domingo, 17 de febrero de 2019

DOMINGO 6º DEL TIEMPO ORDINARIO



“Dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor”

Comienza hoy –y continuará leyéndose los dos próximos domingos– una sección del evangelio de Lucas que podemos llamar “sermón de la llanura”, equivalente al que en Mateo se llama “sermón de la montaña”. Ambos empiezan con una de las páginas que se han hecho más famosas de la predicación de Jesús: las bienaventuranzas.

La sabiduría bíblica conoce bien que la vida está hecha de antítesis y de alternativas. Los textos de hoy lo concretan en confiar en el hombre o confiar en Dios. Para Jeremías es maldito (insensato) quien confía en sus propias fuerzas y actúa según los criterios del mundo; y es bendito (sensato) quien confía en el Señor. El salmo se hace eco diciendo: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y también: no así los impíos, no así…

Pablo, en su respuesta a las consultas de los corintios, resalta el contraste entre creer en la resurrección de Jesús y que alguno diga que los muertos no resucitan; para él son cosas íntimamente unidas.

Y Lucas nos presenta cuatro afirmaciones positivas, parecidas a las bienaventuranzas de Mateo, seguidas de cuatro en negativo que son la otra cara de las primeras. No es nada distinto a las antítesis que antes había puesto en labios de María en el Magnificat. Y es un desarrollo de la escena que él mismo nos mostraba hace tres domingos: Jesús en la sinagoga de Nazaret leyendo al profeta Isaías y asumiendo para sí mismo: El Espíritu del Señor me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El profeta no nos dice que estaremos exentos de momentos difíciles; estos momentos vendrán, como vienen al árbol el calor o la sequía. Pero afirma la condición de quien enraiza su vida en Dios: siempre crece. Esta es la actitud de los pobres de Yavé, que no sustentan su vida en falsas seguridades sino en el amor de Dios que sostiene la existencia.

Lectura del libro de Jeremías 17, 5-8

Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto.
Palabra de Dios.

Salmo 1, 1-4. 6

R. ¡Feliz el que pone en el Señor su confianza!

¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche! R.

Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien. R.

No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento. Porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal. R.
II LECTURA

¡Cristo ha resucitado! Este es el grito lleno de alegría que las discípulas llevaron la mañana del domingo de Pascua. Esa es la convicción que nos sostiene, incluso en el momento de la muerte de un ser querido. Este anuncio está en el centro de nuestra fe, y así lo afirmamos en cada misa: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!”.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 15, 12. 16-20

Hermanos: Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.
Palabra de Dios.

ALELUYA         Lc 6, 23ab

Aleluya. ¡Alégrense y llénense de gozo en ese, día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! Aleluya.

EVANGELIO

 “Las bienaventuranzas se dirigen a un auditorio que se encuentra presente. Todos los aludidos conforman un grupo de personas que están en cierta situación ‘ahora’. Las bienaventuranzas se aplican a esa situación: los pobres tienen que alegrarse porque Jesús viene a perdonar los pecados y ha vencido el dolor y la muerte. Al formar la comunidad de los cristianos, donde todo se tiene en común y se vive en la alegría del Espíritu, desaparece la pobreza y se secan todas las lágrimas. Así se comienza a caminar hacia la consumación del Reino, cuyas fronteras están más allá de los límites de esta vida”.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 12-13. 17. 20-26

Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles. Al bajar con estos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas! Pero, ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La Resurrección de Jesucristo y la confianza en Dios.

La resurrección de Jesucristo es el hecho central en nuestra fe cristiana. Pablo dice a los corintios: Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Seguiríamos con el lastre del pecado.

Creer que Cristo ha resucitado es confiar en la voluntad de Dios, que no es otra que la felicidad de la persona humana. Pero es muy cierta la contraposición que presenta hoy Jeremías entre quienes son malditos, porque están guiados por la ley de la muerte y del pecado, y quienes son benditos porque les guía Dios.

Nunca Dios prometió a su pueblo algún paraíso en el cielo. Tampoco, cuando las cosas estaban mal en la tierra, trató de que fueran pacientes hasta que en otra vida mejorara su situación. Dios les prometía cosas de este mundo y ellos se esforzaban por conquistar las promesas de Dios, aun cuando comprendían que no puede darnos en este mundo todo lo que ha preparado para nosotros.

Cuando Jesús apareció había una gran expectación sobre el Mesías anunciado. Y se presentó con las manos vacías: no repartía pan, ni distribuía tierras, ni prometía la salida de los opresores. Sin embargo, afirmaba que el Reino de Dios había llegado. No venía a cambiar milagrosamente la situación dolorosa de la humanidad. Sus seguidores no pueden esperar verse colmados de favores, de salud, de dinero, de consideración y de prestigio humano. Y aun así les dice: ¡Felices!

Jesús nos ofrece una nueva manera de estar en la tierra

Lucas presenta las bienaventuranzas como destinadas a los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son perseguidos, y Jesús les dice: “vuestro es el reino de Dios”, “quedaréis saciados”, “reiréis”, “vuestra recompensa será grande en el cielo”.

