia del Apóstol, que no era en realidad evangelio (buena noticia). La llamada a la libertad es la primera afirmación de nuestro texto, que es la misma con que se abre este capítulo de Gálatas (5,1). En una antítesis entre carne y espíritu, no se debe perder de vista la polémica entre la ley y la gracia, que está a la base de todo el escrito paulino. El catálogo de virtudes y vicios tiene mucho, sin duda, de retórico, pero es la vida misma la que nos muestra que eso es así. La lista podía ampliarse en uno y otro sentido. Y lo importante no es solamente la enumeración de cada uno de los frutos, sino el conjunto de todos, los que nos hace “vivir en Cristo” y “vivir en Dios”.

2.2. Pablo opone la vida según el Espíritu a la vida según la carne, concepto que no debemos entenderlo en sentido sexual, sino que significa aquello criterios del mundo que nos apartan de Dios y de la libertad verdadera: de ahí nace adorar el dinero, el poder, la gloria, los placeres irracionales, en definitiva la vida más egoísta que todos podemos imaginarnos. Pero la vida según el Espíritu, como alternativa cristiana, es para Pablo la vida según el evangelio: amor, alegría, bondad, benevolencia y equilibrio; por consiguiente, la vida abierta a la generosidad, como Dios ha hecho con nosotros. Esta es la parte práctica de la carta a los Gálatas donde ha discutido el tema de la libertad cristiana que trae el evangelio. Desde luego, merece la pena resaltar los frutos del Espíritu, porque es lo que lleno de dignidad el corazón humano. Esto podría dar lugar a una reflexión sobre esos frutos o sobre los dones, pero no es ahora el momento de emprender esa tarea. Pero vemos que no se enumera la “glosolalia” como un don de la presencia del Espíritu. No es necesaria para sentir que la vida cristiana, como vida profética, no necesita muchas veces esos dones extraordinarios a los que el mismo Pablo le ha puesto algún “pero” en la exposición de los carismas de 1Cor 12-14. Si no hay “glosolalia” también el Espíritu se manifiesta en nuestra vida cristiana.

Evangelio: Juan  (15,26-27; 16,12-15): El Espíritu de la verdad

III.1. El evangelio de este domingo está entresacado de Juan 15 y 16, capítulos de densa y expresiva teología joánica, que se ha puesto en boca de Jesús en el momento de la despedida de la última cena con sus discípulos. Habla del Espíritu que les ha prometido como «el Defensor» y el que les llevará a la experiencia de la verdad. Cuando se habla así, no se quiere proponer una verdad metafísica, sino la verdad de la vida. Sin duda que quiere decir que se trata de la verdad de Dios y de la verdad de los hombres. El concepto verdad en la Biblia es algo dinámico, algo que está en el corazón de Jesús y de los discípulos y, consiguientemente, en el corazón de Dios. El corazón es la sede de todos los sentimientos. Por lo mismo, si el Espíritu nos llevará a la verdad plena, total, germinal, se nos ofrece la posibilidad de entrar en el misterio del Dios de la salvación, de entrar en su corazón y en sus sentimientos. Por ello, sin el Espíritu, pues, no encontraremos al Dios vivo de verdad.

III.2. El Espíritu es el “defensor” también del Hijo. Todo lo que él, según San Juan, nos ha revelado de Dios, del padre vendrá confirmado por el Espíritu. Efectivamente, el Jesús joánico es muy atrevido en todos los órdenes y sus afirmaciones sobre las relaciones entre Jesús y Dios, el Padre, deben ser confirmadas por un testigo cualificado. No se habla de que el Espíritu sea el continuador de la obra reveladora de Jesús y de su verdad, pero es eso lo que se quiere decir con la expresión “recibirá de mí lo que os irá comunicando”. No puede ser de otra manera; cuando Jesús ya no esté entre los suyos, su Espíritu, el de Dios, el del Padre continuará la tarea de que no muera la verdad que Jesús ha traído al mundo. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).

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