El término griego que usa Lucas para indicar “pobres” traduce los que, en el Antiguo Testamento, definían a una clase de personas: los desprotegidos, los explotados, los pequeños y sin voz, las víctimas de la injusticia, que con frecuencia son privados de sus derechos y de su dignidad por la arbitrariedad de los poderosos. Por eso, tienen hambre, lloran, son perseguidos.

Jesús dice que el Reino de Dios es de ellos. No proclama felices a los que viven en una situación infrahumana ni nos invita a olvidar los problemas de la tierra para pensar sólo en las cosas del cielo. Ofrece una nueva manera de estar en la tierra. Sus palabras se refieren a la vida presente. Los bienaventurados lo son no porque son pobres, porque están tristes, porque sufren… eso no es motivo de felicidad ninguna ni Dios mismo lo quiere para nadie. Su privilegio es porque Dios muestra su compasión especialmente con quienes sufren más miseria, y los desamparados del mundo están llamados a ser los primeros en beneficiarse de un Reino que impulsa valores de esperanza, justicia y amor.

Las bienaventuranzas son el programa de vida del propio Jesús. Solo llevándolas él mismo a la práctica podía tener autoridad para proponer a sus discípulos un camino de seguimiento que recorra sus mismas opciones. Manifiestan en otra forma lo que ya había dicho al inicio de su actividad en la sinagoga de Nazaret: Él es enviado por el Padre al mundo, con la misión de liberar a los oprimidos, a los pequeños, a los privados de derechos y de dignidad, a los sencillos y humildes. Les dice que Dios les ama de una forma especial y que quiere ofrecerles la vida y la libertad plenas. Por eso son “bienaventurados”.

Pero las bienaventuranzas también aparecen olvidadas, rechazadas o burladas por la práctica de la vida. Llamar felices a los muertos de hambre, a los tristes, a los perseguidos… parece una broma o una burla. Muchos, incluso llamándose cristianos, consideran que en el fondo son inaplicables. Quizá por eso se predican poco y se viven menos. Sin embargo, son el núcleo de la vida evangélica y de la felicidad según el plan de Dios.

Las contrapartes

San Lucas contrapone a lo anterior cuatro “malaventuranzas” que son el reverso de la moneda. Son palabras de Jesús que no se pueden ni ablandar ni ocultar. Él dedicó tanto o más tiempo a criticar la riqueza que a alabar la pobreza. Al contraponer “pobres” a “ricos”, “hambrientos” a “satisfechos”, “los que lloran” a “los que ríen”, los odiados y expulsados a aquellos de quienes se habla bien, indica que hay una relación que no es casual sino causal entre los componentes de cada uno de esos pares.

A la luz del Reino de Dios se desvela la terrible suerte de los que, buscando la seguridad en el poder, en la riqueza y en la alegría de la tierra, oprimen a los demás y destruyen la propia realidad de su existencia. Las palabras de Jesús denuncian la lógica de los que permanecen ciegos a descubrir los verdaderos valores de la vida y las necesidades de los demás. Les dirige una advertencia inspirada en el amor para que se conviertan y no dejen que nada se interponga entre el Reino de Dios y ellos. Advertirles no significa que Dios no tenga para ellos la misma propuesta salvadora que ofrece a los pobres y a los débiles. La salvación de Dios es para todos, pero quienes persisten en la lógica del egoísmo no tienen lugar en el Reino que Jesús vino a ofrecer.

Las bienaventuranzas siguen teniendo vigencia y son un programa de vida sumamente exigente que Jesús presenta a sus discípulos de todos los tiempos. Ofrecen una norma de vida abierta a toda la humanidad, una ética donde todos tienen cabida. Pero seguirlas es un desafío a nuestra comodidad, a nuestra manera de vivir, a muchos de los valores que propone la sociedad de nuestro tiempo… ¿Confiamos en los hombres o confiamos en Dios?

ESTUDIO BÍBLICO.

Las Bienaventuranzas, corazón del Evangelio

I Lectura: Jeremías (17,5-8): Feliz quien se fía de Dios

I.1. Con ese texto tan bello, del hombre que confía en el Señor, el texto de Jeremías nos prepara para abrir el alma al texto evangélico. Un contraste entre makarismo y lamentación construyen este texto profético, que tiene mucho de radical y de sapiencial. El simbolismo del desierto como ámbito de muerte, de sequedad, es una lección que debe aplicarse a la vida del creyente, en este caso del israelita.  Una serie de términos hebreos describen el mundo del desierto (el hombre –adam-, carne  -bashar- y corazón leb); en la otra parte está Dios. Es en Yahvé en quien hay que tener confianza (ybth), porque en él está la experiencia del agua en el desierto de la vida.

I.2. Poner la confianza (el corazón) en el mundo de la carne, del hombre y sus intereses es un desafío moral y antropológico. El mensaje no tiene dobleces; es simple y directo, de escuela elemental: es el mundo del Dios y el mundo de los hombres lo que está en la palestra del profeta que aquí se vale de la experiencia sapiencial para comunicar su mensaje de confianza. Es tan sencillo como lo que podemos aprender en la escuela de la vida de cada día. ¿No es así? El dualismo entre el mundo de Dios y el mundo del hombre es un desafío. Si queremos tener vida hay que estar junto a la corriente, de lo contrario seremos como el tamarisco de la Arabá (que es un desierto inmenso).

II Lectura: Iª Corintios (15,12.16-20): Sin resurrección no hay futuro

II.1. La carta de Pablo a los Corintios, segunda lectura de este domingo, continúa después el “credo” de la resurrección (vv. 1-11) con sus consecuencias para todos los hombres. Si no hay resurrección de Jesucristo no hay perdón de los pecados y no habrá vida eterna. Entonces ¿qué nos espera?, ¿la nada?, ¿el caos? Algunos niegan la resurrección de los muertos, no la ven necesaria. Por lo tanto tampoco sería la de Cristo (v.12). Con eso el cristianismo pierde su sentido y Pablo lo hace ver con claridad meridiana. Porque la lógica se impone: si los muertos no resucitan, tampoco  Cristo debía haber resucitado.

II.2. Pero si Cristo no ha resucitado la fe de los cristianos no tiene sentido; la lógica sigue imponiéndose frente a los que se permiten esas afirmaciones. Y si ponemos en Cristo nuestra esperanza únicamente para esta vida, somos los más tontos de todos los hombres. Estamos en el centro del debate: si no hay resurrección ¿para qué ser cristianos? ¿Para vivir con un sentido ético en esta vida? No sería totalmente negativo, pero se empobrecería sobremanera el sentido de la fe y de la vida cristiana. Y se arruinaría una dimensión fundamental del cristianismo: ofrecer vida verdadera, vida eterna a los hombres. La resurrección de Jesucristo es el paradigma de la oferta verdadera de Dios a los hombres.

II.3. Cristo no ha venido a otra cosa sino a “resucitarnos” en el mejor sentido de la palabra. No solamente a resucitarnos moralmente (que así ha sido), sino para que resucitemos como Él. Es verdad que la acción de la resurrección recae directamente en Dios. Pero de alguna manera, como apunta Sto. Tomas, la resurrección de Jesús es la causa de nuestra resurrección (S. T. q. 56). Habría que precisar algunos aspectos de las afirmaciones teológicas de Tomás de Aquino, porque la antropología actual y la hermenéutica lo requieren. Su resurrección, poder de Dios, es la fuerza transformadora de nuestra historia de pecado y de muerte. Pero si no hay resurrección de los muertos tampoco podríamos hablar del valor eficiente de la resurrección de Jesús para todos los hombres ¡no habría futuro para nadie! ¡ni siquiera para Dios!, porque nadie lo buscaría y nadie diría su nombre. Pero la resurrección de Jesucristo nos ha revelado que sí hay futuro para todos, para Dios y para nosotros.

Evangelio: Lucas (6,20-26): Las opciones del Reino

III.1. Hoy la liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

III.2. Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hizo con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones, viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas. Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues, en la discusión de si las “malaventuranzas” o lamentaciones son palabras auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes cristianos que predicaban con esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy diversas al respecto. Ahora están en el evangelio y deben interpretarse a la luz de lo que Lucas quiere trasmitir a su comunidad.

III.3. Jesús hablaba así, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. El pobre es ´ebîôn/´anaâw en hebreo; ptôchos en griego, pauper en latín: se trata de quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el que apela a Dios como único defensor. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Las lamentaciones, pues, significan que no intentemos o pretendamos encontrar a Dios en las riquezas, en el poder, en el dominio, en la corrupción; allí solamente encontraremos ídolos de muerte.

III.4. La teología de la liberación ha sabido expresar estas vivencias para dar esperanza a los pobres del Tercer Mundo. Y la verdad es que la fe más evangélica la viven los pobres que creen; los pueblos más ricos y poderosos están más descristianizados. Es el mundo de los pobres y de las miserias, el que más espera en Jesucristo; en el mundo de los poderosos habita un gran vacío. El evangelio de Lucas hoy, pues, nos propone dos horizontes: un horizonte de vida y un horizonte de muerte. ¿Dónde encontrar a Dios? Todos lo sabemos, porque la equivocación radical sería buscarlo donde El ha dicho que no lo encontraremos. El texto de Jeremías es suficientemente explícito al respecto: ¿cómo podría crecer un árbol de vida en el mundo de las lamentaciones?.

III.5. La luz no es lo que se ve, pero es aquello que produce el milagro para que veamos. Y las bienaventuranzas de Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las bienaventuranzas se hará posible ver a Dios; desde el mundo de las lamentaciones nunca encontraremos al Dios verdadero, aunque Él no rechace a nadie. El mundo de las bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada uno de nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su opción, y un Dios con corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el amor. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).  

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